Jesús el Cristo: Asciende al cielo y está sentado a la derecha del padre

Por: Pbro. Juan Carlos Ballesteros Celis, párroco de Santa Clara de Asís y miembro de la pastoral de catequesis.

En esta nueva catequesis cristo­lógica, Jesús el Cristo, nos lle­va ahora a dirigir nuestra mira­da hacia los bienes del cielo, que es justamente la patria definitiva en la que estamos llamados a permanecer, como bien lo expresa san Pablo: “Si han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde está Cris­to sentado a la diestra de Dios. Aspi­ren a las cosas de arriba, no a las de la tierra” (Col 3, 1-2).

  • ¿En qué consiste la afirmación de que Jesús subió a los cielos?

“Con esto el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios” (Mc 16, 19). Este dato bíblico recogido en el credo, representa el instante mis­mo de la “entrada irreversible de su humanidad en la gloria divina, sim­bolizada por la nube y por el cielo, donde Él se sienta para siempre a la derecha de Dios” (CIC n° 659). La Ascensión de Jesucristo marca la en­trada definitiva de la humanidad de Jesús en el dominio celeste de Dios de donde ha de volver (cf. Hch 1, 11).

Para poder afirmar lo anterior hay que tener en cuenta que, desde su resurrección hasta ese momento de su Ascensión al cielo, la gloria del Resucitado queda velada, bajo los rasgos de una humanidad ordinaria, como bien lo expresan sus mismas palabras, en el diálogo con María Magdalena: “Todavía…no he subido al Padre. Vete a donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y su Padre, a mi Dios y su Dios” (Jn 20, 17). Solo el que “salió del Padre” pue­de “volver al Padre” pues “nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre” (Jn 3, 13).

  • ¿Significa la Ascensión una ausencia definitiva de Jesús en el mundo?

San Mateo termina su Evangelio con la promesa que hace Jesús a sus dis­cípulos, justo antes de su Ascensión: “He aquí que yo estoy con ustedes, todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 20). Pareciera un mensaje contradictorio, si de acuer­do a los demás evangelios, Jesús después de hablarles fue elevado al cielo.

La Ascensión, para los discípulos no significa un abandono de Jesús, que se esfu­mó en un cielo inacce­sible y lejano, sino que quedan convencidos de que se trata de la entrada de Jesús glo­rificado en el misterio de Dios y por tanto de una presencia nueva de Jesús, cerca de todos y en todo lu­gar. Jesús “no se ha marchado, sino que en virtud del mismo poder de Dios, ahora está presente junto a no­sotros y por nosotros…Está presente al lado de todos y todos lo pueden invocar en todo lugar y a lo largo de la historia” (Benedicto XVI, Jesús el Cristo. T 2, pp 325 ss).

  • ¿Qué entender por “está sentado a la derecha del Padre”?

El Papa Benedicto XVI en su libro “Jesús de Nazareth” afirma que el trono de Dios “no se trata de un lugar cósmico lejano, en que Dios habría erigido su trono y en él habría dado un puesto también a Jesús. Dios es el presupuesto y el fundamento de toda dimensión espacial existente, pero no forma parte de ella, sino que es su creador… el Jesús que se despide, entra en la comunión de vida y poder con el Dios viviente, en la situación de superioridad de Dios sobre todo espacio” (Tomo 2, pp. 328-329).

El Catecismo nos enseña que sentar­se a la derecha del Padre significa la inauguración del reino del Mesías, cumpliéndose la visión del profeta Daniel respecto del Hijo del hom­bre: “A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un impe­rio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás” (Dn 7, 14). A partir de este momento, los apóstoles se convirtie­ron en los testigos del Reino que no tendrá fin (CIC n° 664).

  • Llamados por Jesús a la casa del Padre

Por sí sola, la humanidad no tiene ac­ceso a la casa del Padre, a la vida y felicidad en Dios. Solo Cristo ha po­dido abrir este acceso al hombre. De manera precisa lo indica Él mismo a sus discípulos cuando les dice: “Cuando yo sea levantado de la tie­rra, atraeré a todos hacia mí”(Jn 12, 32) y posteriormente afirma: “nadie va al Padre sino por mi” ( Jn 14, 6). Jesús introducido plenamente en la gloria de su divinidad, nos ha prece­dido como nuestra cabeza, para que podamos seguirlo posteriormente en la gloria de su Reinado e interce­diendo por nosotros: “Pueda salvar perfectamente a los que por él se lle­gan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor” (Hb 7, 25). Su Ascensión se configura como una invitación formal a los creyentes a seguirle, pues solo Él es el camino que conduce al Padre.

Por el bautismo, nuestra vida está escondida con Cristo (Cf. Col 3, 3) estamos “allá arriba” junto a Cris­to a la derecha del Padre. Es el “ya” ofrecido como don, pero todavía no, y eso simboliza la imagen de la “nube” que oculta a Jesús en ese momento (Cf. Hch 1, 9) pues implica para el creyente, aprender a “elevar­se” hacia esa nueva vida eterna, me­diante un caminar junto con Cristo, entendiendo que, si nos adentramos en la esencia de nuestra existencia cristiana que es el amor, entonces to­camos al Resucitado. Tomar la cruz y seguirle (Mt 16, 24) es decir un caminar junto con el crucificado, es nuestro subir para tocarlo.

  • ¡Maranathá! Ven Señor Jesús

Jesús se va bendiciendo: “Mientras los bendecía se separó de ellos su­biendo al cielo” (Lc 24, 51) y per­manece en la bendición. Sus manos quedan extendidas sobre el mundo, como un techo que nos protege, pero son al mismo tiempo un gesto de apertura que desgarra el mundo, para que el cielo penetre en él y llegue a ser en él una presencia. Esta es la ra­zón permanente de la alegría cristia­na, a imitación de la alegría de los apóstoles después de la Ascensión.

Por eso en medio de la tribulación del mal que nos asedia, le implora­mos ¡Maranathá! ¡Ven Señor Jesús! Acoge nuestra vida en la presencia de tu poder bondadoso.

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