Imagen: Centro de Comunicaciones Diócesis de Cúcuta
“Dos sedientos Jesús mío, Tú de almas y yo de saciar tu sed, ¿qué nos detiene pues?”. Santa Laura Montoya.
Un día como hoy, 21 de octubre, de 1949, murió en Medellín Laura Montoya Upeguí, quien nació el 26 de mayo de 1874 en Jericó (Colombia), en el seno de una familia católica piadosa, donde desde muy pequeña le enseñaron a hablar con el Padre del cielo y a orar por los más necesitados.
Cuando tenía dos años quedó huérfana de padre en una fuerte época violenta para Colombia, quedando ella, sus dos hermanos y su madre en medio de la pobreza y la necesidad.
Siendo Laura aún una niña, observaba a su madre que rezaba todos los días por un hombre que no era su padre, ella al preguntar quién era, le respondió que era por aquel que lo había asesinado; desde allí aprendió la importancia de perdonar y pedir por los que ofenden al mundo. Ya al crecer y convertirse en una joven colaboró eficazmente en las labores del hogar, pero también quería ayudar a solventar la situación económica de su familia, así que estudió para ser docente y se convirtió en una pedagoga que amaba su labor y se donaba a cada grupo de niños de los que era maestra.
Al finalizar una de sus clases, se dirigió al Santísimo y allí tuvo su encuentro personal con la Paternidad de Dios, quien coloca en su corazón evangelizar a los indígenas; por tal razón organizó un viaje hasta Roma para hablar con el Papa Pío X.
Al estar lista, frente a la Virgen María en una imagen le dijo: “Mira Señora, este dinero es el fruto del trabajo de muchos años y va ahora a gastarse en hoteles y barcos. Y todo porque tú, señora mía, me dejas sufrir sola y no me haces el mandado a Roma”.
“Esta misma noche, preséntate, te lo ruego, al Santo Padre y cuando él ponga la cabeza en la almohada, hazle sentir los gemidos de los pobres salvajes del mundo y compromételo a hacer algo por ellos». Y dijo: “Suspendo el viaje, mientras me traes la respuesta del Papa».
Un muy amigo suyo sacerdote le dijo que esa carta duraría aproximadamente mes y medio en llegar a Roma. Pero sucedió algo extraordinario, el Papa publicó una encíclica llamada “Lacrymabili Statu Indorum» (El lastimoso estado de los indios), con el fin de que la Iglesia comenzara a realizar obras por los indígenas. Laura al escuchar la noticia, confirmó su llamado a la vida religiosa y a la misión que Él le había encomendado en aquel encuentro. Y en 1914 fundó la familia religiosa “Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena”.
Debido a los grandes peligros de la selva, Santa Laura al estar en oración, Jesús le permitió observar cómo las culebras y las fieras se les acercaban, pero Él no permitía que nada le pasara y así sería para los que estuvieran con ella. Hasta el momento Jesús ha mantenido su promesa.
En su camino de evangelización siempre fue criticada, en especial por las mujeres y hombres de clase alta, ya que en ese tiempo que una mujer fuera a realizar una tarea tan importante y no un hombre, daba mucho de qué hablar. Pero ella solo quería servir a Cristo por lo que fue más su llamado.
“Dos sedientos, Jesús mío: Tú de almas y yo de saciar tu sed”, expresaba Laura.
Al llegar a la selva, enseñó a leer, escribir y a hablar español a muchas comunidades indígenas, y después les hablaba de Dios como creador de la naturaleza. Gracias a su ayuda se bautizaron muchas familias y la comunidad Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena creció por Gracia de Dios.
Desde 1949 su salud comenzó a decaer y sus fuerzas ya eran menos. Ese mismo año falleció, para entonces, su comunidad estaba conformada por 467 religiosas y 93 novicias y 122 casas en donde se trabajan con tribus de Colombia, Ecuador y Venezuela. Fue canonizada en el 2012 por el Papa Benedicto XVI.