Jesús: la Vid verdadera

Por: Pbro. Juan Carlos Ballesteros Celis, párroco de Santa Clara de Asís y miembro de la pastoral de catequesis

“Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el viñador… Yo soy la vid y ustedes los sar­mientos” (Jn 15, 1.5).

El factor esencial que se resaltará en esta catequesis es justamente el de la necesidad de la comunión con Dios y la permanencia en su amor manifesta­do en Cristo.

  • El símbolo de la vid en la Sagrada Escritura

En la Sagrada Escritura es abundan­te la alusión a este símbolo de la vid, para indicar la unión de Dios con su pueblo y el amor de predilección de Dios por ese pueblo elegido como pueblo de su propiedad. Textos de los profetas como Isaías 5, 1-7; Jeremías 2,21 y Ezequiel 15, 1-8 ponen de ma­nifiesto la realidad del pueblo de Israel constituido como la viña del Señor, ri­camente preparada y cultivada, pero que no ha sabido dar los frutos espe­rados por su rebeldía e infidelidad. La consecuencia es que Dios ha vuelto su rostro contra ellos y convertirá esa tie­rra en desolación (Cf. Ez 15,7-8).

  • La verdadera viña de Dios

El Papa Benedicto XVI en su mensaje del 6 de mayo de 2012 señala que “La verdadera viña de Dios, la verdadera vid, es Jesús, quien con su sacrificio de amor nos da la salvación y abre el camino para ser parte de esta viña”. El texto de San Juan 15 presenta la predicación de Jesús, tomando una imagen de la naturaleza, propia de la cultura agraria del pueblo de Israel, para describir magistralmente la rela­ción de comunión de vida entre Jesús y sus discípulos.

Como lo indica San Juan pablo II en audiencia general del 25 de enero de 1995: “Como acontece en el caso de la vid y los sarmientos, también entre el Maestro y sus discípulos circula la misma savia vital y se transmite la misma vida divina, la vida eterna “que estaba en el Padre y se nos ma­nifestó” (1 Jn 1, 2).

  • El Bautismo, vínculo sacramental de unidad

El hombre y la mujer, fueron creados para la comunión de vida y amor con su creador. A esa “unión común” ha sido invitado el hombre desde el mo­mento que se sembró en su corazón la semilla de la fe en el Bautismo y que justamente ha de germinar, crecer y fructificar en la medida que sea capaz de establecer una permanencia (co­munión) en Dios.

El bautismo incorpora a los bautizados a Cristo, quedando establecida plenamente una unión perfecta con Dios. El Concilio Vaticano II en este sentido enseña que: “Por el sacramen­to del bautismo, debi­damente administrado según la institución del Señor y recibido con la requeri­da disposición del alma, el hombre se incorpora realmente a Cristo crucifi­cado y glorioso y se regenera para el consorcio de la vida divina” (Unitatis redintegratio, 22).

Entre la Vid y los sarmientos circula la misma savia que les alimenta y man­tiene vivos. Entre los creyentes que son los sarmientos y Cristo que es la Vid verdadera, circula la misma savia que es el amor, que genera un vínculo irrompible dado que se entra a tomar parte de la esencia misma de Dios que es el amor. El creyente introducido en Dios por el Bautismo, está llamado a ser un referente cada vez más perfecto de ese amor que le ha de identificar como esencia de su nueva vida reci­bida. De ahí la insistencia de Jesús “permanezcan en mí como Yo en us­tedes” (Jn 15, 4).

  • Llamados a dar fruto

Los sarmientos (ramas de la planta de uva) toman su alimento de la vid (el tronco principal de la planta de uva) y solo podrán vivir y producir racimos de uvas si permanecen unidos a la vid de donde han brotado. Los discípulos están unidos al Señor y, gracias a esta unión existencial, pueden ac­tuar espiritualmente y dar fruto: “Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no per­manece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí” (Jn 15, 4).

El bautizado unido a Cristo Jesús ha sido destinado a producir fruto y fruto en abundancia. Ese mismo no puede ser otro que el amor: “Que se amen los unos a los otros como Yo los he amado” y es esa la insistencia de Jesús en este capítulo 15 de San Juan (Cf. Jn 15, 12-13.17). El amor que Jesús pide es un amor sólido, que va hasta las últimas consecuencias y prueba de ello es su entrega en la cruz: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13).

Sin embargo, ese amor como fruto, primeramente, debe expresarse en un deseo y búsqueda sincera de conver­sión, entendiéndola como un “per­manecer” en Jesús. Es tan importante este aspecto que en este breve pasaje bíblico se usa la palabra “permane­cer” una docena de veces. La condi­ción que se requiere es una sola: “Si guardan mis mandamientos, perma­necen en mi amor, como Yo he guar­dado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15, 10). La obediencia permitirá esa adhesión y permanencia a la vid verdadera que es Cristo.

  • La Iglesia, lugar visible de la comunión con Dios

La Iglesia es la comunidad de vida del creyente en relación a Cristo y de los creyentes entre sí, fundada esa comu­nión en el bautismo y perfeccionada cada día en la Eucaristía. Cuando Je­sús afirma “Yo soy la vid y ustedes los sarmientos” (Jn 15, 1) en realidad está expresando. Yo soy ustedes y us­tedes son una sola realidad conmigo que evidencia una genuina identifica­ción del Señor con su Iglesia, hasta el punto de poder definir la Iglesia como “Cuerpo místico de Cristo” donde Cristo es su cabeza y la Iglesia es su cuerpo.

De esta manera podemos concluir que permanecer en Cristo, Vid verdadera, es permanecer también en la Iglesia, en quien todos los creyentes estamos unidos como un solo cuerpo, y en donde Cristo mismo es quien nos sos­tiene y a la vez nos sostenemos unos a otros, afianzados en “una sola fe, un solo bautismo y un solo Dios y Padre de todos, que esta sobre todos entre todos y en todos” (Ef 4, 5-6).

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