Jesucristo: dador del agua de vida eterna

Por: Pbro. Juan Carlos Ballesteros Celis, párroco de Santa Clara de Asís y miembro de la pastoral de catequesis

“El que beba del agua que Yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que Yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para la vida eterna” (Jn 4, 14).

El hombre en su día a día, es como un caminante, que atravesando el de­sierto de la vida, tiene sed de un agua viva, capaz de refrescar en profun­didad su deseo de plenitud y de paz, que es su búsqueda permanente. Esta catequesis busca plantear cómo Jesús, es el dador de esta agua viva que vier­te sobre quienes han sido constituidos como hijos de Dios, con el agua bau­tismal.

  • La alusión al agua en las Sagradas Escrituras

El signo del agua aparece frecuente­mente mencionado en la Biblia: En el origen del mundo “el Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas” (Gn 1, 2), el diluvio en que “unos pocos… fueron salvados a través del agua” (1 Pe 3, 20) el paso del pueblo de Israel por el mar rojo hacia su liberación (Ex 14, 21) el paso de Israel por el río Jordán hacia la tierra prometida (Jos 3, 15-16). Son imágenes bíblicas que, desde antiguo, mostraban el valor del agua como signo de vida, purificación y liberación y que viene a ser prefigu­ración del Sacramento del Bautismo.

En el Nuevo Testamento, Jesús co­mienza su vida pública después de hacerse bautizar por Juan el Bautista en el Jordán (Mt 3, 13) y, después de su Resurrección, confiere esta misión a sus apóstoles: “Vayan, pues, y ha­gan discípulos a todas las gentes bau­tizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y ense­ñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado” (Mt 28, 19-20). Ya en la Iglesia naciente, como lo atestigua el libro de los Hechos de los Apóstoles, los recién convertidos por la predica­ción Apostólica, son bautizados en el nombre del Señor Jesús. Así el agua viene a manifestar que el Resucitado, ha abierto para todos, las fuentes del Bautismo que conducen a la eterni­dad.

  • El simbolismo del agua en los Sacramentos de la Iglesia

El signo del agua es especialmente representativo como materia del Sa­cramento del Bautismo, de manera que “El simbolismo del agua es signi­ficativo de la acción del Espíritu San­to en el Bautismo, ya que, después de la invocación del Espíritu Santo, esta se convierte en el sig­no sacramental eficaz del nuevo nacimiento: Del mismo modo que la gestación de nuestro primer nacimiento se hace en el agua, así el agua bautismal signifi­ca realmente que nues­tro nacimiento a la vida divina se nos da en el Espíritu Santo” (Cate­cismo de la Iglesia Católica 694).

Además del Bautismo también en la Eucaristía es especialmente represen­tativo este signo del agua, en cuanto que: “La sangre y el agua que brota­ron del costado traspasado de Jesús crucificado (cf. Jn 19, 34) son figuras del Bautismo y de la Eucaristía, sa­cramentos de la vida nueva (cf. 1 Jn 5, 6-8): desde entonces, es posible “na­cer del agua y del Espíritu” para en­trar en el Reino de Dios” (CIC 1225).

De esta manera, el Bautismo consti­tuye el nacimiento a la vida nueva en Cristo y la Eucaristía se constituye en “centro y culmen de la vida del cris­tiano”.

  • ¿Qué es el agua viva?

En el Evangelio de san Juan, Jesús les hace a sus discípulos una prome­sa: “Les digo la verdad: Les conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a ustedes el Paráclito; pero si me voy, se lo enviaré” (Jn 16, 7). Cumplida esta promesa, “El Espíritu es personalmente el Agua viva” (CIC n° 694) y a partir de esa afirmación se entiende la invitación del Señor: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba el que crea en mí” (Jn 7, 37) y en seguida aclara el autor sagrado: “Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en Él” (v. 39).

El Espíritu Santo que procede del Padre, es el agua viva que Jesús vierte en nuestros corazones, como está consignado en la carta a los Romanos: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado” (Rm 5, 5).

  • Los efectos del agua viva en el creyente

San Pablo describe lo que produce en el creyente, el recibir la efusión del Espíritu Santo, el agua viva de Dios para su pueblo: “Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espí­ritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios: Padre. El mismo es­píritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Si somos hijos, también somos herederos, herederos de Dios y cohe­rederos de Cristo, porque sufrimos con él para ser glorificados con él” (Rm 8, 14-17).

Veamos otros efectos del agua viva, que es el Espíritu Santo:

  • “Todos los bautizados en Cristo se han revestido de Cristo” (Gal 3, 27).
  • “Han sido lavados, han sido san­tificados, han sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios” (1 Cor 6, 11).
  • “En un solo Espíritu hemos sido to­dos bautizados, para no formar más que un solo cuerpo… Y todos hemos bebido de un solo Espíritu” (1 Cor 12, 13).

Vale la pena concluir este tema, con la enseñanza del Papa Francisco en ca­tequesis del 8 de mayo de 2013: “He aquí por qué el agua viva, que es el Espíritu Santo, sacia nuestra vida, porque nos dice que somos amados por Dios como hijos, que podemos amar a Dios como sus hijos y que con su gracia podemos vivir como hijos de Dios, como Jesús. Y nosotros, es­cuchamos al Espíritu Santo que nos dice: Dios te ama, te quiere… dejé­monos guiar por el Espíritu Santo”. Como finalmente respondió la Sama­ritana a Jesús, junto al pozo de Jacob, digamos también nosotros: “Señor dame de esa agua, para que no tenga más sed” (Jn 4, 15).

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