Por: Pbro. Juan Carlos Ballesteros Celis, párroco de Santa Clara de Asís y miembro de la pastoral de catequesis.
“Sí como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz” (Jn 18, 37).
El año litúrgico se cierra con la celebración de la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, indicando con ello, que la Iglesia es peregrina, hacia el encuentro del que viene como Señor de la vida y de la historia.
En el Antiguo Testamento son abundantes las referencias a la realeza del Mesías salvador; algunas de ellas de manera indirecta (ver Nm 24, 19; Sal 2 y 44); y otras más directas, en que se evidencia la realeza del Señor: “el trono tuyo ¡Oh Dios! Permanece por los siglos de los siglos; el cetro de su reino es cetro de rectitud” (Sal 44) y también “Dominará de un mar a otro, y desde el uno al otro extremo de la tierra” (Sal 71).
El libro de Daniel, anuncia que el Dios del cielo fundará un reino, “el cual no será jamás destruido…, permanecerá eternamente” (Dn 2, 44); y poco después añade: “Yo estaba observando durante la visión nocturna, y he aquí que venía entre las nubes del cielo un personaje que parecía el Hijo del Hombre; quien se adelantó hacia el Anciano de muchos días y le presentaron ante El. Y a Él se le dio la potestad, el honor y el reino: Y todos los pueblos, tribus y lenguas le servirán: la potestad suya es potestad eterna, que no le será quitada, y su reino es indestructible” (Dn 7, 13- 14).
Por su parte los profetas de manera más precisa, refiriéndose al Mesías, manifiestan:
- “Nos ha nacido un Párvulo y se nos ha dado un Hijo, el cual lleva sobre sus hombros el principado; y tendrá por nombre el Admirable, el Consejero, Dios, el Fuerte, el Padre del siglo venidero, el Príncipe de Paz. Su imperio será amplificado y la paz no tendrá fin; se sentará sobre el solio de David, y poseerá su reino para afianzarlo y consolidarlo haciendo reinar la equidad y la justicia desde ahora y para siempre” (Is 9, 6-7).
- “Por eso le daré parte entre los grandes y con poderosos repartirá despojos, ya que indefenso se entregó a la muerte y con los rebeldes fue contado, cuando él llevó el pecado de muchos e intercedió por los rebeldes” (Is 53, 12).
- “Suscitaré a David un germen justo: reinará un rey prudente, practicará el derecho y la justicia en la tierra” (Jr 23, 5).
- “El edificará el templo de Yahveh, él llevará las insignias reales, se sentará y dominará en su trono” (Zac 6, 13).
2. Jesucristo Rey, en el Nuevo Testamento
La doctrina sobre Jesucristo Rey, anunciada en Antiguo Testamento, se haya magníficamente confirmada. Un ejemplo claro de ello es cuando el ángel Gabriel visita a María, le dice refiriéndose al hijo que habrá de concebir “el Señor Dios le dará el trono de David su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos de los siglos y su reino no tendrá fin” (Lc 1, 32-33). Este Rey anunciado, al encarnarse, se hizo el servidor de todos “humillándose a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y una muerte de Cruz” (Flp 2, 8).
Refiriéndose a sí mismo, Jesús afirmó, “El Hijo del hombre, no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20, 28). Y públicamente declara ante Pilato: “Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos; pero mi Reino no es de aquí” (Jn 18, 36). Posteriormente antes de su ascensión, afirmó ante sus discípulos “me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra” (Mt 28, 18).
Esta afirmación es enseñada por el apóstol Pedro, en su discurso al pueblo después de Pentecostés: “sepa con certeza toda la casa de Israel, que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús, a quien ustedes han crucificado” (Hch 2, 36). Anuncio confirmado elocuentemente por san Pablo al enseñar que: “Dios lo exaltó y le concedió el nombre sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra y en los abismos y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor, para la gloria de Dios Padre” (Flp 2, 9-11).
3. Características del reinado de Jesús
En su encíclica “Quas primas” el Papa Pío XI, con la que instituyó la fiesta de Cristo Rey en la liturgia de la Iglesia como cierre del año litúrgico, afirmó: “No es de maravillar que San Juan le llame “Príncipe de los reyes de la tierra” (Ap 1, 5), y que Él mismo, conforme a la visión apocalíptica, “lleve escrito en su vestido y en su muslo: Rey de Reyes y Señor de los que dominan” (Ap 19, 16). Puesto que el Padre constituyó a Cristo “heredero universal de todas las cosas” (Hb 1, 1), menester es que reine Cristo hasta que, al fin de los siglos, “ponga bajo los pies del trono de Dios a todos sus enemigos” (1 Cor 15, 25).
Los textos bíblicos hasta ahora citados, demuestran que el Reino de Cristo es de carácter espiritual y se refiere a las realidades espirituales. Según el Evangelio de san Juan, la Cruz viene a ser el trono del rey, y la Pasión se constituye en el ceremonial de investidura del Rey, pues es sobre el leño de la cruz, donde resplandece el amor de quien nos ha amado hasta el final. Es la soberanía del amor de Cristo, que está por encima de lo caduco de los reinos de este mundo.
Contrario a lo que pensaba el pueblo de Israel, que esperaba un mesías político y guerrero. El reino de Jesús es una lucha frontal contra el imperio del mal, manifestando la soberanía de su amor “nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13).
4. Realeza gloriosa de Jesús, al final de los tiempos
Aun cuando el presente es un combate entre quien pertenece al Reino de Dios y quien pertenece al dominio de las tinieblas, ciertamente se entrevé la victoria final de Cristo y sus elegidos al final de los tiempos “la victoria es de nuestro Dios que está en el trono y del cordero” (Ap 7, 10). Jesús mismo, hablando sobre el final de los tiempos afirma: “aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre… y lo verán venir sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria” (Mt 24, 30). San Pablo describe esta soberanía de Jesús, quien “debe reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies” y “Cuando hayan sido sometidas a él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a aquel que ha sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todo” (1 Cor 15, 25.28).
Solo queda esperar en Él, Rey y Señor de todo cuanto existe y perseverar firmes e inconmovibles en la fe hasta el final, pues en su promesa aguarda la Iglesia: “Sí, vengo pronto. ¡Amén! ¡Ven señor Jesús!” (Ap 22, 20).