Por: Sem. Jhoel Arley Díaz Rodríguez, estudiante Ateneo Pontificio Regina Apostolorum, Roma
Los misterios de la vida de Cristo son momentos específicos que transforman, fortalecen y guían la vivencia diaria de fe de toda la Iglesia. La transfiguración del Señor es un momento dentro de la historia de salvación, donde Jesús junto con Pedro, Santiago y Juan van a un monte alto, Jesús se transfigura frente a ellos, sus vestiduras se vuelven blanquísimas y una voz desde la nube dice “Este es mi Hijo predilecto, escuchadlo”.
La Transfiguración del Señor, como afirma santo Tomás es una obra trinitaria, donde reconocemos al Padre en la voz, al Hijo en el hombre y al Espíritu Santo en la nube luminosa. Este suceso es narrado por los evangelistas Mateo, Marcos, Lucas y surge en el contexto en el que Jesús les anuncia que debe ir a Jerusalén y que allí debía sufrir. San Lucas nos presenta en su Evangelio 9, 28-36, el hecho de que Jesús se transfiguró mientras estaba orando y que los apóstoles estaban durmiendo, y al despertar vieron la gloria. Estos son detalles que encontramos solo en su escrito y que nos ayudan a comprender este suceso y lo que significa para nuestra experiencia diaria de fe.
En el Evangelio de Marcos 9, 2-10, que se nos presenta en la liturgia de esta fiesta podemos fijar algunos signos de la aparición gloriosa. Reconocemos a Jesús que sube a un monte alto y se transfigura. El monte es el lugar para la revelación y las teofanías sobrenaturales de Dios. Y la Transfiguración es ese momento en donde Jesús se muestra en su estado glorioso y deja ver a los Apóstoles que ese será el estado eterno tras la muerte y la resurrección, de todos los que se acogen y escuchen sus palabras.
El texto bíblico nos narra que aparecen Elías y Moisés. Elías la profecía y Moisés la ley, ambos representan el Antiguo Testamento y están de frente a la Nueva Alianza, a la Alianza perfecta en donde desde una nube se escucha una voz que dice: “Este es mi Hijo predilecto, escúchenlo”. La nube indica el Espíritu Santo. Cristo es reconocido como Hijo predilecto, como Nueva Alianza, como el nuevo Moisés, que goza de una relación especial y directa con Dios, que tiene una nueva ley e inicia un nuevo pueblo. “Si la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” afirma san León Magno, en el sermón 51. La profesión de Hijo predilecto nos hace recordar la identificación de Jesús en el bautismo. Finalmente, el texto nos muestra que mientras bajaban del monte Jesús les pidió que no dijeran nada de lo sucedido.
Ciertamente esta manifestación anticipada de la gloria del Señor pone al descubierto la dimensión escatológica de la vida de Jesús y de toda nuestra vivencia diaria de la fe, invitándonos a escuchar, conocer y seguir al Hijo predilecto, para hacernos hijos en el Hijo y así poder participar en la transfiguración eterna.
La escucha de la voz del Hijo predilecto consiste en dar un puesto principal a Dios en nuestra vida, en dejar que sus palabras como muestra misericordiosa entren día a día en nuestra vida, la transformen y hagan de cada uno de nosotros hijos buenos con un nuevo corazón.
La Transfiguración del Señor regala al cristiano una seguridad en la escucha de la voz y los mandamientos de Dios, en especial del amor y la caridad como un manantial generoso y una fuente donde el corazón de todo cristiano se llena de fuerza, se transforma y da el tiempo justo al encuentro con Dios. Subiendo al monte como lo hicieron los Apóstoles para escuchar su Palabra, encontrar allí la gloria y regresar trayendo el amor, la fuerza, paz y la tranquilidad que solo se encuentra en la escucha de la voz del predilecto.
Nosotros, como Pedro, Juan y Santiago, estamos también llamados a conocer y a contemplar día a día el rostro reluciente y las vestiduras blanquísimas de Jesús, que son signo de su inmenso amor y misericordia con cada uno de nosotros. Conocer el Hijo predilecto de Dios y escuchar su palabra, es un deber de todo cristiano. Es una experiencia continua de hacer vida sus palabras y de dejarnos guiar por sus pasos y su amor. Un amor que como afirma el papa Francisco: “es capaz transfigurarnos y de hacer nuevas todas las cosas”.
El amor de Dios es un amor que transfigura y transforma nuestra vida, es un amor que implica un seguimiento y una vivencia diaria de nuestra fe, reflejada en buenas acciones y en un testimonio digno de una persona que cree y espera en el Señor. La fiesta de la transfiguración de Jesús nos invita a cada uno de nosotros a escuchar, a conocer y a seguir el Hijo predilecto de Dios. Un Hijo que se entregó en la Cruz por amor a cada uno de nosotros y que nos dejó su palabra como un testimonio de cercanía sincera con el prójimo y una relación directa con Dios. Por ello, seguir al Hijo predilecto implica una escucha y un conocimiento de su vida y de su misión como redentor del mundo.
Finalmente, la fiesta de la Transfiguración del Señor nos invita a cada uno de nosotros a prepararnos para nuestra propia resurrección, nos invita a revisar como es nuestra vivencia de fe frente a Dios y frente a nuestros hermanos.
Esta fiesta es un momento especial para reconocer cuál es la misión que Dios nos ha encomendado en este mundo y desde allí, empezar por entregar nuestra vida al amor de Dios, a la escucha de su palabra y al seguimiento sincero y digno, que se refleja en nuestro testimonio y en nuestra experiencia diaria de fe.