En estas semanas hemos vivido una tragedia y un gran dolor en nuestra Diócesis de Cúcuta, la conculcación de los derechos de personas, hombres y mujeres jóvenes y niños a los cuales se han irrespetado sus derechos y forma concreta de vida. En estas ocasiones tenemos que volver a la realidad humana y comprender el sentido profundo de su existencia, las razones por las cuales el hombre tiene una propia dignidad y razón profunda para que se respeten sus derechos.
Desde la fe, creemos que el hombre es una criatura salida de la mano de Dios. El hombre es imagen de la Gloria de Dios. Su ser, su realidad, son “manifestación del misterio de Dios “ (Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, n. 11). El hombre posee en su vida y en la expresión de sus realidades humanas un sentido para su existencia, es una criatura llamada a grandes metas y realidades. El fin último del hombre es cumplir la voluntad de Dios. Cada hombre y mujer, en nuestro tiempo y en las circunstancias concretas en las cuales vive, manifiesta su dignidad y, también los derechos fundamentales de los cuales goza y participa por voluntad de Dios.
Es por eso que en estos días la Iglesia católica, la Diócesis de Cúcuta y las Iglesias de Colombia, con sus laicos, diáconos, sacerdotes y Obispos hemos salido al encuentro de estos hermanos que sufren y están heridos en su dignidad humana. Los pobres, entre los pobres han sido las víctimas de estas decisiones autónomas de un gobernante, pero que han venido a sembrar situaciones y condiciones de vida que no corresponden a la vida y a la Dignidad particular que tiene cada persona humana.
Con amor y con caridad hemos servido a estos hermanos en sus necesidades primarias y fundamentales: el alimento, el refugio y las condiciones normales y necesarias de vida. Como Iglesia hemos tratado de dar una mano en estos momentos de dolor a muchos hermanos y hermanas. Deberíamos haber hecho más por ellos, pero somos limitados y no era posible más. Muchas personas, hombres y mujeres, los diáconos, los sacerdotes y muchas religiosas y religiosos se han prodigado en gestos de amor y de respeto hacia las personas que sufren.
Se ha procurado servir también, desde la fe, la vida espiritual de estas personas, que necesitaban de Cristo, de su Evangelio y de los valores espirituales del Divino Maestro que vino a servirlos y a predicar la llegada del Reino de Dios a nosotros. La Santa Misa, el santo rosario, las oraciones, la enseñanza en valores y temas de fe, ha estado presente en todos los albergues desde el primer momento.
La política, las decisiones de los gobernantes tienen que estar siempre atentas a no crear situaciones de dolor, con las cuales se producen heridas y situaciones que en el tiempo serán difíciles de borrar.
De esta situación difícil, entre países hermanos, debemos procurar aprender todos y usar los valores y la condición de fraternidad que nos une en este único territorio. También nuestros gobernantes deben aprender y asumir situaciones y fortalecer y propiciar condiciones en las cuales se busque establecer condiciones de vida que acojan, ayuden y fortalezcan a nuestra región, a Norte de Santander y la frontera en concreto, para que todos tengamos condiciones de vida dignas y se favorezca la ayuda a todos los retornados de la querida nación hermana.
Nuestra ciudad y nuestra región viven situaciones de pobreza extrema que también tenemos que atender y cuidar, servir a los niños y jóvenes de los barrios pobres. Son igualmente un reto para servir a Cristo que sufre en los hermanos. “La Iglesia con la fuerza del Evangelio, proclama los derechos del hombre” (Gaudium et Spes, n. 11).
Gracias queridos hijos de la Iglesia de Cúcuta por el gran testimonio de Caridad. Gracias Iglesia de Colombia por la caridad y el amor con el cual nos han ayudado. Tengo que agradecer al presbiterio de Cúcuta, a los diáconos, a los laicos que se han asumido esta tarea y meta de ser “Profecía de la caridad de Cristo” para estos hermanos.
¡Alabado sea Jesucristo!
Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid
Obispo de Cúcuta – (Colombia)