Por: Pbro. Fredy Ramírez Peñaranda
San José Obrero, patrono de los trabajadores
Con su trabajo el hombre ha de procurarse el pan cotidiano, contribuir al continuo progreso de las ciencias y la técnica, y sobre todo a la incesante elevación cultural y moral de la sociedad en la que vive en comunidad con sus hermanos. Y «trabajo» significa todo tipo de acción realizada por el hombre independientemente de sus características o circunstancias; significa toda actividad humana que se puede o se debe reconocer como trabajo entre las múltiples actividades de las que el hombre es capaz y a las que está predispuesto por la naturaleza misma en virtud de su humanidad. Hecho a imagen y semejanza de Dios en el mundo visible y puesto en él para que dominase la tierra, el hombre está por ello, desde el principio, llamado al trabajo.
El trabajo es una de las características que distinguen al hombre del resto de las criaturas, cuya actividad, relacionada con el mantenimiento de la vida, no puede llamarse trabajo; solamente el hombre es capaz de trabajar, solamente él puede llevarlo a cabo, llenando a la vez con el trabajo su existencia sobre la tierra. De este modo el trabajo lleva en sí un signo particular del hombre y de la humanidad, el signo de la persona activa en medio de una comunidad de personas; este signo determina su característica interior y constituye en cierto sentido su misma naturaleza. (LE, Introducción).
Partiendo de esta realidad y la que estamos viviendo durante este aislamiento obligatorio, quisiera reflexionar desde la fe y poder ofrecer unas líneas que nos ayuden a redimensionar nuestras actividades, para que ellas realmente tengan la capacidad de sostener la vida y la integridad de cada una de las familias.
1.En primer lugar, he de manifestar que el trabajo es una actividad humana, es decir, una obra que ayuda a mantener a la vida. Hoy más que nunca lo valoramos no simplemente por los recursos que genera, sino porque en él también se desarrolla nuestra vida. Además, en el trabajo se entablan relaciones humanas importantes que ayudan a desarrollar la vida hacia la felicidad y el bienestar. Es en el trabajo y en medio de las actividades donde se vive en una comunidad, que promueve unas relaciones de amistad y de servicio. No podemos olvidar, que el trabajo siempre debe dignificar a la persona, respetar y promover sus derechos. El trabajo nunca puede perder su esencia de ser parte del hombre. Cuando el trabajo pierde su sentido, pierde también la noción de humanidad que lo alimenta. Porque se deshumaniza, al tratar a la persona como un objeto de producción y no como alguien que en medio de su ser y actividad contribuye para que el mundo sea mejor. Hoy trabajamos por trabajar, trabajamos por la paga y no por crecer como personas. Hoy existe una explotación de las personas, donde reciben algo insignificante por su labor. Hoy pensamos que tener es más importante que ser. Y muchos en el afán de tener pasan por encima de las personas y de sus derechos. El hombre no es una máquina de trabajo, sino que en el trabajo muestra su ser de Dios, porque es el único que le da sentido a lo que hace.
2. En segundo lugar, quisiera manifestar un sentido espiritual de esta realidad. El Señor dice en Juan 5,17 que el Padre trabaja y Él también. Es decir, el trabajo de Jesús es realizar la obra del Padre en medio de la humanidad y del mundo. El trabajo en este sentido manifiesta una dimensión única. Porque reconocemos que no es ausencia de actividades sino vivir la vida conforme al querer de Dios. En estos tiempos, aunque no estemos realizando la actividad que siempre hemos realizado y con la cual devengamos el sustento, no quiere decir que no estemos haciendo nada. Porque el trabajo en esta dimensión es toda actividad espiritual y material que nos ayuda a fortalecer la familia. En nuestras casas, en los abrazos y sonrisas, en los oficios cotidianos estamos trabajando, porque mi presencia y actividad está construyendo la familia. Creo que este trabajar nunca se detiene. El cristiano esta llamado hoy más que nunca a construir en su vida y en su familia la obra de Dios, fortalecer la fe, caminar en esperanza, pero ante todo en reconocer que Dios siempre vela por todos sus hijos y los alimenta con amor. No perdamos pues nuestra fe, no nos afanemos y llenemos de angustia, Dios da el pan a sus hijos siempre.
3. Quisiera finalizar con estas palabras de San Mateo (6, 33-34): “Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas se les darán por añadidura. Así que no se preocupen del mañana: el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene su propio afán”.