Por: Pbro. José Humberto Gil Henao, secretario del Instituto de pastoral del clero de la Diócesis de Sonsón-Rionegro
La comprensión del papado en la Iglesia católica tiene como principal punto de referencia el dato de la Sagrada Escritura, al cual debemos volver siempre, si queremos ser fieles al don que Cristo nos ha hecho al instituir a Pedro como cabeza de la Iglesia y Vicario suyo. Pedro que pervive en sus sucesores los papas y que posee el magisterio supremo de dirección y enseñanza en la Iglesia universal.
Sabemos que Jesús eligió a Pedro como el primero entre los doce “Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro y que sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos: lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos” (Mt 16, 18-19). Pero, además de este texto, hay otros en el Nuevo Testamento que recalcan el lugar principalísimo de Pedro entre los Doce.
En Lucas 5, 1-11 Jesús sube a la barca de Pedro y le dice que se aleje un poco de tierra y empezó a enseñar desde la barca. Más tarde le dice a Pedro que bogue mar adentro y eche las redes para pescar. Pedro, con cierta resistencia, obedece al Maestro y echa las redes las cuales se llenan de peces. Asombrado por el milagro, Pedro se arroja a los pies de Jesús confesando que es un pecador. Jesús le dice: “No temas. Desde ahora será pescador de hombres”. Lo primero que debemos destacar en Pedro es el haber recibido el don de la vocación de una manera del todo singular. Jesús elige a un pescador, para hacerlo el primero y autoridad en su Iglesia. Esto con el fin de que se vea que no es con la elocuencia, ni la fama, ni la sabiduría humana que Él lleva a cabo su obra de salvación, sino con la humildad de hombres a quienes Él elige enriqueciéndolos de dones y gracias. El hecho de ir en la barca de Pedro y ordenarle que conduzca la barca mar adentro, ya es una profecía de la tarea de Pedro y sus sucesores: ser conductores de la Iglesia en la obediencia a la voz de Cristo, en el reconocimiento humilde de su condición pecadora. Pedro recibirá la red de la doctrina de salvación con la cual sacará a muchos hombres de los abismos de la ignorancia y el error a la luz de la vida en Cristo. En todo caso, queda claro en el texto que la eficacia de la tarea de la Iglesia y sus ministros viene del don de la llamada de Cristo.
El relato de la vocación que nos trae el Evangelio de San Juan 1, 40-42 nos brinda otros detalles acerca de la llamada singular a Pedro. Cuando Andrés motivado por Juan Bautista va tras Jesús y comparte con Él, sale y al primero que encuentra es a su hermano Simón a quien le dice: “hemos encontrado al Mesías”. Luego lo llevó hasta donde estaba Jesús. Allí con Jesús, Pedro escucha estas palabras del maestro “Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas” -que quiere decir Piedra-. Por una parte, el que Jesús cambie el nombre a Pedro es ya revelación de su divinidad, ya que encontramos como testimonio en el Antiguo Testamento que es Dios quien cambia nombres o pone nombres a algunos personajes bíblicos: Abrán y Sarai se llamarán luego Abraham y Sara; antes de nacer pone nombre a Isaac y Sansón. También pone nombre a los hijos de Isaías y Oseas. Así, Jesús está insinuando su identidad divina. Ahora, el nombre que da a Simón es del todo singular “Kephas”, “Pétros” en griego, “roca” sobre la cual el mismo Cristo edificará su Iglesia. El término “piedra” es del todo significativo, en cuanto nos refiere a una realidad firme, perdurable en el tiempo y alude precisamente a la confesión de fe que el mismo Pedro hará más tarde en Cesarea de Filipo “Tu eres el mesías el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16).
Es claro que la verdadera Piedra es Cristo, de la cual dice la Escritura “la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular” (Sal 18, 22), que luego Él -Jesús- se atribuirá así mismo en (Mt 21, 42). Sin embargo, Jesús pone el nombre de Piedra a Simón como participación del don de su poder y de su condición de cimiento de la verdad. Con ello Pedro, queda convertido en cimiento seguro de la verdad para la Iglesia y por ello, se le encomienda la tarea de confirmar a sus hermanos (Lc 22, 32) -en aquella fe que él mismo ha confesado-. “Y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mt 16, 18c). Contra la confesión de fe de Pedro no podrán nada las fuerzas del mal y del infierno. A los que confiesen esta verdad, esta misma verdad los conducirá al cielo, pero a los que la nieguen los arrojará al abismo. Mantenerse en la verdad predicada por Pedro y en todo lo que ella implica de compromiso por la santidad de vida y el testimonio de Cristo muerto y resucitado es victoria sobre toda fuerza o poder del maligno.
“A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos: lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos” (Mt 16,19). En la Iglesia se ha utilizado la expresión “poder de las llaves”, para denotar dos realidades. La primera tiene que ver con la primacía de Pedro sobre toda la Iglesia y esto apoyado en otro dato bíblico (Is 22, 20-22) donde el Señor promete a Eliaquín la autoridad que quitará al mayordomo Sebná “pondré en su hombro la llave de la casa de David; abrirá y nadie cerrará; cerrará y nadie abrirá” (22,22). También es hermoso lo que el Señor señala de Eliaquin “…y será lo mismo que un padre para los habitantes de Jerusalén y para la casa de Judá” (22,21). La promesa hecha a Simón es revestimiento de la autoridad que Dios le confiere sobre su Iglesia; también le aplicamos esta dimensión paterna, para destacar que no es una simple autoridad institucional, sino que implica, precisamente, un espíritu de paternidad para con aquellos a quienes gobierna. La segunda realidad a la que se refiere el poder de las llaves es el poder de perdonar los pecados señalado ampliamente referencia a este texto- por los padres de la Iglesia. Precisamente, la expresión “lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos” nos habla de que el perdón es la llave dada a Pedro y con él a toda la Iglesia, para abrir las puertas de la vida a quienes se arrepienten y confiesan. Lógicamente, el poder dado a Pedro -y en su condición de pastor a la Iglesia- no se reduce a perdonar pecados, pero el perdón es una expresión privilegiada de ese poder.
En el libro de los Hechos de los Apóstoles 15, 7ss Pedro interviene -el primero- en la controversia de Jerusalén, respecto de la circuncisión. Expresando su juicio con la autoridad que le daba el haber sido autorizado por el mismo Dios para anunciar la Buena Nueva entre los gentiles y ser testigo de cómo el Espíritu Santo fue derramado también sobre ellos. Pedro señala allí lo esencial “nosotros creemos más bien que nos salvamos por la gracia del Señor Jesús del mismo modo que ellos” (15, 12). El hecho de que Pedro dé una indicación de esta naturaleza y sea aceptada por todos es signo inequívoco de que la primera comunidad cristiana era consciente de la primacía de la palabra de Pedro.
En Juan 21, 15-22 encontramos una conversación de Cristo Resucitado con Pedro. En ella Jesús pregunta por tres veces a Pedro si lo ama. Pedro responde las tres veces de manera afirmativa, luego de cada afirmación recibe de Jesús el siguiente encargo “Apacienta mis corderos…Apacienta mis ovejas…Apacienta mis ovejas”. El amor es lo que hace de dos voluntades una sola. Jesús quiere que Pedro sea una sola voluntad con él antes de confiarle sus ovejas, pues de esta manera -amando a Jesús y a la manera de Jesús- es como si Jesús mismo las apacentara. Es claro que Jesús está encargando a Pedro el cuidado de su grey al decirle “apacienta”, palabra que encierra un sinnúmero de cuidados para con el rebaño.
En todo caso, se trata de estar al frente de toda la Iglesia todo el tiempo, pues la tarea de un pastor no tiene reposo. De ahí que San Agustín utilizara para definir lo que es el pastoreo en la Iglesia aquella frase feliz “Est amoris officium pascere dominicum gregem” (es oficio de amor apacentar la grey del Señor). La tarea de proteger, alimentar y conducir hacia Jesús la grey confiada, solo puede ser llevada a cabo por aquel que amando a Jesús se ha apropiado totalmente de su deseo “la salvación de todos los hombres”. Por otro lado, es significativo que Jesús en una ocasión utilice la palabra “cordero” y en dos ocasiones la palabra “oveja”, quizá pudiéramos ver aquí la autoridad suprema de Pedro sobre los otros pastores y todos los demás bautizados. La palabra “cordero”, denotaría aquí la fortaleza propia de los pastores, quienes por su consagración particular al Señor están mejor dispuestos a soportar los ataques contra la verdad. La palabra “oveja” haría referencia a la debilidad -por ello el hecho de ser utilizada dos veces por Jesús, denotaría el doble cuidado que se debe tener por esta en referencia al cordero- y vulnerabilidad de los demás bautizados, quienes están más expuestos a sucumbir ante los escándalos y los ataques contra la verdad. La autoridad dada por Jesús a Pedro cobija tanto a pastores como a ovejas que implica, además, la misión de asegurar en vínculo de unidad entre los unos y las otras.
Después de estos apuntes bíblicos, podemos comprender un poco mejor el lugar y la tarea del papado en la Iglesia. Heredero de la misión de Pedro, su sucesor ejerce el ministerio de Pastor Supremo de la Iglesia universal, consciente de que es un oficio de misericordia, que ha nacido de la misericordia de Jesús con Pedro y de la respuesta sincera y humilde de Pedro “Señor tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero” (Jn 21, 17).
Recordemos aquellas palabras del Papa san Juan Pablo II en la encíclica ‘Ut unum sint’ # 93: “Refiriéndose a la triple profesión de amor de Pedro, que corresponde a la triple traición, su sucesor sabe que debe ser signo de misericordia. El suyo es un ministerio de misericordia nacido de un acto de misericordia de Cristo. Toda esta lección del Evangelio ha de ser releída continuamente, para que el ejercicio del ministerio petrino no pierda su autenticidad y trasparencia”.