Por: Pbro. Javier Alexis Agudelo Avendaño, párroco de Jesucristo Buen Pastor
“El pueblo de Israel, en la fase inicial de su historia, no tiene rey, como los demás pueblos, porque reconoce solamente el señorío de su Señor Dios” (cfr. 1 Sam 8, 5). El texto nos presenta a Dios quien interviene en la historia mediante hombres carismáticos, como atestigua el libro de los Jueces. Jesús rechaza el poder opresivo y despótico de los jefes de las naciones (Mc 10, 42) y su pretensión de hacerse llamar benefactores (Lc 22, 25), pero jamás rechaza directamente las autoridades de su tiempo.
La sujeción, no pasiva, sino por razones de conciencia (Rom 13, 5), al poder constituido responde al orden establecido por Dios. San Pablo define las relaciones y los deberes de los cristianos hacia la autoridad (Rom 13, 1-7).
Comunidad política, persona humana y pueblo
Foto: Internet
En el compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, en su Art. 384 leemos: “La persona humana es el fundamento y fin de la convivencia política, (GS N. 25). Dotada de racionalidad, ella es responsable de las propias opciones y capaz de perseguir proyectos que dan sentido a su vida, en el ámbito personal y social. La apertura hacia la Trascendencia y hacia los demás es el matiz que la caracteriza y la distingue: solamente en la relación con la Trascendencia y con los demás, la persona humana alcanza su plena y completa realización. Esto significa que, para el hombre, criatura naturalmente social y política, la vida social no es algo accidental sino una dimensión esencial e ineludible. Ese orden del cual se habla debe ser descubierto y desarrollado por el mismo hombre. El crecimiento de cada uno de los miembros de la sociedad, hace que se integren y trabajen por el bien común.
Relación entre la Iglesia Católica y el Estado
La relación entre la Iglesia y el Estado comporta, por tanto, una distinción sin separación, una unión sin confusión (Mt 22, 15-21). Esa relación será correcta y fructuosa si sigue tres principios fundamentales: primero, aceptar la existencia de un ámbito ético que precede e informa la esfera política; segundo, distinguir la misión de la religión y de la política; tercero, favorecer la colaboración entre estos dos ámbitos.
Hay que tener presente que la religión y la política son ámbitos distintos, aunque no separados, pues el hombre religioso y el ciudadano se funden en la misma persona, que está llamada a cumplir tanto sus deberes religiosos cuanto sus deberes sociales, económicos y políticos. Es necesario, sin embargo, que los fieles aprendan a distinguir con cuidado los derechos y deberes que les conciernen por su pertenencia a la Iglesia y los que les competen en cuanto miembros de la sociedad humana.
Respetando cada una el fuero que le corresponde, es necesario hacer un esfuerzo porque existan una conciliación entre sí, teniendo presente que en cualquier asunto temporal deben guiarse por la conciencia cristiana, dado que ninguna actividad humana, ni siquiera en el orden temporal, puede sustraerse al imperio de Dios. En nuestro tiempo es de mayor importancia que esa distinción y esta armonía brille con suma claridad en el comportamiento de los fieles. Puede decirse que en estas palabras se resume el modo en que los católicos deben vivir la enseñanza del Señor: “Dad, al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22, 21).
Puntos de cooperación entre la Iglesia Católica y el Estado
Los seres humanos viven en el contexto de la historia, pero al mismo tiempo, se esfuerzan por preservar su vocación eterna (cfr. GS 76). Por eso, en temas referentes al orden temporal, hay aspectos en los que claramente la Iglesia y el Estado pueden colaborar.
En la historia moderna del continente africano, por ejemplo, dicha colaboración ha sido manifiesta, especialmente en lo referente a la sanidad y la educación. En el siglo XX la Iglesia Católica fue el mayor proveedor de servicios educativos en los Estados africanos. Baur (1994) indica que “las escuelas de misión han sido el mayor servicio hecho a nuestras naciones africanas en vías de desarrollo”. También los hospitales de las misiones han tenido un papel importante en la mejora de la calidad de vida de muchas personas en nuestro continente. En Colombia se sigue esta misma línea. La Iglesia sin llegar a ser un partido político con ideales religiosos, ayuda al estado el desarrollo de muchos programas de interés social, siendo la caridad su bandera.
La Iglesia es garante de los derechos fundamentales de la persona, en especial: la vida. Ha sido y seguirá siendo una institución neutral de los diálogos de paz con todos los grupos al margen de la ley. De acuerdo a los parámetros de la Doctrina Social de la Iglesia, debe formar líderes políticos con bases sólidas en valores éticos y morales. Está al frente de muchas obras de caridad, de hospitales, ancianatos. orfanatos y muchas obras sociales hechas con la caridad de la gente, otras en sintonía perfecta con el Estado. No reconocidas públicamente porque el interés de la Iglesia es asumir el servicio como el Maestro lo enseña: “Que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha” (Mt 6, 3) y “Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20, 28).
El Papa san Juan Pablo II nos recuerda que “el motivo fundamental de la colaboración entre la Iglesia y el Estado es el bien de la persona humana” (Concordato), su trabajo en los ámbitos de la sanidad y la educación ha contribuido sin duda a mejorar la calidad de vida de la gente. Pero la calidad de la vida humana exige también una transformación a nivel espiritual. Por ello, la Iglesia se esfuerza constantemente por actuar como levadura en su relación con las sociedades humanas para que puedan ser “renovadas en Cristo y transformadas en familia de Dios” (GS 40).
Los aspectos en que la Iglesia y el Estado pueden colaborar se determinarán “teniendo en cuenta las circunstancias de lugar y tiempo” (GS 76). En las situaciones de persecución se vuelve difícil hallar ámbitos de colaboración, pero como destaca el Santo Padre: “Una Iglesia que goza de libertad desea ser aliada del Estado en la colaboración por el progreso humano y el bien común” (Concordato). De todos modos, la cooperación con el Estado nunca pone en entredicho la misión profética de la Iglesia de incitar al Estado a adoptar formas siempre más eficaces de colaboración, porque la Iglesia “es al mismo tiempo signo y salvaguardia de la trascendencia de la persona humana” (GS 76).
¿Por qué la Iglesia Católica opina sobre gobierno y/o legislaciones?
La instauración de la evangelización y de las misiones de españoles sobre quienes habitaban el suelo que luego se denominaría Colombia, dejó una impronta que marcará una línea totalitaria para entender el significado del ser cristiano y su relación con el ser nacional a lo largo de toda la historia del catolicismo colombiano.
La comunidad política se encuentra en la referencia al pueblo su auténtica dimensión: ella es, y debe ser en realidad, la unidad orgánica y organizadora de un verdadero pueblo. “El pueblo no es una multitud amorfa para manipular e instrumentalizar, sino una comunidad de personas, cada una de las cuales, en su lugar y a su modo, tiene la posibilidad de formarse su propia opinión sobre la cosa pública, y la libertad de expresar la propia sensibilidad política y de hacerla valer de manera coherente con el bien común” (Doctrina Social de la Iglesia Art. 385).
Estas opiniones son expresadas por sus jerarcas quienes tiene la potestad de gobierno. Hay que tener presente que la Iglesia se organiza territorialmente en el mundo en Diócesis y Arquidiócesis de acuerdo con la legislación canónica. De manera que las decisiones que tome el Estado y la legislación, afectan a los fieles de la Iglesia. Por tanto, la Iglesia debe salir en defensa de sus derechos. A pesar de que en la Constitución del 91 diga que somos un país laico, la gran mayoría de los laicos son miembros de la Iglesia Católica por el bautismo según el Código de Derecho Canónico (cc. 96;204).
La sociedad humana, venerables hermanos y queridos hijos, tiene que ser considerada, ante todo, como una realidad de orden principalmente espiritual: que impulse a los hombres, iluminados por la verdad, a comunicarse entre sí los más diversos conocimientos; a defender sus derechos y cumplir sus deberes; a desear los bienes del espíritu; a disfrutar en común del justo placer de la belleza en todas sus manifestaciones; a sentirse inclinados continuamente a compartir con los demás lo mejor de sí mismos; a asimilar con afán, en provecho propio, los bienes espirituales del prójimo (Doctrina Social de la Iglesia Art. 386). Así, la Iglesia puede y debe señalar que una ley es injusta porque es contraria a la ley natural (leyes sobre el aborto o el divorcio, la eutanasia), o que determinadas costumbres o situaciones son inmorales, aunque estén permitidas por el poder civil, o que los católicos no deben dar su apoyo a aquellas personas o partidos que se propongan objetivos contrarios a la ley de Dios, y por tanto a la dignidad de la persona humana y al bien común (GS 40-41).
El pluralismo social de los católicos
Todo lo dicho concuerda con el legítimo pluralismo de los católicos en el ámbito social. En efecto, los mismos objetivos útiles se pueden conseguir a través de diversos caminos; es, por tanto, razonable un pluralismo de opiniones y de actuaciones para alcanzar una meta social. Es natural que los partidarios de cada solución busquen legítimamente realizarla; sin embargo, ninguna opción tiene la garantía de ser la única alternativa adecuada –entre otras cosas porque la política trabaja en gran parte con futuribles: es el arte de realizar lo posible– y, aún menos, de ser la única que responde a la doctrina de la Iglesia: “A nadie le está permitido reivindicar en exclusiva a favor de su parecer la autoridad de la Iglesia” (GS 43).