La Natividad del Hijo de Dios

Por: Pbro. Juan Carlos Ballesteros Celis, párroco de Santa Clara de Asís y miembro de la pastoral de catequesis

“Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley y para que recibiéramos la filiación adoptiva” (Ga 4, 4-5).

Con el Credo Niceno-Constantinopoli­tano se profesa: “Por nosotros los hom­bres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen y se hizo hombre”. El evangelista san Juan testi­monia al comienzo de su Evangelio que “la Palabra se hizo carne y puso su mo­rada entre nosotros” (Jn 1, 14) para in­dicar con ello el abajamiento (kénosis) del Hijo de Dios que “siendo de con­dición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre” (Flp 2, 6-7).

1. Jesús concebido por obra y gracia del Espíritu Santo

En el Evangelio de san Lucas, se rela­ta el momento histórico en que el ángel Gabriel anuncia a María que será la ma­dre del Hijo de Dios: “vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús” (Lc 1, 31). María “quien ha hallado gracia delante de Dios” (Lc 1, 30) es invitada a conce­bir a aquel en quien habitará “corporal­mente la plenitud de la divinidad” (Col 2, 9). La respuesta divina a su inquietud “¿cómo será esto, puesto que no conoz­co varón?” (Lc 1, 34), se dio mediante el poder del Espíritu: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti” (Lc 1, 35).

El Catecismo de la Iglesia Católica en­seña que: “la misión del Espíritu Santo está siempre unida y ordenada a la del Hijo. El Espíritu Santo fue enviado para santificar el seno de la Virgen María y fecundarla por obra divina, Él que es el Señor que da la vida, haciendo que ella conciba al Hijo eterno del Padre en una humanidad tomada de la suya” (CIC n°485).

2. ¿Por qué el Hijo de Dios se hizo carne?

El Catecismo de la Iglesia Católica se­ñala los principales argumentos que movieron a Dios a un nuevo desborda­miento de su amor, para con una huma­nidad abocada al pecado y cuyo único destino era la muerte eterna:

  • El Verbo se encarnó para que se co­nociera el amor de Dios: “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él” (1 Jn 4, 9). “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16).
  • El Verbo se encarnó para ser modelo de santidad: “Tomen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí …” (Mt 11, 29). Él es, en efecto, el modelo de las bien­aventuranzas y la norma de la Ley nue­va: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado” (Jn 15, 12). Este amor tiene como consecuencia la ofrenda efectiva de sí mismo (Mc 8, 34).
  • El Verbo se encarnó para hacer al hombre “partícipe de la naturaleza divina” (2 Pe 2, 4). Al asumir la con­dición humana, Jesús se hizo semejante en todo al hombre, excepto en su condi­ción pecadora; y al resucitar y ascender al cielo, le elevó a la participación de la vida divina.

3. Nació de la Virgen María

Magistralmente el Catecismo de la Igle­sia, ofrece una síntesis del valioso papel de María en la historia de la salvación y quien con su “SÍ” posibilitó la encarna­ción del Hijo único del Padre:

“Dios envió a su Hijo” (Ga 4, 4), pero para “formarle un cuerpo” (Hb 10, 5) quiso la libre cooperación de una criatu­ra. Por eso desde toda la eternidad, Dios la escogió para ser la Madre de su Hijo a una hija de Israel, una joven judía de Nazaret en Galilea, a “una virgen des­posada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María” (Lc 1, 26-27). Para ser la Madre del Salvador, María fue “dotada por Dios con dones a la medi­da de una misión tan importante” (LG 56). El ángel Gabriel en el momento de la anunciación la saluda como “llena de gracia” (Lc 1, 28). En efecto, para po­der dar el asentimiento libre de su fe al anuncio de su vocación, era preciso que ella estuviese totalmente conducida por la gracia de Dios (CIC n° 488. 490).

María, “dando su consentimiento a la Palabra de Dios, llegó a ser Madre de Jesús y, aceptando de todo corazón la Voluntad Divina de salvación, sin que ningún pecado se lo impidiera, se entre­gó a sí misma por entero a la persona y a la obra de su Hijo, para servir, en su dependencia y con Él, por la gracia de Dios, al Misterio de la Redención” (CIC n° 494).

La Iglesia confiesa que: “María es la Madre de Dios, en cuanto que es la Ma­dre de Jesús, el Hijo de Dios hecho hom­bre, concebido en su vientre por obra del Espíritu Santo. Jesús fue concebido sin semilla de varón, por obra del Espí­ritu Santo” (Concilio de Letrán).

4. El sentido del Pesebre

Relata el Evangelio de san Lucas que María “dio a luz a su Hijo primogéni­to, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre porque no tenían sitio en el alojamiento” (Lc 2, 7). Aparece la ima­gen de los pañales, que, en la reflexión de los padres de la Iglesia, se interpre­ta como una referencia anticipada a la hora de su muerte y su sepultura envuel­to en un sudario. Pero también aparece la imagen del pesebre, que se trataría de un lugar poco adecuado, pero que ofrecía la discreción necesaria para tan importante acontecimiento. El pesebre indica, que para aquel por quien fueron creadas todas las cosas, no había sitio, expresando puntualmente el rechazo y la oposición que encuentra en muchos pues “vino a su casa y los suyos no lo recibieron” (Jn 1, 11). El mismo Jesús afirma en su momento que: “las zorras tienen guaridas y los pájaros nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Mt 8, 20).

Desde su nacimiento, Jesús no pertene­ce al ambiente que el mundo considera poderoso e importante, ya que la lógica de Dios es completamente contraria a la lógica humana. Son diversas las inter­pretaciones que se pueden hacer sobre estos aspectos relatados en los Evan­gelios. Sin embargo, como conclusión de este escrito, se puede afirmar que la Navidad, que celebra el nacimiento del Hijo de Dios, marcó el rumbo de la his­toria humana, pues instauró el Reino de Dios en este mundo y consumó la his­toria de la Salvación para el pueblo de Dios.

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