Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve, Obispo de la Diócesis de Cúcuta
Comenzamos la semana de reflexión y oración por la familia al celebrar en nuestra Diócesis de Cúcuta la Semana de la Familia, con el propósito de tomar conciencia del llamado de Dios a cada hogar para defender, proteger y custodiar la vida humana y la familia, como base esencial para construir persona y sociedad desde las virtudes del Evangelio, con la certeza que Jesucristo nuestra esperanza ilumina y unifica la vida familiar y con la gracia que derrama cada día sobre los hogares, fortalece la unidad y la comunión, que dan bienestar y estabilidad a la vida familiar, sabiendo que “el bien de la familia es decisivo para el futuro del mundo y de la Iglesia” (‘Amoris Laetitia’ #31), bienestar que está en manos de nuestras familias cristianas para construir un mundo perdonado, reconciliado y en paz.
Con Jesucristo al centro de la familia, la vida se hace más llevadera y aún los dolores y los sufrimientos, con las alegrías y aciertos, van ayudando al crecimiento y fortalecimiento del hogar. Así lo expresa el Papa Francisco cuando afirma: “La presencia del Señor habita en la familia real y concreta, con todos los sufrimientos, luchas, alegrías e intentos cotidianos. Cuando se vive en familia, allí es difícil fingir y mentir, no podemos mostrar una máscara. Si el amor anima esa autenticidad, el Señor reina allí con su gozo y su paz” (AL #315), de tal manera que la vida familiar se santifica mediante la vivencia de la caridad, que debe tener como núcleo el perdón, que da capacidad para seguir adelante.
Una familia cristiana, donde los padres han entendido la misión que Dios les ha confiado de dar la vida, protegerla y custodiarla, ayudando a los hijos en su formación y desarrollo, se hace servidora del Señor, anunciadora del Evangelio de la familia, que sirve a otros hogares que pueden estar en dificultades, a centrar su vida en el Señor. El Documento de Aparecida (DA) reconoce esta misión de los padres cuando afirma: “El gran tesoro de la educación de los hijos en la fe consiste en la experiencia de una vida familiar que recibe la fe, la conserva, la celebra, la transmite y la testimonia. Los padres deben tomar nueva conciencia de su gozosa e irrenunciable responsabilidad en la formación integral de los hijos” (DA #118), convirtiéndose en servidores del Señor, discípulos misioneros, que comunican dentro y fuera del hogar el Evangelio de la vida y la familia.
La familia que edifica su vida sobre la roca firme de Jesucristo, recibirá la fuerza diaria para afrontar los desafíos y tareas en la misión que ha recibido de Dios y podrá también convertirse en luz que ilumina el caminar de otras familias, que se ven desanimadas en continuar con la lucha diaria, porque “la familia cristiana, hoy, sobre todo, tiene una especial vocación a ser testigo de la alianza Pascua de Cristo, mediante la constante irradiación de la alegría del amor y de la certeza de la esperanza, de la que debe dar razón. La familia cristiana proclama en voz alta tanto las presentes virtudes del Reino de Dios como la esperanza de la vida bienaventurada” (‘Familiaris Consortio’ #52), incluyendo el testimonio cristiano al abrazar la cruz del Señor y contemplarla en medio de las dificultades que se viven en cada hogar.
La cruz hace parte de la vida humana y también de la vida familiar, en esto tenemos que aprender de la Santísima Virgen María, a estar junto a la cruz del Señor, a veces con dolor, pero de pie y con esperanza en Jesús que no defrauda, porque “los dolores y las angustias se experimentan en comunión con la cruz del Señor, y el abrazo con Él permite sobrellevar los peores momentos. En los días amargos de la familia hay unión con Jesús abandonado que puede evitar una ruptura. Las familias alcanzan poco a poco, con la gracia del Espíritu Santo, su santidad a través de la vida matrimonial, participando también en el misterio de la cruz de Cristo, que transforma las dificultades y sufrimientos en una ofrenda de amor” (AL #317).
Los desafíos son grandes, porque no es fácil hacer frente en el momento actual a todas las situaciones de adversidad por las que atraviesan las familias, sin embargo, cuando tenemos conciencia que Jesucristo ilumina y unifica la vida familiar, podemos seguir adelante, abiertos a la gracia de Dios y al don que viene de lo alto que nos fortalece, alienta, llena de esperanza y nos da la certeza que “Dios ama nuestras familias, a pesar de tantas heridas y divisiones. La presencia invocada de Cristo a través de la oración en familia nos ayuda a superar los problemas, a sanar las heridas y abre caminos de esperanza” (DA #119), con la certeza que no estamos solos en la vida familiar, ya que la gracia de Dios y la compañía de la Iglesia, nos ayudan a fortalecer los vínculos de comunión familiar, como expresión de la auténtica caridad que debe reinar en el hogar.
Convoco a todas las familias a encontrar unos minutos cada día para estar unidos ante el Señor, rogar por las necesidades familiares, orar por los miembros del hogar que estén pasando situaciones difíciles, pedirle la gracia de la caridad y del amor conyugal, darle gracias a Dios todos los días por la vida y todo lo que acontece en la familia. Pongamos la vida personal y familiar bajo la protección y amparo de la Santísima Virgen María, en todas las circunstancias de la existencia, aún en los momentos de cruz. Que el glorioso Patriarca san José, unido a la Madre del Cielo, alcancen de Nuestro Señor Jesucristo la fortaleza en la fe, la esperanza y la caridad, para vivir en el hogar iluminados y unificados por Él, para que construyamos hogares perdonados, reconciliados y en paz.
En unión de oraciones, sigamos adelante. Reciban mi bendición.