Por: Monseñor José Libardo Garcés Monsalve, Obispo de la Diócesis de Cúcuta
En el desarrollo del Proceso Evangelizador de la Iglesia Particular (P.E.I.P.) de nuestra Diócesis de Cúcuta, este mes de agosto está destinado a reunirnos para celebrar juntos la fiesta diocesana, con el lema “Encontrémonos como hermanos, sigamos adelante”, el cual tiene como propósito que cada uno pueda afianzar los vínculos de caridad necesarios para vivir en comunión fraterna, en la familia y en la comunidad de creyentes que es la Iglesia.
Todos experimentamos en el presente un clima de mucha incertidumbre y violencia, donde la raíz de estas dificultades está en el hecho de que el otro se ha convertido en una amenaza para la vida personal. Ya no se mira al prójimo como un hermano, sino como un enemigo, alguien que obstaculiza los planes personales egoístas y mezquinos. Frente a esa realidad, nuestro Señor Jesucristo en el sermón de la montaña, nos enseña que el mandamiento nuevo del amor tiene su alcance en amar a los enemigos y a los que se convierten en un obstáculo para mi vida: “Han oído que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen. Así serán dignos hijos de su Padre del cielo, que hace salir el sol sobre buenos y malos, y manda la lluvia sobre justos e injustos” (Mt 5, 43-45).
En este camino cristiano y espiritual, el prójimo no es una amenaza, sino un hermano que está frente a mí, a quien debo custodiar y ayudar para que su vida crezca y para que llegue a la santidad. Por este motivo frente al pecado del otro, frente a la equivocación que pueda tener en su vida, el camino para recuperarlo es la corrección fraterna, tal como lo plantea el evangelista Mateo cuando enseña: “Por eso, si tu hermano te ofende, ve y llámale la atención a solas. Si te hace caso, habrás ganado a tu hermano” (Mt 18, 15), haciendo de la corrección fraterna, un servicio fraterno, en la línea de la recuperación de quien se ha equivocado, como un modo evangélico de situarse ante el pecado ajeno, tal como lo enseña Terrinoni cuando dice que la corrección fraterna “es un gesto purísimo de caridad, realizado con discreción y humildad, en relación con quien ha errado; es comprensión caritativa y disponibilidad sincera hacia el hermano para ayudarle a llevar el fardo de sus defectos, de sus miserias y debilidades a lo largo de los arduos senderos de la vida; es una mano tendida hacia quien ha caído para ayudarle a levantarse y reemprender el camino”.
De esta manera, se puede decir que es una solícita intervención fraterna que quiere curar las heridas del alma, sin causar sufrimientos, ni humillaciones, que va desde la ayuda que se presta al hermano para que no se extravíe, el apoyo que se ofrece a los débiles o el estímulo dirigido a los pusilánimes, la exhortación, la llamada de atención y la corrección.
Evidentemente, este modo de entender la corrección fraterna exige una ampliación de la perspectiva del sentido del “yo”, una genuina y auténtica conversión interior. Para llegar exactamente a invertir la insolente frase de Caín (cf. Gén 4,9) y reconocer que sí, que soy yo el guardián de mi hermano, que Dios lo ha puesto a mi lado para que me ocupe de él, porque es voluntad del Padre celestial que no se pierda ninguno.
Vivir en familia y en comunidad, consagrados al mismo Padre, significa tomar la decisión de recorrer el mismo camino de santidad. La familia, la comunidad parroquial, es un espacio para crecer en santidad, es el lugar donde cada uno construye su propio itinerario personal de perfección.
La corrección fraterna es la manifestación coherente de la responsabilidad asumida en relación con aquel que es mi hermano, y cuya santidad me preocupa, más aún, junto al cual yo me santifico. De lo contrario, lo que hay es aislamiento, marginación fraterna, esa sutil violencia de la perfección privada que no deja espacio para el otro en mi corazón, en definitiva, lo que hay es el “homicidio”.
No hay que pensar que este término es exagerado, porque, o me hago responsable de mi hermano o lo excluyo de mi vida, exactamente como si lo matara; no hay un término medio. Realmente Caín mató y obró “como si matara” a su hermano Abel, cuando a la pregunta del Señor respondió: “¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?” (Gn 4, 9); ahí, en ese preciso momento le asestó el golpe de gracia; esas palabras matan definitivamente a un hermano, a una familia y a una comunidad; pronunciadas ante Dios que es Padre, pretenden suprimir cualquier rastro de paternidad.
Este es el gran peligro de quien no reconoce su propia responsabilidad en relación con el otro; pero vaya donde vaya, aunque huya, le perseguirá y no lo dejará en paz la pregunta del Padre: “¿Dónde está tu hermano?” (Gn 4, 9). De esta manera, ‘comunidad cainita’ es la que demuestra desinterés por el prójimo, como si uno no fuera el guardián de los demás y más aún cuando el hermano está a punto de caer o ya ha caído.
Como creyentes en Cristo seguimos comprometidos con la comunión que estamos llamados a realizar desde la caridad, que tiene una misión muy importante en la corrección fraterna y que ayuda a encontrarnos como hermanos, no como simple acto emocional, sino como una respuesta de fe en nuestro Señor Jesucristo, que nos invita desde el Evangelio a amarnos los unos a los otros, tal como Él nos ha amado, creando comunión y fortaleciendo los vínculos de unidad desde el perdón y la reconciliación, incluyendo a nuestros enemigos.
Que la Santísima Virgen María y el glorioso Patriarca san José, alcancen del Señor todas las gracias y bendiciones necesarias, para vivir la comunión en la familia y en la Iglesia, desde la corrección fraterna, con la certeza que es la respuesta adecuada para un mundo que se torna cada vez más dividido y violento. Por eso resuena en el corazón la invitación: encontrémonos como hermanos, sigamos adelante.
Reciban mi bendición.