“La paz les dejo, mi paz les doy” (Jn 14, 27)

Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve, Obispo de la Diócesis de Cúcuta

En la puesta en práctica del Proceso Evangelizador de la Iglesia Particular de nuestra Diócesis de Cúcuta, este mes de septiembre está enmarcado por la celebración de la Semana por la Paz, con el lema de nuestro proceso pastoral: “El amor todo lo puede, sigamos adelante”, que tiene como propósito que cada uno de nosotros siga afianzando el fervor y celo pas­toral en un trabajo comprometido por la paz, como don precioso de Dios para toda la humanidad, y con el corazón dispuesto a recibir esta gracia que viene de lo alto, que no es como la que trae el mundo, sino como la que nos regala Dios: “La paz les dejo, mi paz les doy. Una paz que el mundo no les puede dar” (Jn 14, 27), que implica traba­jar intensamente por tener en la vida a Nuestro Señor Jesucristo que nos conduce a la verdadera paz.

Esta paz interior y exterior no de­pende de nuestros méritos, sino de la gracia de Dios. No es la paz como la que busca el mundo, que en mu­chos casos es más un negocio que pide beneficios para quienes la pro­porcionan, sino que es un maravillo­so regalo que Jesucristo ha ganado con su Sangre y que nos quiere dejar para vivir en comunión y unidad. De nuestra parte queda la responsabili­dad para aceptarla y acogerla como don para nuestra vida y el compro­miso por extenderla entre los her­manos, trabajando juntos cada día por construirla, con la certeza que el compromiso por la paz, nos hace participar de las bienaventuranzas del Señor. Así lo expresa Jesús en el sermón de la montaña: “Bienaven­turados los que trabajan por la paz, porque Dios los llamará sus hijos” (Mt 5, 9).

Esta es la tarea de todo cristiano, ayudar a que vivamos en paz, ayu­dar a que en la familia y en la co­munidad vivamos perdonados y reconciliados, amándonos los unos a los otros. Llegar a trabajar por la paz presupone que reinen en nues­tro corazón las demás bienaventu­ranzas. Cuando tengamos la con­fianza puesta solo en Dios desde la pobreza evangélica, cuando tengamos el alma limpia de todo pecado, comenza­mos a tener paz en nosotros mismos y también la podemos ofrecer a los demás.

Quienes trabajan por la paz son bienaventurados, porque primero tienen la paz en su corazón y des­pués procuran ambientes de paz en­tre los hermanos que están en divi­sión y conflicto. Para trabajar por la paz y transmitirla a los otros, se ne­cesita tener en el corazón todas las cosas ordenadas, dejar entrar todas las virtudes, desde la fe, la esperan­za y la caridad que nos ponen en paz con Dios y luego las demás virtudes que rigen toda la vida del creyen­te y lo ponen en actitud de acogi­da del hermano. Desde un corazón que está limpio, que está en gracia de Dios, es posible trabajar por la paz, recibiendo cada uno la paz que Jesucristo nos ha dejado y que nos conduce al encuentro con Él.

Del 4 al 11 de septiembre celebra­mos la Semana por la Paz, en donde nos disponemos a rezar por la paz tan anhelada por to­dos y a trabajar para que vivamos en fa­milias perdonadas, reconciliadas y en paz. Se necesitan corazones perdona­dos y reconciliados con Dios y con los hermanos para que podamos tener una paz verdadera, estable y duradera. Todos queremos la paz y hacemos grandes esfuerzos por conseguirla. En Colombia sabemos de la nece­sidad que tenemos de la paz, pero no podemos olvidar que es un don de Dios y que trabajar por la paz, nos hace hijos de Dios y hermanos entre sí. Mientras no tengamos este principio cristiano bien anclado en el corazón, todos los esfuerzos meramente humanos que hacemos por conseguir la paz, quedan a mitad de camino y desfallecen fácilmente.

La misión de Nuestro Señor Jesu­cristo en esta tierra fue conducirnos a la paz, reunir a los que están dis­persos y divididos y establecer la paz entre los que crean divisiones. Su misión desde la cruz fue devol­vernos la paz con Dios, perdida a causa del pecado y que lo escucha­mos desde la primera palabra cuan­do nos otorga el perdón misericor­dioso: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34), que implica dejarnos limpios de todo lo que se opone a Dios y librarnos de odios, resentimientos, rencores y venganzas que destru­yen nuestras relaciones familiares y comunitarias y hacen que la paz comience a agonizar.

Como creyentes en Cristo, segui­mos comprometidos en construir la paz desde el perdón y la reconcilia­ción como una respuesta de fe en Nuestro Señor Jesucristo, que nos invita desde el Evangelio a amarnos los unos a los otros, tal como él nos ha amado, creando comunión y for­taleciendo los vínculos de unidad en la familia y en la comunidad. Que la Santísima Virgen María y el Glorio­so Patriarca San José, alcancen del Señor todas las gracias y bendicio­nes necesarias, para recibir la paz como don de Dios y transmitirla a los demás, siendo cada uno un ar­tesano de la paz, con la certeza que es la respuesta adecuada para un mundo que está lleno de odio, re­sentimiento, rencor y venganza. Por eso resuenan en nuestro corazón las palabras de Jesús “la paz les dejo, mi paz les doy” (Jn 14, 27), que a la vez debemos transmitir a los demás.

En unión de oraciones, reciban mi bendición.

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