La paz esté con ustedes (Jn 20, 19)

En el desarrollo del proceso de evangelización de la Diócesis de Cúcuta, comenzamos este mes de septiembre enmarcado por la celebración de la Semana por la Paz y la reflexión en torno a la Pala­bra de Dios, con el lema del proceso pastoral: “Tú eres el Cristo, con tu Palabra danos la paz”, inspirados por la Palabra de Dios que nos dice: “Estén siempre alegres en el Se­ñor; les repito, estén alegres. Que todo el mundo los conozca por su bondad. El Señor está cerca. Que nada los angustie; al contrario, en cualquier situación presenten sus deseos a Dios orando, suplicando y dando gracias. Y la paz de Dios, que supera cualquier razona­miento, protegerá sus corazones y pensamientos por medio de Cris­to Jesús” (Flp 4, 4-7).

En Colombia y en el mundo pode­mos decir que nos angustia la situa­ción de guerra que afrontamos y el deterioro de la dignidad de la per­sona, así como todos los atentados y amenazas en contra de la vida y de la familia. Frente a este panora­ma desolador, retomamos las pa­labras del Apóstol san Pablo a los Filipenses, que nos dice que nada nos angustie, en cualquier situa­ción presentemos nuestros deseos a Dios orando, suplicando y dando gracias (Cf Flp 4, 6), con la certe­za que la paz de Dios, por medio de Jesucristo, estará siempre con noso­tros. Esta certeza la tenemos desde el mismo momento en que Jesús se presentó como el resucitado: “La paz les dejo, mi paz les doy. Una paz que el mundo no les puede dar” (Jn 14, 27), que implica tra­bajar intensamente por tener en la vida a Nuestro Señor Jesucristo que nos conduce a la verdadera paz, me­diante el perdón y la reconciliación con nuestros hermanos.

La misión de Jesucristo en esta tie­rra fue conducirnos a la paz, reunir a los que están dispersos y divididos y establecer la paz entre los que crean divisiones. Su misión desde la cruz fue de­volvernos la paz con Dios, perdida a causa del pecado y que lo escuchamos desde la primera palabra cuan­do nos otorga el per­dón misericordioso, “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34), que implica de­jarnos limpios de todo lo que se opone a Dios y librarnos de odios, resentimientos, rencores, venganzas y violencias que destru­yen nuestras relaciones familiares y comunitarias y hacen que la paz comience a agonizar.

Dejemos a un lado nuestras amar­guras, resentimientos y tristezas. Oremos por nuestros enemigos, per­donemos de corazón a quien nos ha ofendido y pidamos perdón por las ofensas que hemos hecho a nuestros hermanos. Deseemos la santidad, porque he aquí que Dios hace nue­vas todas las cosas. No temamos, no tengamos angustia alguna, estamos en las manos de Dios (Cf. Flp 4, 6). La Eucaristía que vivimos con fervor es nuestro alimento, es la es­peranza y la paz que nos conforta y una vez fortalecidos, queremos transmitir la vida nueva a nuestros hermanos, a nuestra familia y nues­tras relaciones sociales, porque la paz que viene de lo alto está con nosotros y desde nuestro corazón se transmite a todos los que habitan a nuestro lado.

Jesucristo es la revelación suprema, la manifestación decisiva del Padre para decirle al mundo que no reina el mal, ni el odio, ni la venganza, ni la violencia, sino que reina el Señor, que ha venido a traernos amor, per­dón, reconciliación, paz y una vida reno­vada en Él, para que todos tengamos paz en la tierra.

El Papa Francisco en el mensaje por la paz del año 2017 nos dice: “Para los cristianos la no violencia no es un mero comporta­miento táctico, sino más bien un modo de ser de la persona, la actitud de quien está tan convencido del amor de Dios y de su poder, que no tiene miedo de afrontar el mal únicamente con las armas del amor y de la verdad. El amor a los enemigos constituye el núcleo de la revolución cristiana. Preci­samente, el Evangelio del amen a sus enemigos (Cf. Lc 6, 27) es con­siderado como la carta magna de la no violencia cristiana, que no se debe entender como un rendirse ante el mal, sino como responder al mal con el bien (Cf. Rm 12, 17-21), rompiendo de este modo la cadena de la injusticia” (Mensaje por la Paz, 2017, 3).

Debemos procurar llevar perdón, reconciliación y paz a la familia, a nuestro lugar de trabajo, a la calle, a las relaciones sociales. El mundo está triste e inquieto y tiene nece­sidad de la paz y de la alegría que el Señor Resucitado nos ha dejado, al decirnos: “La paz esté con us­tedes” (Jn 20, 19). ¡Cuántos han encontrado el camino que lleva a Dios en el testimonio sonriente de un buen cristiano que trabaja por la paz! La paz en el corazón es una enorme ayuda para la familia, para todas las personas que entran en contacto con quien está en paz interior, porque lleva a presentar el mensaje de Cristo de una forma amable y positiva, mediante el per­dón y la reconciliación.

Los invito a que trabajemos juntos por el perdón y la reconciliación y en oración contemplativa, de rodi­llas frente al Santísimo Sacramento, mirando y contemplando el Cruci­ficado, recibamos la paz que viene de lo alto como un don de Dios que queremos transmitir a los demás, a través del perdón a nuestros enemi­gos tal como nos lo pide Jesús en el Evangelio (Cf. Lc 6, 27) y puestos en las manos de Nuestro Señor Je­sucristo, que es nuestra esperanza y nuestra paz y bajo la protección y amparo de la Santísima Virgen María y del Glorioso Patriarca San José, que nos protegen, imploremos la paz para nosotros, para nuestras familias y para el mundo entero, di­ciendo: “Tú eres el Cristo, con tu Palabra danos la Paz”.

José Libardo Garcés Monsalve, Obispo de Cúcuta

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