Hemos dedicado el anterior espacio del editorial de LA VERDAD a una reflexión sobre la Encíclica “Fratelli tutti”, Hermanos todos, del Papa Francisco y, concretamente de sus enseñanzas en este importante documento Pontificio.
Desearía continuar con ustedes, queridos lectores, en esta reflexión. Estos elementos que nos regala el Santo Padre, nos permiten hacer una gran síntesis de la doctrina de la Iglesia sobre las relaciones que se establecen entre las personas humanas, entre los hombres de la tierra. La enseñanza del Papa, nos presentan algunos elementos que son centrales en toda la enseñanza del Evangelio y de la Iglesia a lo largo de los siglos. Estos elementos nos tienen que animar para fortalecer las relaciones entre los hombres, entre las diversas condiciones sociales e incluso entre las diversas religiones de la tierra.
Es importante resaltar la realidad del amor que Cristo nos propone, que nos regala en el Evangelio y que nos permite entrar en la centralidad de su mensaje y de su doctrina. El amor es la clave para la relación entre todos los hombres, para todos los pueblos de la humanidad. Todo el capítulo segundo de la Encíclica, que presenta al hombre herido y puesto en la sombra. Esta realidad del hombre herido es presentada en varias oportunidades, permitiéndonos hacer una lectura de la realidad social desde la fe y desde el texto del Buen Samaritano, expresamente. Es muy bello el uso del lenguaje en este apartado de la Encíclica, que nos lleva a la actitud de amor que debe distinguirnos, donde vivamos “compasión y dignidad” Número 62.
Partiendo de la reflexión sobre este texto bíblico nos hace mirar y reflexionar sobre la indiferencia y las actitudes que en el mundo de hoy nos tocan. Es importante resaltar como muestra, en su reflexión el Santo Padre, que el hombre tiene su origen en Dios como creador y que esta es la base de su dignidad, al ser imagen de Dios (n. 57).
En su propuesta nos hace reflexionar sobre la necesidad de acoger al extranjero, en una gran llamada al amor fraterno (n. 61) y a acoger al “hermano herido”, donde se resalte la compasión y la dignidad de la persona humana (n. 62). De frente a las distintas realidades del mundo, y concretamente de cuanto vive el hombre de nuestro tiempo es necesaria la cercanía, el empeño, la propia capacidad de poner el “dinero del bolsillo” y ocuparse de las necesidades del otro para atenderlo (n. 63). Es uno de los pasajes más bellos de la Encíclica:
El abandonado
63. Jesús cuenta que había un hombre herido, tirado en el camino, que había sido asaltado. Pasaron varios a su lado, pero huyeron, no se detuvieron. Eran personas con funciones importantes en la sociedad, que no tenían en el corazón el amor por el bien común. No fueron capaces de perder unos minutos para atender al herido o al menos para buscar ayuda. Uno se detuvo, le regaló cercanía, lo curó con sus propias manos, puso también dinero de su bolsillo y se ocupó de él. Sobre todo, le dio algo que en este mundo ansioso retaceamos tanto: le dio su tiempo. Seguramente él tenía sus planes para aprovechar aquel día según sus necesidades, compromisos o deseos. Pero fue capaz de dejar todo a un lado ante el herido, y sin conocerlo lo consideró digno de dedicarle su tiempo.
64. ¿Con quién te identificas? Esta pregunta es cruda, directa y determinante. ¿A cuál de ellos te pareces? Nos hace falta reconocer la tentación que nos circunda de desentendernos de los demás; especialmente de los más débiles. Digámoslo, hemos crecido en muchos aspectos, aunque somos analfabetos en acompañar, cuidar y sostener a los más frágiles y débiles de nuestras sociedades desarrolladas. Nos acostumbramos a mirar para el costado, a pasar de lado, a ignorar las situaciones hasta que estas nos golpean directamente.
El Papa nos hace una llamada para atender al abandonado, para detenernos y saber que tenemos que cuidar de los demás, de aquellos que sufren y, especialmente del que disturba, del que molesta o nos presenta problemas particulares. No podemos dar la espalda al dolor humano y las necesidades de los otros (n. 65).
La propuesta es novedosa, la creación de nuevas relaciones entre los hombres, como ciudadanos del mundo entero. Las relaciones entre los hombres nos hacen depender unos de otros, fortaleciendo las relaciones que Él llama, las relaciones del encuentro (n. 66).
Hay una renovada expresión de lo mejor de la Doctrina social de la Iglesia, en la invitación a fortalecer caminos de modelos económicos, políticos, sociales e incluso de tipo religioso para unir a los hombres (n. 69).
Repasemos un apartado de la Encíclica, que nos puede ser bien iluminador para entender el sentido de las enseñanzas de FRANCISCO.
67. Esta parábola es un ícono iluminador, capaz de poner de manifiesto la opción de fondo que necesitamos tomar para reconstruir este mundo que nos duele. Ante tanto dolor, ante tanta herida, la única salida es ser como el buen samaritano. Otra opción termina al lado de los salteadores, o bien, al lado de los que pasan de largo, sin compadecerse del dolor del hombre herido en el camino. La parábola nos muestra con qué iniciativas se puede rehacer una comunidad a partir de hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una sociedad de exclusión, sino que se hacen prójimos y levantan y rehabilitan al caído, para que el bien sea común. Al mismo tiempo, la parábola nos advierte sobre ciertas actitudes de personas que sólo se miran a sí mismas y no se hacen cargo de las exigencias ineludibles de la realidad humana.
68. El relato, digámoslo claramente, no desliza una enseñanza de ideales abstractos, ni se circunscribe a la funcionalidad de una moraleja ético-social. Nos revela una característica esencial del ser humano, tantas veces olvidada: hemos sido hechos para la plenitud que sólo se alcanza en el amor. No es una opción posible vivir indiferentes ante el dolor, no podemos dejar que nadie quede “a un costado de la vida”. Esto nos debe indignar, hasta hacernos bajar de nuestra serenidad para alterarnos por el sufrimiento humano. Eso es dignidad.
El mundo en el cual vivimos ha creado exclusiones, de muchas formas y modalidades, que excluyen al hombre. Estas reflexiones, que continuaremos en nuestra siguiente edición, nos permitirán entrar con atención en las enseñanzas muy actuales del Obispo de Roma.
¡Alabado sea Jesucristo!