Por: Pbro. Carlos Arturo Flórez Gómez, párroco Nuestra Señora de La Candelaria
Fotos: Centro de Comunicaciones Diócesis de Cúcuta
Después de celebrar la fiesta de La Candelaria, que recuerda esta advocación mariana venerada con gran fervor en diferentes partes del mundo, la Diócesis de Cúcuta presenta a la parroquia Nuestra Señora de La Candelaria, un templo que guarda la esperanza de los fieles en Jesucristo y, además, es un icono arquitectónico en la ciudad. A continuación, un recorrido por la historia y el signo de fe de esta gran obra.
Antecedentes
La comunidad del barrio Sevilla pertenecía inicialmente a la parroquia San Antonio de Padua, cuya jurisdicción era muy grande para ser atendida por un solo sacerdote (en ese entonces el presbítero Guillermo Santamaría). El templo quedaba distante y la densa población sentía la necesidad de mayor atención espiritual.
Mediante la Bula Pontificia del Papa Pío XII, se declaró en 1950 el Año Santo y en toda la Iglesia Católica hubo actos litúrgicos y misiones especiales que levantaba el espíritu y el fervor cristiano. Sin embargo, a la par de este renacer espiritual, también se gestaba el aspecto político, precisamente, en el barrio Sevilla, que con numerosa población y en su mayoría de filiación liberal, vivía la violencia bipartidista tras la crisis que generó la muerte del caudillo Jorge Eliécer Gaitán, desatando una guerra entre conservadores y liberales.
Entonces, en torno al Año Santo, pensaron que, si se construía una parroquia, habría apoyo espiritual a esta comunidad, afectada por la intolerancia. Los dirigentes liberales tuvieron esta idea que fue planteada en reunión plena y acogida con entusiasmo. Organizaron bazares, bailes populares y otras actividades para recaudar fondos, con el fin de sufragar gastos de la comisión que viajaría a Pamplona a presentar la solicitud respectiva, ya que en la ciudad mitrada estaba la sede de la cual dependía la comunidad eclesial de San José de Cúcuta.
El 17 de agosto de 1951 viajó la comisión compuesta por los dirigentes cívicos: Anastasio Ramírez González, Julio Gallardo, Teodoro González Gómez, Gregorio Mancilla, Carlos Peña, Wilfredo Meneses, Antonio Rincón e Ismael Sandoval, siendo recibidos por Monseñor Rafael Afanador y Cadena, Obispo en aquel entonces de Nueva Pamplona, quien, impresionado por el entusiasmo de los visitantes, prometió atender prontamente su formal solicitud.
Al separarse la parroquia de San Antonio de Padua por decreto n.° 367 del 30 enero de 1952, nació el curato de Nuestra Señora de la Candelaria, firmado por el citado Obispo que nombró párroco al padre Ángel Ramón Clavijo Suárez, un sacerdote oriundo de Mutiscua. Cuando el padre Ángel Ramón fue a encontrarse con la comunidad que el Obispo le había designado, encontró una junta cívica muy animada, cuyos únicos recursos fueron el entusiasmo y la buena voluntad de todos para colaborar, sumados a los fondos económicos que tenían ($157 pesos), que alcanzaron escasamente para un mes de arriendo, ya que el párroco no tenía ni templo ni casa cural.
Tampoco conocía el vecindario, por lo que, para tener mayor contacto con la feligresía y darse a conocer, compró un proyector de cine RCA de 16 milímetros. Por las noches, en diferentes sectores de su jurisdicción parroquial, extendía un telón en cualquier pared y proyectaba películas; en el momento de cambiar el carrete de las cintas, hacía su presentación manifestando la finalidad con que había llegado a petición de la misma comunidad, pedía colaboración y organizaba comités que dirigieran distintas actividades, uniendo así a todo el vecindario en un mismo objetivo: la construcción del templo parroquial.
¿Cómo recibe el nombre la parroquia?
Cuando el primer párroco llegó al barrio tuvo conocimiento que en el caserío El Cerrito al norte del barrio El Salado, existía un antiquísimo santuario dedicado a la Virgen de La Candelaria y que los pobladores tributaban una devoción especial en este lugar, reconocían de alguna forma el aspecto milagroso de la Santísima Virgen María; esta era una imagen que llevaba un vestido con piedras preciosas incrustadas. El párroco visitó la zona y le pareció conveniente acoger este nombre, ya que el sector pertenecería a su parroquia y estaba próxima a celebrarse la festividad de la Virgen de Las Candelas, el 2 de febrero. Así propuso el nombre al Obispo Afanador y Cadena, recibiendo la aprobación y nombramiento definitivo por decreto n.° 367 del 30 de enero de 1952, el nombre: La Candelaria.
Las primeras misas en el barrio Sevilla
Inicialmente, el padre Daniel Jordán que regentaba la parroquia de San José de Cúcuta, había conseguido un salón de clases de la escuela Alfonso López, ubicada frente a la primera casa cural, separadas por la carrilera del Ferrocarril. Allí se podían celebrar las Eucaristías y otros oficios religiosos durante enero, pero luego iniciaron las matrículas escolares y se presentó el inconveniente, tanto para profesores como para el párroco. Buscando otra solución, encontraron que la plaza de mercado de Sevilla, estaba recién construida y sin haber sido inaugurada. El alcalde Manuel Jordán Pabón, autorizó que ocupara por unos pocos meses el salón amplio frontal de esta plaza vía al aeropuerto, con el compromiso de que el párroco debía salir de allí tan pronto pudiera; y ante reiteradas solicitudes de desocupar el salón, urgió la construcción del templo que se realizó en un tiempo récord de casi dos años. Cronológicamente, la parroquia de La Candelaria fue la sexta parroquia en constituirse en la ciudad de Cúcuta, un año antes fue la parroquia de San Rafael, por el presbítero Eduardo Trujillo Martínez, que regentó años después la parroquia de La Candelaria.
El templo de La Candelaria
El párroco Clavijo Suárez no quería un templo tradicional por el elevado costo y lo poco funcional (porque las columnas en un interior, impiden la visibilidad) y pensó en un estilo catacumbal de una sola nave. Visitó varios templos de la ciudad, de San Cristóbal y Bogotá, donde colaboraron los presbíteros Rafael García Herreros (fundador del Minuto de Dios) y Félix Román Miranda e Hipólito Arias, sacerdotes muy ilustres. Allí contactó el arquitecto Juvenal Moya Cadena, a quien se le encomendó la elaboración de los planos, logrando acatar magistralmente la línea propuesta.
El proyecto fue presentado al Arzobispo de Pamplona para su aprobación, pero al no existir junta diocesana de arquitectura, fue remitido a la junta arquidiocesana de Bogotá, de la cual hacia parte el reverendo Félix Román Miranda, quien a su vez había sido su profesor en el Seminario de Pamplona. Una vez aprobado dispusieron la construcción en el sitio conocido como el patio de golf o patio del Ferrocarril. El calculista de la majestuosa obra fue el ingeniero Fabio Guillermo González Zuleta, y la dirección a cargo del ingeniero civil José Ignacio Sarmiento, quien se desempeñaba como interventor del Instituto Nacional de Fomento. Cabe destacar la calidad de profesionales vinculados a la monumental obra, resaltando que el ingeniero Fabio González fue jefe de la comisión nombrada por el gobierno nacional, junto con el ingeniero Salvador Uribe y Gerardo Rueda, el 12 de julio de 1912, para el estudio y trazado del ferrocarril de Puerto Villamizar a Tamalameque, por el Catatumbo y en 1921, fue presidente de la compañía del ferrocarril de Cúcuta junto con el ingeniero Juan Nepomuceno González Vázquez, copartícipes en la construcción y puesta en marcha del ferrocarril de Cúcuta desde su inicio hasta el final.
La chispa y el entusiasmo del vecindario organizando colectas en la plaza de mercado de la sexta, en el comercio del centro de la ciudad, así como en Puerto Santander y demás estaciones del Ferrocarril tuvo excelentes resultados gracias a salvoconductos que las directivas de este expendían. Un buen número de obreros luego de sus faenas, aportaban horas extras de trabajo gratuito, alumbrados con lámparas de Coleman poniendo su granito de arena con creces y fervor inusitados. Hombres y mujeres, adultos y chicos amalgamados ponían su trabajo en una amorosa obra hoy declarada joya arquitectónica en varias notas sobre diversas y atractivas construcciones, entre ellas, publicaciones ecuatorianas.
Es una magistral obra, que se destaca por el sistema de bóveda de cáscara de escasos cinco centímetros de espesor. Llegó a mostrar novedad en la arquitectura cucuteña, y con ella: economía, esbeltez y estabilidad, propias para estas regiones donde los movimientos sísmicos son frecuentes y de carácter violento; la arquitectura religiosa es un difícil arte, complejo y dedicado, en especial en los métodos de construcción. Con la aparición del concreto reforzado que ha variado en forma fundamental, en la parroquia Nuestra Señora de La Candelaria se dio apertura a amplios e inexplorados campos de aplicación. Se proyectó un sistema de ventilación a base de calados prefabricados en concreto reforzado propios para el clima de Cúcuta, asegurando un servicio eficaz, completo, a bajo costo, con la ventaja de mínimo mantenimiento y larga duración.
Un estilo controversial
El estilo y los detalles se prestó para discusión, era del gusto de unos, pero para otros, no. Sin embargo, el arquitecto Moya Cadena, no presenta una forma improvisada, incidental en la edificación; ella fue el fruto de meditadas consideraciones de los requisitos verdaderamente básicos que exige el diseño de un templo católico y concebido dentro de un plan simbólico; estas consideraciones tienen gran validez, como expresaba en su momento José Ignacio Sarmiento: “muchas personas podrían creer que nos estamos desligando totalmente del pasado y que abandonamos una tradición riquísima como ninguna y que imponemos en la arquitectura religiosa formas totalmente revolucionarias, mas si vivimos una edad distinta con sistemas de construcciones, técnicas, materiales, situación económica, hábitos y necesidades nuevos, es claro que al combinar todos estos factores en el diseño de un templo católico, tendremos inevitablemente formas de construcción que sólo guardan con el pasado una conexión espiritual, pero al fin una conexión y la más importante”, y en su informe cita al arquitecto católico Barry Byrne, autor del diseño de importantes templos católicos, entre otros el de Cristo Rey en Irlanda, San Francisco Javier en Kansas City y la Santa Columba en Sao Paulo, expresando que hay siempre un factor básico doctrinal: “la divinidad de Cristo, que no admite equivocación”.
Un templo entonces es principalmente un espacio en que primero, el sacerdote oficiante pueda ofrecer una liturgia de la Eucaristía y segundo, el que su congregación pueda reunirse y participar en este ofrecimiento. La estructura de un tabernáculo tiene valor desde que sea armonioso con la idea de la liturgia eucarística hasta el grado de acentuarse y que sea favorable para la congregación que participa en ella.
Dentro de la nueva concepción de la arquitectura que tiene mucho en común con el prerrenacimiento, con bases de valor arquitectónico, la función del uso y la naturaleza del sistema estructural, genera lo que Moya ha creado en su proyecto, un espacio interior enfocado sobre el altar eucarístico, abandonando todo motivo de distracción, como lo eran las capillas laterales que se añadían a los templos, haciendo perder inclusive, la forma eucarística que se había ideado primitivamente.
El Cristo de la resignación
Se quería que el Cristo del templo de La Candelaria fuese un puente entre lo moderno y lo tradicional; el sacerdote nortesantandereano, Rafael García Herreros, buscó al artista Hugo Martínez, profesor de la Universidad Nacional de Bogotá, de origen pastuso, a quien le expuso la idea, desarrollando la obra imponente que hoy contemplan los feligreses del barrio Sevilla. En esa época el Cristo tallado en piedra fue muy discutido por el modernismo, causando gran impacto entre los tradicionalistas por su tamaño monumental: cuatro metros de altura con igual dimensión entre los brazos extendidos y un cuerpo hondamente constreñido, en actitud no contemplada hasta entonces, muy diferente a las obras tradicionales de pinceles clásicos. El de La Candelaria, con cuerpo muy consumido con la cabeza levantada y los brazos totalmente templados, tiene una razón histórica bíblica, el profeta Isaías, llamado en la historia del cristianismo: el quinto evangelista, porque hizo 500 años antes de Cristo una descripción perfecta de cómo iba a ser la Crucifixión y Muerte de Jesucristo, escribió que sus miembros iban a ser templados y al templar los brazos la cabeza se levantaría.
La actitud que inspira el Cristo hay que mirarla muy de cerca, especialmente al lado izquierdo se observa una actitud de total entrega a la muerte, de total cumplimiento de la voluntad de Dios Padre, por eso se le bautizó: El Cristo de la resignación. Para el poeta y presbítero Manuel Grillo Martínez en su momento, el Cristo de La Candelaria de Sevilla fue motivo de inspiración mística y compuso el poema que en uno de sus apartes dice: “Oh inmensidad de Dios crucificada”. Esta monumental obra tallada fue bendecida el 2 de febrero de 1957 al cumplirse el primer lustro de vida parroquial y su costo fue de 3 mil pesos en aquella época.
Hoy en día, la parroquia Nuestra Señora de La Candelaria, con 68 años de vida pastoral e incrustada casi en el centro de la ciudad, ofrece atención espiritual a diversos sectores de Sevilla y sus alrededores, que deseando seguir a Jesucristo, la sienten como la casa de Dios en medio de sus propias casas.