El Diezmo: “Dios Ama al que da con alegría”

Cuando se oye hablar de diezmo, surgen muchas preguntas como ¿cuánto dar de diezmo?, ¿Cuántas veces ofrecer el diezmo? ¿Por qué se debe dar el diezmo? ¿Qué destino tiene el diezmo?, indicando con ello que, no es claro el sentido de esta práctica tan antigua, adoptada también en el antiguo y nuevo testamento, llegando a ser hoy un deber del cristiano para con la Iglesia. Algunos sostienen lo que textualmente dice la Sagrada Escritura, que es una obligación pagar los diezmos (Lv 27, 30; Dt 14, 22-23), otros afirman que es una ofrenda voluntaria, ¡cuando se pueda!, y en el contexto actual se podría pensar: con esta crisis económica, ¿no hay otras necesidades más apremiantes que pagar el diezmo?

¿Qué dice la Biblia acerca del diezmo?

Una mirada a la historia permite apreciar que esta práctica era habitual en los reinos antiguos (p. ej. textos de Ugarit), donde se atestigua que era un derecho que se atribuía el soberano de percibir de sus súbditos las contribuciones que el rey demandaba. Esta costumbre propia en el medio oriente antiguo fue adoptada por Israel en los tiempos de la monarquía, el primer libro de Samuel al hablar del fuero del rey dice: De vuestro grano y de vuestras viñas tomará el diezmo, para darlo a sus oficiales y a sus siervos. De vuestros rebaños tomará el diezmo, y vosotros mismos vendréis a ser sus siervos. (1Sm 8, 15.17).

No era extraño entonces que el pueblo de Israel entendiera que era una obligación pagar las contribuciones al rey, ya que él era el ungido del Señor para gobernar a su pueblo. La concepción de que el rey era escogido por Dios y que sobre él recaía el derecho divino, hacía que el pago de las ofrendas no encontrara ninguna objeción. Pero, los profetas denuncian los abusos que cometían los reyes cuando buscaban su propio interés, entre otros, sobre las ofrendas recibidas, el profeta Ezequiel indica: Así dice el Señor Dios: “Basta ya, príncipes de Israel; dejad la violencia y la destrucción, y practicad el derecho y la justicia. Liberad a mi pueblo de vuestros impuestos” (Ez 45,9).

Los profetas se muestran críticos frente a las actitudes de los reyes de Israel y Judá, quienes obrando distinto al querer de Dios, son en últimas quienes llevan al pueblo a la catástrofe de la perdida de la tierra prometida. Durante el periodo del exilio el pueblo de Israel reflexiona sobre su trágico destino y añora con tristeza, las promesas del Señor, entre ellas, el templo que fue destruido por Nabucodonosor, lugar de la presencia viva del Señor. Cuando el pueblo torna del exilio en Babilonia, la primera tarea que se proponen es construir el templo y devolverle todo su esplendor, al frente de esta tarea estarán los sacerdotes, quienes serán, de ahora en adelante, los guías de la comunidad judía. Los cinco primeros libros de la Biblia, que son editados en este período del postexilio, estarán impregnados, en su mayoría, de un carácter sacerdotal.

En estos libros encontramos apartados donde se habla expresamente de pagar diezmos, ofrendas, primicias, con el fin de devolverle al templo y a sus ministros la dignidad que se merecen, cabe resaltar que estas contribuciones representan una acción de gracias a Dios por su vuelta del destierro, ya que toda la tierra pertenece al Señor.

Así lo señala R. de Vaux: Una última etapa se realizó cuando se constituyó efectivamente la teocracia, al regreso de la cautividad: el pueblo se compromete solemnemente a pagar al templo un tercio de siclo al año, las primicias de la tierra y de los rebaños, el diezmo del suelo y ciertas entregas de leña, Neh 10,33-40. Hombres íntegros están encargados de recaudar, almacenar y distribuir estas contribuciones, Neh 12,44-47; 13,10-13. 

Estas medidas pueden aparecer como la aplicación concreta de las leyes sacerdotales sobre el diezmo debido al santuario y a sus ministros, pero, sean las que fueren las fechas de estas prescripciones, apenas cabe dudar que esta legislación religiosa es un paralelo o reminiscencia de una institución civil análoga. Así queda claro que no es el Señor quien exige pagar un impuesto para el templo y sus ministros, sino que es una práctica que al ser tomada de los pueblos vecinos se convierte en un medio para sostener el templo, lugar sagrado de la presencia de Dios, razón por la cual los profetas llaman la atención sobre la usura a la que los reyes pueden caer en la administración de los bienes que se ofrecen al Señor.

En tiempos de Jesús, hay una crítica hacia los fariseos y escribas que ofrecen diezmos, según la costumbre judía, porque estos diezmos más que ofrendas voluntarias están cargados de falsedad y vanagloria: ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque pagáis el diezmo de la menta, del eneldo y del comino, y habéis descuidado los preceptos de más peso de la ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad; y éstas son las cosas que debíais haber hecho, sin descuidar aquéllas. (Mt 23,23). Jesús no omite el pago de las obligaciones al templo, pero estas deben ser fruto de la justicia y la misericordia, así la ofrenda llevada al altar no será vacía.

Jesús no viene a abolir la ley, viene a darle sentido, y con toda seguridad le da sentido al diezmo y a las ofrendas, el texto la viuda pobre dice así: Levantando Jesús la vista, vio a los ricos que echaban sus ofrendas en el arca del tesoro. Y vio también a una viuda pobre que echaba allí dos pequeñas monedas de cobre; y dijo: En verdad os digo, que esta viuda tan pobre echó más que todos ellos; porque todos ellos echaron en la ofrenda de lo que les sobraba, pero ella, de su pobreza, echó todo lo que tenía para vivir. (Lc 21, 1-4). La observación que hace Jesús no es por la cantidad de dinero que ofrecen los ricos, sino por la actitud que tiene la viuda pobre, echó todo lo que tenía.

Este pasaje deja claro que las ofrendas, entre ellas el diezmo, no se miden por la cantidad o el porcentaje, sino por la actitud con la que se ofrece. Algunos pueden objetar que la palabra diezmo significa el diez por ciento, como lo señala X. Leon Dufour: Finalmente, el diezmo se distinguirá claramente de las primicias y consistirá en una contribución de la décima parte de los frutos de la tierra y del ganado, pero como se ha dicho, esta práctica correspondería a una costumbre que el pueblo de Israel adoptó en un período de su historia, como ya se mencionó anteriormente.

Volviendo al pasaje de la viuda pobre, Jesús quiere destacar que las ofrendas no deben medirse por la cantidad sino por la intención, siendo él mismo, modelo de la nueva ofrenda, Todo está cumplido (Jn 19,30), Jesús ha entregado toda su vida, no se ha guardado nada para sí mismo, san Juan subraya en las últimas palabras del crucificado que, él ha entregado todo por la salvación de la humanidad. San Pablo insistirá en el ofrecimiento de Jesús: Ya conocéis la generosidad de Nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza. (2 Cor 8,9).

La Iglesia primitiva entiende que es necesaria la condición de los bienes en favor de la comunidad, todos los que habían creído estaban juntos y tenían todas las cosas en común; vendían todas sus propiedades y sus bienes, y los compartían con todos, según la necesidad de cada uno. (Hch 2,44-45). La comunidad profesa a Cristo, como centro de su fe, ya no es el templo de Jerusalén; Jesús mismo lo había dicho al hablar de destruir el templo y en tres días volverlo a levantar, los apóstoles comprenden que se trata del templo de su cuerpo (cfr. Jn 2,19-22) Por tanto, la primera comunidad cristiana concibe que la mejor ofrenda es darse a sí mismo por Cristo y a la buena nueva del Evangelio.

Ahora bien, a medida que la comunidad fue creciendo, fueron apareciendo algunas dificultades, por ejemplo, la asistencia que debía hacerse a las viudas y a los pobres (cfr. Hch 6), pero una de las más significativas, es una situación que vive la Iglesia de Jerusalén, que hace que Pablo lleve a cabo una colecta en favor de estos hermanos (cfr. Hch 11,29-30; 1Cor 16,1-3; 2Cor 8-9), leyendo estos textos se puede destacar que, los recursos enviados deben ser según la capacidad de cada uno, en la medida que haya podido ahorrar y que este gesto demuestre el amor que se siente hacia los pobres al ejemplo de Cristo.

Queda claro que las comunidades evangelizadas por Pablo fueron conscientes de esta necesidad. Así el diezmo y las ofrendas adquieren un carácter de solidaridad y corresponsabilidad ya que se destinan al servicio de los más pobres de las comunidades. Por lo tanto, el verdadero sentido del diezmo queda determinado por el fin que este tiene, la solidaridad con los más necesitados.

Así pues, al pasar de un diezmo que se destinaba al sostenimiento del templo y a sus ministros a un diezmo que mira ahora a los pobres, surge una pregunta, ¿cómo se sostienen los que predican el Evangelio de Cristo?, a este propósito Pablo nos dice: fueron los hermanos de Macedonia los que remediaron mi necesidad. Siempre evité el seros gravosos, y lo seguiré evitando (2Cor 11,9). Para Pablo el anuncio del Evangelio no es motivo de lucro, al contrario señala que anunció gratuitamente el evangelio de Cristo. Ahora bien, son los hermanos, los que asisten sus necesidades, sin buscar ningún reconocimiento. Ya lo había dicho Jesús, gratis lo recibisteis (el poder de Jesús); dadlo gratis (Mt 10,8).

La Iglesia, basada en el testimonio de Jesucristo y de la primera comunidad cristina, quiere que los cristianos asuman en conciencia el mandamiento de ayudar a la Iglesia en sus necesidades, ya que todos los bienes materiales son don de Dios y su condición es signo de la fraternidad querida por él. Cada uno se dona en la medida de sus capacidades y no sólo es la ofrenda económica la que interesa cuando se trata de ayudar a la Iglesia, son también las capacidades, los talentos y el tiempo el que cuenta como ofrenda que agrada al Señor.

Por lo tanto, teniendo a Cristo como el auténtico y único tesoro, el diezmo adquiere su verdadero sentido cuando se sale al encuentro a los más débiles, compartiendo los bienes que se han recibido como don de Dios, ya que quien tiene a Cristo, lo ha conquistado todo. La invitación, pues, de la Iglesia es de la suscitar la responsabilidad en cada uno de los miembros de la Iglesia, a fin de suplir las necesidades más urgentes que aparecen en el anuncio de la Buena Nueva de Jesucristo.

Son muchas las obras que la Iglesia desarrolla en el mundo gracias a las ofrendas voluntarias de los cristianos; el anuncio del Evangelio pasa a través de las estructuras humanas, las cuales se sostienen con la caridad cristiana. Toda ofrenda que se hace para colmar una necesidad de los hombres no quedará sin recompensa, ya que es a Cristo mismo a quien se ofrece, en verdad os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí lo hicisteis» Mt 25, 40.

Eduard Támara Pbro.

Lic. Teología Bíblica

Bibliografía:

Leon Dufour, X. Vocabulario de Teología Bíblica.

De Vaux, R. Instituciones del Antiguo Testamento.

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