Nuestra Patria, Colombia, vive un conflicto armado que ha tocado un número inmenso de personas. Las razones históricas de este fenómeno social, de grandes dimensiones, muy dolorosas por cierto, se remontan en el tiempo a muchos decenios. Algunos autores ponen el inicio de este conflicto en el final de la llamada “Guerra de los Mil Días”.
De otra parte, estos días nos traen esperanzas de paz. Por primera vez se presentan, de forma concreta y precisa, horizontes para la firma de acuerdos que nos llevan hacia un tiempo de paz y de reconciliación entre los colombianos. Ante esto, es importante reconocer la necesaria participación de todos los miembros de la nación – de los ciudadanos. Ello es necesario, dadas las condiciones de sufrimiento y de violencia que han afectado a muchas regiones de Colombia, la nuestra una de ellas.
En la construcción de la paz, todos tenemos, como creyentes, que dar nuestro aporte y nuestra colaboración para que pueda abrirse la puerta de paz, que lleva al progreso y al desarrollo con equidad para todos los miembros de esta nación.
Tiene que sembrarse la indicación de Jesús, en el Evangelio de San Mateo, para que todos seamos participes de la proclamación de la Bienaventuranza de la Paz: Bienaventurados los constructores de la paz, porque serán llamados hijos de Dios (Mateo 5, 9). Es natural y humano no participar ni aceptar la crueldad de la guerra. El dolor humano y el sufrimiento no están en la naturaleza del hombre, en el plan de Dios, establecido desde siempre para la persona humana.
La paz no es solo los acuerdos firmados, no es el establecimiento de un equilibrio de fuerzas (así lo dice el Concilio Vaticano II, en la Constitución pastoral Gaudium et Spes, Gozo y esperanza, n. 78). La paz es algo más profundo, tiene que suscitar la reconciliación y la justicia. La Justicia es el afirmar los derechos de todos, no sólo de algunos pocos. La paz es “obra de la Justicia”, lo enseña la Palabra de Dios en el Profeta Isaías (Isaías 32, 7).
La justicia es la afirmación del bien común, de los derechos y de las obligaciones de todos los que son asociados a la construcción de un Estado. Por esto es muy importante que los acuerdos que se realizan, los compromisos sociales que deben ser ejecutados en pocos meses, respeten la justicia, la verdad, la reconciliación y estén enmarcados en el derecho de todos a ser respetados. No pueden presentarse revanchismos o afirmaciones del poder de algunos.
La verdadera paz tiene que asegurar el bien de todas las personas, de todos los que hacemos parte de esta patria, Colombia. Son muchos los que, por situaciones diversas han estado fuera de la legalidad por muchos decenios. Todo este proceso tiene que llevarnos a afirmar un régimen de justicia, de libertad, de derechos para todos. En primer lugar, las víctimas tienen unos derechos fundamentales que les han sido enajenados.
Cristo es nuestra paz, es la enseñanza del Apóstol San Pablo (Efesios 2, 14). La enseñanza del gran evangelizador de los pueblos está en que de la construcción de un hombre nuevo, en sus esperanzas, acciones y realizaciones, surge un nuevo tiempo de paz. Cada uno de los hijos de la Iglesia, fieles y clero, tiene que participar activamente, con gran responsabilidad en esta tarea de la construcción de la Paz.
Una figura bíblica, tomada del Profeta Isaías, puede darnos gráficamente una gran enseñanza: “De las espadas forjarán arados y de sus lanzas podaderas. Ninguna nación levantará ya más la espada contra otra y no se adiestrarán más para el combate” (Isaías 2, 4).
Seamos todos colaboradores, constructores, artesanos, favorecedores de la Paz que tanto necesitamos.
¡Alabado sea Jesucristo!
Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid
Obispo de Cúcuta – (Colombia)