Por: Diác. José Adrián Arias Quijano, IV de configuración
La Transfiguración es uno de los episodios fundamentales en la vida de Jesús, es uno de los textos bíblicos narrado en todos los evangelios sinópticos. El término “Transfiguración” proviene de la raíz latina “tras” que indica “a través”; y “figura” señala la “forma”. El Señor tomó a tres apóstoles (Pedro, Santiago y Juan) y subió con ellos a un monte a orar. Mientras rezaban, la apariencia de Jesús cambió y sus vestiduras se volvieron de una “blancura fulgurante”. En ese momento, se aparecieron Moisés y Elías y hablaban con el Señor sobre su muerte inminente.
Este acontecimiento especial aparece como un misterio de la vida de Cristo que anticipa el triduo pascual (Pasión, Muerte y Resurrección), encierra un profundo significado antropológico si tenemos en cuenta la vulnerabilidad humana y la necesidad de consuelo y de ánimo que entraña la perspectiva próxima del dolor y del sufrimiento.
Lo primero que reconocemos es que la divinidad de Jesús es solidaria de la cruz; así, sólo en esta combinación conocemos adecuadamente a Jesús. El evangelista Juan ha expresado esta relación interna de la cruz y gloria afirmando que la cruz es la “exaltación” de Jesús y que tal exaltación sólo se realiza en la cruz. La Pasión y gloria del Señor son dos acontecimientos que no se entienden individualmente, marcando no solo el camino que ha de recorrer el Señor, sino el proceso que deben asumir los discípulos que se quieren configurar con Cristo.
La Transfiguración ocurre justo después de la confesión de fe de Pedro que reconoce a Jesús como el “Hijo del Dios vivo”, este afirmar la divinidad de Jesús es un misterio que aún no logran comprender los discípulos. Siguiendo al evangelista Lucas, la subida de Jesús tiene un propósito: “Subió a lo alto del monte para orar” (9, 29). No perdamos de vista que el Señor se transfigura en un momento de oración; así, se hace patente lo que sucede cuando Jesús habla con el Padre: la compenetración más íntima de su ser con Dios, compenetración que se vuelve luz pura. En la unión con el Padre, Jesús mismo es luz de luz.
Encontramos en el texto la aparición de dos personajes que representan un papel fundamental en la historia de salvación (Moisés y Elías). La Ley y los profetas no solo hablan con Jesús, sino que hablan de Jesús. En este momento prefigurativo de la plenitud de la revelación, el tema de estos dos testigos de Dios es: “Apareciendo con gloria, hablaban de su éxodo, que él iba a consumar en Jerusalén” (Lc 9, 31). Profundizar este detalle del texto nos sitúa frente a la cruz del Señor, pero entendida ampliamente como el éxodo de Jesús, cuyo lugar había de ser Jerusalén.
La íntima relación de la Transfiguración y la pasión aparece enmarcada en que la cruz de Jesús es Éxodo: salir de esta vida, atravesar el Mar Rojo de la pasión y pasar a la gloria, en la cual seguirán siempre impresos los ultrajes del dolor. Con esto queda claro que el tema fundamental de la Ley y los profetas es la “esperanza de Israel”, el Éxodo que libera definitivamente; que el contenido de esta esperanza es el Hijo del hombre que con su sufrimiento abre las puertas a la libertad.
El acto de que Moisés y Elías hablen con el Señor transfigurado hace evidente que la pasión no es el fin último, sino que se abre a la esperanza de salvación que está penetrada de la gloria de Dios. De este modo, en el Transfigurado contemplamos que la Pasión se transforma en luz, en libertad y alegría. Ante lo sucedido, la actitud de los discípulos es significativa porque experimentan el “temor de Dios”, que se apodera de ellos, al experimentar la cercanía de Dios sienten su propia miseria y quedan casi paralizados por el miedo.
El texto bíblico nos permite centrar la atención en el diálogo que tiene Jesús con los discípulos al descender de aquel “monte alto”. El Señor habla con ellos de su futura resurrección de entre los muertos, la cual implica la cruz como paso previo. Esta escena de la Transfiguración anuncia la irrupción de los tiempos mesiánicos; así, durante el descenso de la montaña los discípulos aprenden que los tiempos mesiánicos son ante todo tiempos de cruz y que la Transfiguración (el volvernos luz en virtud del Señor), comporta nuestro ser consumidos por la luz de la Pasión.
En nuestro peregrinar como cristianos es necesario buscar la montaña para ser transfigurados. No debemos olvidar que quien quiera ser auténtico discípulo del Señor debe asumir el camino de la cruz, para morir con Cristo y resucitar con Él a la vida nueva (cf. Rm 6, 8). Como bautizados y miembros del cuerpo de Cristo que es su Iglesia, también el Señor nos invita a disponer nuestra vida para dejarnos transfigurar y que la luz de Cristo ilumine la totalidad de nuestra existencia.
Por último, el Misterio de la Transfiguración debe ser comprendido desde la “Ascensión del Señor” a los Cielos, es en Cristo glorificado que regresa a la diestra del Padre donde contemplamos la cumbre del plan salvífico de Dios. La esperanza cristiana radica en que el Padre cumple su promesa, la humanidad ha sido rescatada, la salvación nos ha sido dada gratuitamente y es para todos; sin embargo, cada hombre debe aceptar esta salvación a través de la oración constante y la vida sacramental, dejando que la luz del Transfigurado irradie en la vida ordinaria. Más aún, el Señor glorificado que ascendió a los Cielos no nos ha dejado solos, nos ha dado la promesa de estar con nosotros hasta el fin del mundo (cf. Mt 28, 20); así, en el camino de conversión podemos experimentar la gracia del Señor que nos sostiene y alienta a vivir con los pies en la tierra, pero con los ojos puesto en el Cielo, somos miembros de Cristo y somos ciudadanos de la patria celestial.