Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve, Obispo electo de la Diócesis de Cúcuta
Al recibir el nombramiento que me ha hecho el Papa Francisco, como Obispo de la Diócesis de Cúcuta, como sucesor de los Apóstoles les ratifico mi oración ferviente al Señor con la intención del crecimiento en la fe, la esperanza y la caridad, para seguir construyendo en camino sinodal, una comunidad viva, en salida misionera, al servicio de Dios y de los más pobres y necesitados.
En la Iglesia Católica tenemos el regalo de la sucesión apostólica, así lo enseña la Palabra de Dios cuando nos dice que: “El Señor llamó a los que Él quiso y se acercaron a Él. Designó entonces a doce, a los que llamó Apóstoles, para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar” (Mc 3, 13 – 15), y aprendieron de Jesús todo cuanto debían anunciar por todas partes. Esta designación fue una elección gratuita de Dios, los Apóstoles no eligieron el estado apostólico, fue el Señor quien los llamó, así lo expresa el Apóstol san Juan: “No me eligieron ustedes a mí, fui yo quien los elegí a ustedes. Y los he destinado para que vayan y den fruto abundante y duradero” (Jn 15, 16), de esta manera, fueron hechos portadores del testimonio de Jesús, de su muerte y resurrección y del anuncio gozoso de la gran noticia de la misericordia del Padre para toda la humanidad y de la presencia permanente en la Iglesia de los misterios de la Salvación.
Para cumplir con el mandato del Señor de anunciar todo el misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, los Apóstoles instituyeron a otros hombres, con la misma autoridad y función en la Iglesia que ellos, y los llamaron Obispos, estableciendo a la vez colaboradores para el servicio del culto y el anuncio del Evangelio, a quienes llamaron presbíteros, y eligieron a otros para el servicio de la caridad, a quienes denominaron diáconos (Cf. LG 20).
Desde el mismo origen, con Pedro a la cabeza por elección del mismo Señor y los demás Apóstoles, Nuestro Señor Jesucristo instituye la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica, que sigue presente en los sucesores de los Apóstoles, que son los Obispos, que juntos conforman el Colegio Episcopal, al cual pertenecen todos los Obispos en comunión con el Romano Pontífice, que en el momento actual es el Papa Francisco. Los Obispos presiden cada diócesis y garantizan la comunión en la caridad, con Pedro y bajo la autoridad de Pedro; de tal manera, que la Iglesia de Cristo existe donde se encuentren hoy los sucesores de los Apóstoles, en comunión y obediencia al sucesor de Pedro, el Papa Francisco.
Desde el principio hasta el día de hoy, el Obispo tiene la misión de ser testigo de la Muerte y la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, principio de la comunión católica, animador de la misión de la Iglesia y estímulo para que el pueblo de Dios crezca en la fe, la esperanza y la caridad. Así lo enseña el Concilio Vaticano II cuando dice: “Con la consagración episcopal se confiere la plenitud del sacramento del Orden, que por esto se llama en la liturgia de la Iglesia y en el testimonio de los Santos Padres ‘supremo sacerdocio’ o ´cumbre del ministerio sagrado´. Ahora bien: la consagración episcopal, junto con el oficio de santificar, confiere también los de enseñar y regir, los cuales, sin embargo, por su naturaleza, no pueden ejercitarse sino en comunión jerárquica con la Cabeza y miembros del Colegio… los Obispos en forma eminente y visible, hacen las veces de Cristo, Maestro, Pastor y Pontífice, y obran en su nombre” (LG 21).
La clave para el ejercicio del ministerio episcopal está en la Comunión, afectiva y efectiva en el hoy de la historia con el Papa Francisco, como sucesor de Pedro y con la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica, misterio que se hace presente en cada diócesis, donde está un Obispo legítimamente constituido y que a la vez es garantía de la sucesión apostólica, enseñanza que a la vez retoma Aparecida cuando afirma: “Reunida y alimentada por la Palabra y la Eucaristía, la Iglesia Católica existe y se manifiesta en cada Iglesia Particular, en comunión con el Obispo de Roma. Esta es, como lo afirma el Concilio, ‘una porción del pueblo de Dios confiada a un Obispo para que la apaciente con su presbiterio” (DA 165).
En virtud de esa institución divina, los Obispos representan a Cristo, de manera que escucharlos significa escuchar a Cristo. Así pues, además del sucesor de Pedro, también los otros sucesores de los Apóstoles representan a Cristo pastor. Esto lo enseña el Concilio: “En la persona de los Obispos, a quienes asisten los presbíteros, el Señor Jesucristo, pontífice supremo, está presente en medio de los fieles” (LG, 21), realidad que tiene raíces en el Evangelio: “Quien los escucha ustedes, a mí me escucha (Lc 10, 16). De tal manera, que escuchar al Obispo sucesor de los Apóstoles es escuchar a Nuestro Señor Jesucristo.
Los invito a que en espíritu de comunión, todos vivamos este comienzo de una nueva etapa, como diócesis en camino sinodal y en salida misionera. Por voluntad de Dios y llamado de la Iglesia, en cabeza del Papa Francisco, vengo a caminar con ustedes, con la convicción que yo los voy a escuchar, ustedes me van a escuchar y juntos vamos a escuchar al Espíritu Santo, que nos iluminará para discernir la Voluntad de Dios para este momento de nuestra historia diocesana, que será estar en salida misionera, buscando a los que están alejados, siguiendo el espíritu de la enseñanza de Aparecida cuando afirma: “La Diócesis, en todas sus comunidades y estructuras, está llamada a ser una ‘comunidad misionera’, cada Diócesis necesita robustecer su conciencia misionera, saliendo al encuentro de quienes aún no creen en Cristo en el ámbito de su propio territorio y responder adecuadamente a los grandes problemas de la sociedad en la cual está inserta. Pero también, con espíritu materno, está llamada a salir en búsqueda de todos los bautizados que no participan en la vida de las comunidades cristianas” (DA 168).
Con este buen propósito nos ponemos bajo la protección y amparo de la Santísima Virgen María, Estrella de la Evangelización, que nos protege y ampara y del Glorioso Patriarca San José nuestro patrono, que custodia nuestra fe, esperanza y caridad. Que ellos nos alcancen de Jesucristo todas las bendiciones y gracias necesarias, para emprender esta experiencia en camino sinodal y en salida misionera, para mayor gloria de Dios y salvación nuestra.
En unión de oraciones, reciban mi bendición.