He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra (Lc 1, 38)

Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve, Obispo de la Diócesis de Cúcuta.

Avanzamos en el mes de mayo que en la Iglesia lo dedica­mos a venerar de manera es­pecial a la Santísima Virgen María, contemplando en ella a la mujer que entregó su vida en obediencia a la voluntad de Dios, para hacer posible la salvación del género humano. En nuestra Diócesis de Cúcuta al ritmo del Proceso Evangelizador, este mes tenemos como lema: Sean mis tes­tigos, Recen el Santo Rosario, in­vitando a todos a honrar a la Virgen rezando el Santo Rosario en familia, como una manera de fortalecer en el hogar la fe, la esperanza y la caridad, virtudes que encontramos en María cuando entrega su vida a la voluntad del Padre Celestial.

María es modelo de Fe porque des­de que el arcángel Gabriel le anuncia que iba a ser la madre del Salvador, sorprendida y sin comprender todo el alcance de su misión, responde con palabras que expresan la fe y entrega fiel al querer de Dios: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38), manifestando con ello la actitud de fe de María y que Isabel reconoce y lo exclama con entusiasmo cuando la recibe en su casa, tal como lo na­rra el evangelio de Lucas: “¡Dicho­sa tú que has creído¡ Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1, 45), alabándola porque Ella ha creído que lo que ha prometido el Señor se cumplirá.

Una fe como la de María engendra la virtud de la esperanza dándonos ejemplo de esperar en Cristo, con la Esperanza puesta en Dios. En los momentos más oscuros y tormento­sos de su vida, María “brilla como signo de esperanza segura y de consuelo” (LG 68). Desde la Anun­ciación, María sabe que Cristo es la roca firme sobre la que se edifica la vida cristiana y la respuesta a Dios. María espera contra toda esperanza, incluso en el momento de la muerte de Jesús en la Cruz, cuando continúa su camino por la oscuridad, pero con el corazón lleno de Esperanza. María enseña a cada cristiano a estar junto a la Cruz del Señor, con dolor, pero de pie y con esperanza, “alcanzó así a estar al pie de la cruz en una comu­nión profunda, para entrar plena­mente en el misterio de la Alianza” (DA 266), iluminando a todos los que pere­grinamos en esta tierra y enseñando a saber poner en el Señor to­das nuestras esperanzas humanas. Estamos este año como Peregrinos de la Esperanza viviendo el jubileo, momento de gracia, que de la mano de María dará al mundo una luz para vivir con los ojos fijos en el Se­ñor.

María mujer de fe y de esperanza nos enseña a avivar la caridad como creyentes en Cristo. María puso en práctica la caridad con todos los que se encontró en el camino. Reconoce­mos que el amor oblativo, de caridad sin límites de la Virgen, nace de la comunión que tenía con el corazón de Dios, que la llevó a aceptar ser la Madre del Redentor para entregarle la Salvación a todo el género huma­no, siendo este el mayor acto de ca­ridad para con todos. La caridad y el amor de María por cada uno de no­sotros, conduce de inmediato hasta Jesús, una caridad silenciosa y pru­dente, “La Virgen de Nazaret tuvo una misión única en la historia de Salvación, concibiendo, educan­do y acompañando a su Hijo hasta su sacrificio definitivo” (DA 267), siendo esta misión la caridad más silenciosa, pero la más efectiva para cada uno de nosotros.

María al entregarnos a Jesús, nos trae con Él todo el amor, el perdón, la reconciliación y la paz, “Como madre de tantos, fortalece los vín­culos fraternos entre todos, alienta a la reconciliación y el perdón, y ayuda a que los discí­pulos de Jesucristo se experimenten como una familia, la fami­lia de Dios” (DA 267) y por eso, siguiendo su ejemplo, en un acto de caridad inmenso hacia nuestro prójimo, es­tamos llamados a en­tregar a Jesús a otros, incluso a quienes no lo conocen o abierta­mente lo rechazan, tal como lo pide el Papa Francisco cuando nos invita a ir en salida misionera a todos los lugares y ámbitos donde Jesús no es conoci­do e incluso es rechazado o la indi­ferencia no lo ha dejado entrar (Cf. EG 14).

Esta es la tarea de la Iglesia, comu­nidad de creyentes que tiene como vocación y misión comunicar a Je­sucristo, como el mayor acto de caridad. Así nos lo enseña el Papa Francisco: “La Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sen­tirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio” (EG 9), recordando que la primera obra de caridad que hemos de hacer a nuestros herma­nos será mostrarles el camino de la Fe. Así lo enseñó San Juan Pablo II cuando dijo: “El anuncio de Jesu­cristo es el primer acto de caridad hacia el hombre, más allá de cual­quier gesto de generosa solidari­dad” (Mensaje para las migraciones 2001), y en esto la Santísima Virgen María, como maestra de la Caridad, nos da ejemplo de un amor total a to­dos nosotros, entregándonos a Jesús y llevándonos hasta Él.

La profunda vida interior y contem­plativa de nuestra Madre del cielo, nos exhorta a mirar fijamente a Je­sucristo y a vivir con fe, esperanza y caridad, todo nuestro peregrinar humano y cristiano, con las incer­tidumbres y tormentas diarias, po­niendo nuestra vida en las manos del Padre, con los ojos fijos en el Señor, hasta que lleguemos a participar de la Gloria de Dios. Los convoco a po­ner la vida personal y familiar bajo la protección y amparo de la Santísima Virgen María, en todas las circuns­tancias de la existencia, aún en los momentos de cruz. Que el Glorioso Patriarca San José, unido a la Madre del cielo, alcancen de Nuestro Señor Jesucristo la fortaleza en la Fe, la esperanza y la caridad, para que si­gamos siendo discípulos misioneros que cumplimos el mandato del Se­ñor y que nosotros lo hacemos reali­dad diciendo en este mes: Sean mis testigos, Recen el Santo Rosario.

En unión de oraciones, reciban mi bendición.

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