Por: Pbro. Eliecer Montañez Grimaldos, coordinador del Grupo de Apoyo Espiritual de la Pastoral de Justicia y Libertad nacional; capellán general del Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (INPEC)
Foto: Pastoral de Justicia y Libertad de la Conferencia Episcopal de Colombia
Todos los días para la Pastoral Justicia y libertad, es un nuevo día lleno de esperanza, por la sencilla razón que, en las 128 cárceles del país, se encuentran rostros concretos, que han “perdido su libertad”, pero no su dignidad; un promedio de 112 mil almas, que claman a la Iglesia Universal su derecho a ser acompañados, como hijos de un mismo Padre, que camina junto a ellos. Es ahí, que nuestro testimonio y servicio, cobra realce, porque en cada amanecer, hay nuevos horizontes, donde Cristo nos convoca diciendo: «Vengan, benditos de mi Padre, reciban la herencia del Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque cuanto hicieron a uno de estos hermanos míos más pequeños, me lo hicieron a mí» (Mt 25, 34.40).
Fortalecimiento de la dignidad humana y la espiritualidad en el ámbito penitenciario
Estamos llamados a incidir en cada persona privada de la libertad, en sus familias, entornos, en su proceso de dignificación como ser humano, perteneciente al mundo penitenciario, con el anuncio del Evangelio (1 Corintios 9, 16) y la promoción humana integral (EG 178). Esto, en articulación con otras entidades que promueven la dignidad del ser humano. Las cárceles tienen rostro, y es el rostro de Dios, que es misericordia y compasión divina, que acoge a cada privado de la libertad y lo redime. Que hermosa misión a la que nos ha invitado el Señor: “sean misericordiosos, como mi Padre Celestial es misericordioso” (Lc 6, 36). Ver a nuestros hermanos tras las rejas o en condición domiciliaria, nos debe llevar a abrazar la Cruz de Cristo, dejándolo a Él ser su soporte, porque en muchos de estos casos de vida, será lo único que podrán abrazar, después de ser abandonados, por aquellos que consideraban ser su fortaleza. Necesitamos en las cárceles manos cálidas que aprendan abrazar con ternura las heridas, muchas veces producidas por la desesperanza. Les aseguro, que ese abrazo fraterno da calor al corazón; ese abrazo, produce cambio, porque emerge de la justicia. Justicia, entendida y asumida, como caminar hacia a la libertad. La libertad que no es estar al otro lado de la reja. Es libertad entendida como la plena autonomía de la persona para asumir las riendas de su propia vida; la persona que se sabe libre porque la mueve el amor, el servicio, el deseo en todo momento de dar lo mejor de sí a los demás: familia, comunidad, sociedad.
Por la reconciliación y la paz
Es oportuno retomar alguna de las expresiones del Apóstol san Pablo, cuando en la segunda carta a los Corintios, nos dice: “El amor de Cristo nos apremia” (2 Co 5,14); y como nos invita el Santo Padre Francisco, cuando nos dice en su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium: “Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría”. Alegría, que puede ser interpretada como expresión de liberación de nuestro egoísmo, porque “cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien”. La Pastoral, está llamada desde Cristo, a ser luz y sal en este mundo, donde la sociedad tiende al individualismo y hacer a un lado al hermano que sufre. En cada cárcel, nos encontramos con las realidades de las que adolece nuestra sociedad, violencias de todo tipo, homicidios, hurto, delitos sexuales, concierto para delinquir, secuestro, lesiones personales, extorsión, injuria, calumnia, abuso de confianza, falsificación de documentos, entre otros. Allí está la Iglesia de Nuestro Señor Jesucristo, en medio del que sufre y sus familias, llevando a Cristo, que ve, no juzga, y que actúa frente a cada desafío diario tras las rejas.
Un servicio articulado a nivel nacional
Entrega de útiles de aseo donados en la campaña de Nuestra Señora de las Mercedes, promovida por la pastoral de justicia y libertad de la Diócesis de Cúcuta
Viene a mi mente, las palabras del Santo Padre el Papa Francisco, a los participantes del Encuentro sobre el Desarrollo Humano Integral y la Pastoral Penitenciaria Católica, llevado a cabo en Roma el 7 y 8 de noviembre de 2019; exhortando se “hiciera patente la preocupación de la Iglesia por las personas en particulares situaciones de sufrimiento, quise que se tuviera en cuenta la realidad de tantos hermanos y hermanas encarcelados”. Interpelación total, especialmente cuando dice: “toda la Iglesia en fidelidad a la misión recibida de Cristo, la que está llamada a actuar permanentemente la misericordia de Dios en favor de los más vulnerables y desamparados en quienes está presente Jesús mismo (cf. Mt 25, 40). Vamos a ser juzgados sobre esto”.
Como para la Iglesia, es prioridad acompañar a las personas que sufren, con preferencia en el ámbito carcelario, existen otras personas y entidades, aunque profesen o no nuestra fe, están dedicadas y buscan articularse, para unir sinergias, en pro de la misión penitenciaria. Es así, que en coordinación con el Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (CELAM), la Confederación Latinoamericana de Religioso (CLAR), el Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (INPEC) y la Conferencia Episcopal de Colombia (CEC); los días miércoles del mes de septiembre de 2022, la Dirección de Pastoral Justicia y Libertad CEC, en camino Sinodal, se ha programado un itinerario de charlas en el marco de la celebración de Nuestra Señora de la Merced, Patrona de los Cautivos. “Estoy en la cárcel, ¿has venido a verme?” (Mt 25, 36), ha sido el lema escogido, con la finalidad de profundizar en cómo seguir incidiendo en la resignificación de las personas en el ámbito penitenciario, que contribuya al perdón, fortaleciendo su dignidad humana y espiritualidad, brindando herramientas, para contribuir en los procesos de reconciliación y paz. Durante este mes, hemos tenido invitados especiales que nos aportan desde sus experiencias de vida y misionales, la riqueza y desafíos a los que nos lanzan las cárceles, para seguir llevando a cabo la misión.