La batalla histórica de Lepanto (el 7 de octubre de 1571), donde el ejército de don Juan de Austria (en su mayoría conformado por españoles), lucharon para defender a Europa del ataque de los turcos, es la principal razón por la que se dedica el mes de octubre al Santo Rosario, ya que don Juan y sus hombres, resultaron victoriosos, después de seguir los consejos del Papa Pío V, quien les indicó rezar el Rosario y encomendarse a la Santísima Virgen María.
El Santo Rosario ha direccionado el magisterio pontificio de muchos Papas, entre ellos, el de Angelo Giuseppe Roncalli (1881- 1963), quien tomó el nombre de Juan XXIII al asumir como sucesor de Pedro en el año de 1958. Llegó a renovar la Iglesia Católica por completo, a reconciliarla con el mundo moderno y convocar el Concilio Vaticano II. Fue llamado “El Papa Bueno”. Durante su pontificado escribió ocho Encíclicas, la tercera la tituló ‘Grata recordatio’ (grato recuerdo), dada a conocer el 26 de septiembre de 1959, donde expone la importancia de rezar el Santo Rosario, tomando como punto de partida, las enseñanzas de los Pontífices León XIII y Pío XII.
Para Juan XXIII, las Cartas Encíclicas de León XIII, eran “ricas en sabiduría, encendidas siempre con nueva inspiración y oportunísimas para la vida cristiana. Eran una fuerte y persuasiva invitación a dirigir confiadas súplicas a Dios a través de la poderosísima intercesión de la Virgen Madre de Dios, mediante el rezo del santo rosario. Este, como todos saben, es una muy excelente forma de oración meditada, compuesta a modo de mística corona, en la cual las oraciones del ‘Pater norter’, del ‘Ave Maria’ y del ‘Gloria Patri’, se entrelazan con la meditación de los principales misterios de nuestra fe, presentando a la mente la meditación tanto de la doctrina de la Encarnación como de la Redención de Jesucristo, nuestro Señor”.
El predecesor de ‘El Papa Bueno’, fue Pío XII, a quien cita en ‘Grata recordatio’, recordando sus palabras en la Encíclica ‘Ingruentium malorum’ (Ante los males que se aproximan): «Con mayor confianza acudid gozosos a la Madre de Dios, junto a la cual el pueblo cristiano siempre ha buscado el refugio en las horas de peligro pues Ella ha sido constituida “causa de salvación para todo el género humano”», (I.M. #3). Para Juan XXIII era importante que todos, desde sus diferentes vocaciones, dirigiesen las más ardientes súplicas a Jesucristo y a su Santísima Madre: “A ella invitamos al Sacro Colegio de Cardenales y a vosotros, venerables hermanos; a los sacerdotes y a las vírgenes consagradas al Señor; a los enfermos y a los que sufren, a los niños inocentes y a todo el pueblo cristiano. Dicha intención es esta: que los hombres responsables del destino así de las grandes como de las pequeñas naciones, cuyos derechos y cuyas inmensas riquezas espirituales deben ser escrupulosamente conservados intactos, sepan valorar cuidadosamente su grave tarea en la hora presente”. Y es que, el Papa temía por los comportamientos perniciosos de la humanidad, que debilitan en primera medida, la fe, lo cual se podría contrarrestar con la devoción piadosa al rezo del Santo Rosario.
Como su Encíclica se publicó un 26 de septiembre, insistió en la invitación a dedicar el mes de octubre a rezar el Rosario, deseando que vivamente “durante el próximo mes de octubre todos estos nuestros hijos —y sus apostólicas labores— sean encomendados con fervientes plegarias a la augusta Virgen María” (G.R. #2).
Además, fue enfático en su decidido empeño por conciencias rectas, por promover el verdadero bien de la sociedad humana, y a fin que su esperanza se cumpliese con justicia, paz y caridad, exhortó a elevar permanentemente “fervientes súplicas a la celestial Reina y Madre, nuestra amantísima durante el mes de octubre, meditando estas palabras del Apóstol de las Gentes: «Por todas partes se nos oprime, pero no nos vencen; no sabemos qué nos espera, pero no desesperamos; perseguidos, pero no abandonados; se nos pisotea, pero no somos aniquilados. Llevamos siempre y doquier en nuestro cuerpo los sufrimientos de la muerte de Jesús, para que la misma vida de Jesús se manifieste también en nuestros cuerpos» (2 Cor 4, 8-10)” (#3). Por otra parte, encomendó rezar el Rosario por el Sínodo de Roma, para que fuese “fructuoso y saludable” y que, en los próximos eventos, como el Consejo ecuménico de la época, obtuviese “toda la Iglesia una afirmación tan maravillosa que el vigoroso reflorecer de todas las virtudes cristianas”. Que esta invitación del Papa Juan XXIII sea vigente en estos momentos de la historia, ya que precisamente, en los próximos 16 y 17 de octubre, se da apertura al Sínodo de los Obispos, y el pueblo de Dios necesita la confianza, piedad y buena voluntad, para caminar en sinodalidad, de la mano de María Santísima.