La familia defiende y protege la vida

En el desarrollo de nuestro Proceso de Evangelización en la Diócesis de Cúcuta, en este mes de junio estamos convoca­dos a reflexionar sobre la familia y la vida, con el propósito de tomar conciencia del llamado de Dios a cada hogar para defender, proteger y custodiar la vida humana, como base esencial para construir per­sona y sociedad desde las virtudes del Evangelio, que a la vez tiene su base en el sacramento del matri­monio. Experimentamos cómo la sociedad se va deteriorando en mu­chos ambientes y esto tiene su raíz en el deterioro de la vida familiar, que está surgiendo desde distintas ideologías y maneras de concebir el matrimonio y la familia, de espal­das a Dios.

Frente a los desafíos que se plan­tean hoy para la familia, la llamada constante que nos hace Dios en su Palabra es a edificar la vida del ho­gar sobre la roca firme de Jesucris­to, para recibir de Él la fuerza para afrontar los desafíos y tareas en la misión que ha recibido de Dios de custodiar la vida humana. Apa­recida al respecto afirma: “El ser humano, creado a imagen y seme­janza de Dios, también posee una altísima dignidad que no podemos pisotear y que estamos llamados a respetar y a promover. La vida es regalo gratuito de Dios, don y ta­rea que debemos cuidar desde la concepción, en todas sus etapas, y hasta la muerte natural, sin relati­vismos” (Documento de Aparecida 464).

Esta enseñanza del magisterio de la Iglesia ratifica toda la doctrina en defensa de la vida, que le sale al paso a las ideologías que presentan el aborto, la eutanasia y demás aten­tados contra la vida y la dignidad de la persona humana como norma de comportamiento. Frente a esto te­nemos que fortalecer la familia que protege la vida como regalo gratuito de Dios. Al respecto Aparecida nos enseña lo siguien­te: “La familia cris­tiana está fundada en el sacramento del ma­trimonio entre un va­rón y una mujer, signo del amor de Dios por la humanidad y de la entrega de Cristo por su esposa, la Iglesia. Desde esta alianza de amor, se despliegan la paternidad y la maternidad, la filiación y la fra­ternidad, y el compromiso de dos por una sociedad mejor” (DA 433).

La familia cristiana se convierte en roca firme sobre la que se edifica la sociedad, pues en ella se aprende la relación sana de padre, madre, es­posos, hijos y hermanos, para salir a la sociedad a construir el ritmo de las relaciones interpersonales sanas. En este sentido Aparecida afirma que: “La familia es uno de los tesoros más importantes de los pueblos y es patrimonio de la hu­manidad entera. En nuestra con­dición de discípulos misioneros, estamos llamados a trabajar para que la familia asuma su ser y su misión, en el ámbito de la sociedad y de la Iglesia” (DA 432), y pue­da ser artífice de la transformación de la sociedad desde los valores del Evangelio.

La Cruz hace parte de la vida hu­mana y también de la vida familiar, en esto tenemos que aprender de la Santí­sima Virgen María, a estar junto a la Cruz del Señor, a veces con dolor, pero de pie y con la esperanza en Jesús que no defrau­da, porque “los do­lores y las angustias se experimentan en comunión con la Cruz del Señor, y el abrazo con Él permite sobrellevar los peo­res momentos. En los días amargos de la familia hay unión con Jesús abandonado que puede evitar una ruptura. Las familias alcanzan poco a poco, con la gracia del Es­píritu Santo, su santidad a través de la vida matrimonial, participando también en el misterio de la Cruz de Cristo, que transforma las dificul­tades y sufrimientos en una ofrenda de amor” (Amoris Laetitia 317).

Esta enseñanza del Papa Francisco es muy consoladora, porque mu­chos matrimonios y familias rom­pen sus relaciones en la primera dificultad o crisis que experimen­tan, olvidando que con la gracia de Dios recibida en el sacramento del matrimonio y renovada día a día en la Eucaristía, se puede ­perseve­rar en la misión recibida hasta el final. En nuestro camino cristiano encontramos matrimonios que han perseverado en su amor fiel duran­te muchos años, conscientes que su vida conyugal ha tenido momentos de cruz e incertidumbre, pero con la certeza de que el Señor está siempre presente todos los días hasta el final de sus vidas.

Los desafíos son grandes porque no es fácil hacer frente en el momen­to actual, a todas las situaciones de adversidad por las que atraviesan las familias, sin embargo, cuando tenemos conciencia que Jesucristo ilumina y unifica la vida familiar, podemos seguir adelante, abiertos a la gracia de Dios y al don que viene de lo alto que nos fortalece, alien­ta, nos llena de esperanza y nos da la certeza que “Dios ama nuestras familias, a pesar de tantas heridas y divisiones. La presencia invoca­da de Cristo a través de la oración en familia nos ayuda a superar los problemas, a sanar las heridas y abre caminos de esperanza” (DA 119).

Convoco a todas las familias a en­contrar unos minutos cada día para estar unidos ante el Señor, rogar por las necesidades familiares, orar por los miembros del hogar que están pasando situaciones difíciles, pe­dirle la gracia de la caridad y del amor conyugal, darle gracias a Dios todos los días por la vida y todo lo que acontece en la familia.

Pongamos la vida personal y fa­miliar bajo la protección y amparo de la Santísima Virgen María y del Glorioso Patriarca San José, para que juntos en el hogar hagan profe­sión de fe proclamando “Tú eres el Cristo” (Mc 8, 29).

En unión de oraciones, reciban mi bendición

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