Jesucristo: Sumo y Eterno Sacerdote

Por: Pbro. Juan Carlos Ballesteros Celis, párroco de Santa Clara de Asís y miembro de la pastoral de catequesis

“Tenemos un Sumo Sacer­dote tal, que se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, al servicio del santuario y de la Tienda verdadera, erigida por el Señor, no por un hom­bre” (Hb 8, 1-2).

Abordamos una nueva catequesis, para centrar la atención en el Sa­cerdocio de Cristo que “permanece para siempre” (Hb 7, 24) y que tiene una relevancia superior a cualquier otra forma de sacerdocio conocida, dado que en sí mismo es sacerdote, víctima y altar

  1. Prefiguraciones del Sacerdocio de Jesús

En el Antiguo Testamento, nos en­contramos que Dios se escogió un pueblo de entre todas las naciones de la tierra y a su vez lo constituyó como: “Un reino de sacerdotes y una nación consagrada” (Ex 19, 6) pero dentro de ese pueblo se eligió a la tri­bu de Leví, como estirpe sacerdotal para el servicio litúrgico. Es relevan­te en el Antiguo Testamento, además de Aarón y la tribu de Leví, la figura sacerdotal de Melquisedec “Sacerdo­te del altísimo” (Gn 14, 18).

Todas estas prefigura­ciones del A.T., alcan­zan su cumplimiento en Cristo Jesús que en su ser Hijo, desde toda la eternidad, está ante el Padre en actitud de sumisión amorosa a su voluntad y en cumpli­miento de esa volun­tad, se hace hombre ofrendado como sacrificio puro y santo para alcanzar­nos la salvación. Como sacerdote, su encargo es santificar y conducir a Dios a una humanidad pecadora y extraviada.

2. ¿Por qué se habla del único sacerdocio de Cristo?

El Sacerdocio de Cristo como envia­do del Padre, es totalmente diferente al sacerdocio hasta entonces conoci­do, dado que no ofrece sacrificios ni holocaustos por sus propios pecados, pues en Él no hay pecado, sino que es sacerdote: “Santo, inocente, in­contaminado, apartado de los peca­dores, encumbrado por encima de los cielos” (Hb 7, 26). En este orden de ideas, se puede afirmar que:

a. Jesús reemplaza el lugar del culto y realiza la redención por su sangre, de una vez y para siempre “entre­gándose a sí mismo como rescate por todos” (1 Tm 2, 6). Se ofrece como sacrificio agradable al Padre en el madero de la cruz, para el perdón de los pecados de la humanidad.

b. Gracias a la eficacia irreversible de su muerte, se transformó en el media­dor de una alianza con validez total y eterna (Cf. Hb 9, 15-23) y se convir­tió en la tienda más perfecta adaptada al verdadero santuario de la presen­cia de Dios.

c. Jesús tiene ahora un sacerdocio celestial que es superior a cualquier sacerdocio en la tierra, pues exalta­do a la gloria del Padre y constituido “Sumo y eterno Sacerdote” estable­ció realmente una comunicación per­fecta y definitiva entre el hombre y Dios, abriendo el acceso al santuario celestial.

La repetición de los sacrificios estipulados en la ley, ponen de ma­nifiesto que no pueden perdonar los pecados. En cambio, el sacrifi­cio de Jesús que fue uno y para siempre, nos ha conseguido ya la salvación como lo evidencia la car­ta a los hebreos: “Mediante un solo sacrificio, llevó a perfección definiti­va a los consagrados” (Hb 10, 14).

3. Sacerdote eterno “único mediador entre Dios y los hombres”

“Hay un solo Dios y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también que se entregó a sí mismo como rescate por todos” (1 Tm 2, 5). Solo el Hijo de Dios hecho hombre por quien “fue­ron creadas todas las cosas” (Col 1, 16) y en quien se recapitulan todas las cosas, podía ser ese mediador in­comparable, que al encarnarse asume una humanidad decaída y arrastrada por el pecado, y que ahora resucitado y exaltado a la derecha del Padre, le abre el acceso inmediato a Dios, gra­cias al don del Espíritu Santo.

Además de Mediador, es ante todo Sacerdote eterno en el cielo, pues su sacerdocio no acabó en el madero de la cruz, sino que luego de su resu­rrección, continúa su obra de media­ción y de propiciación ante el Padre, abarcando todos los tiempos y cuyo destino es la plena consumación de la humanidad de manera que “Dios sea todo en todo” (1 Cor 15, 28).

4. El sacerdocio de Cristo y el sacerdocio en la Iglesia

El único sacerdocio de Cristo, se hace presente por el sacerdocio mi­nisterial, sin que con ello se quebrante la unicidad del sa­cerdocio de Cristo, dado que como lo expone Santo Tomás de Aquino: “Solo Cristo es el ver­dadero sacerdote y los demás son ministros suyos” (CIC n° 1545).

En su designio de salvación, determinó el Señor perpe­tuar en la Iglesia su único sacerdocio, entendien­do el Sacramento del orden sacerdo­tal como partici­pación del único sacerdocio de Jesús. Como se encuentra plas­mado en el pre­facio de la misa de esta fiesta, en el misal romano: “Elige hombres de su pueblo para que, por la impo­sición de las ma­nos, participen de su sagrada misión. Ellos renuevan en nombre de Cristo el sacrificio de la redención, preparan a tus hijos el banquete pascual, presiden a tu pue­blo santo en el amor, lo alimentan con tu Palabra y lo fortalecen con tus sacramentos”.

Pero también es su designio, confiar al pueblo de Dios por el Bautismo, el sacerdocio común, en que están llamados a “ofrecer sus cuerpos como hostia viva, santa y agradable a Dios: tal será su culto espiritual” (Rm 12, 1-2). De esta manera “te­niendo un gran sacerdote al frente de la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero y llenos de fe, con el corazón purificado de mala concien­cia y con el cuerpo lavado en agua pura” (Hb 10, 21-22).

Scroll al inicio