El Buen Pastor da la vida por las ovejas (Jn 10, 11)

Por: Monseñor José Libardo Garcés Monsalve, Obispo de la Diócesis de Cúcuta.

El cuarto domingo de Pascua está destinado por la liturgia de la Iglesia a contemplar a Je­sucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, como el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas, esto quiere decir que, le preocupa cada uno de los seres humanos que no están en el redil y Él como Buen Pastor, las busca para llevarlas hasta el Padre. Jesucristo como Buen Pastor está atento a cada uno de nosotros, nos busca y nos ama, dirigiéndonos su Palabra, co­nociendo la profundidad de nuestro corazón, nuestros deseos, nuestras esperanzas, como también nuestros pecados y nuestras dificultades dia­rias. Aun cuando estamos cansados y agobiados por el peso de la vida, Él como Buen Pastor nos invita a re­posar en Él “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré” (Mt 11, 28).

Acoger a Jesucristo, convertirse en su discípulo, aprender a conocer­le, amarle y servirle, es reposar en Él con la certeza que como Buen Pastor ya conoce nuestro cansan­cio, nuestros aciertos y desaciertos, porque “Yo soy el Buen Pastor. El Buen Pastor da la vida por las ove­jas, no como el jornalero que ni es verdadero pastor ni propietario de las ovejas. El jornalero cuando ve venir al lobo, las abandona y huye” (Jn 10, 11-12). La acción del Buen Pastor que da la vida por las ovejas, que no las abandona, son acciones que muestran cómo debemos corres­ponder a la actitud misericordiosa del Señor. Seguir al Buen Pastor y dejarse encontrar por Él, implica intimidad con el Señor que se con­solida en la oración, en el encuentro personal con el Maestro y Pastor de nuestras almas.

De esta actitud amorosa del Pastor se tiene que desprender una actitud contemplativa de cada uno de no­sotros, porque es la intimidad en la oración a solas con Él, lo que refuer­za en nosotros el deseo de seguirlo, saliendo del laberinto de recorridos equivocados, abandonando com­portamientos egoístas, para encami­narse sobre los caminos nuevos de fraternidad y de entrega de nosotros mismos, imitándolo a Él, incluso en la Cruz donde estamos llamados también a contemplarlo cada día de rodillas.

Jesús es el único Pastor que nos habla, que nos conoce, que nos da la vida eterna y que nos custodia todos los días de nuestra vida. Todos nosotros so­mos su rebaño y solo debemos esfor­zarnos en escuchar su voz, mientras con amor Él escruta la sinceridad de nuestros corazones, para que le abramos nuestra vida de par en par y podamos decirle siempre: “qué­date con nosotros Señor” (Lc 24, 29). Con esta intimidad permanente con nuestro Pastor, surge la alegría de seguirlo dejándose conducir a la plenitud de la vida eterna. Esta vida eterna está ya presente en nuestra existencia terrena, pero se manifes­tará plenamente cuando lleguemos a la plena comunión con Dios en la felicidad eterna.

Jesucristo Buen Pastor se ha queda­do con nosotros en cada uno de los sacerdotes, que, participando del único sacerdocio de Jesucristo, ha­cen visible al Buen Pastor, siendo pastores del pueblo de Dios, cuidan­do las ovejas, saliendo en busca de la oveja perdida y comportándose como pastor en medio del redil y no como asalariado que abandona las ovejas en el momento del peligro.

Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, como Buen Pastor, sale al encuentro de todos. Él está Crucificado y man­tiene el combate de las fuerzas del amor contra las fuerzas del mal. Con los brazos clavados en la Cruz, Él pronuncia sobre la Iglesia y el mun­do la gran noticia del perdón para to­dos. Con los brazos extendidos entre el cielo y la tierra, recoge todas las miserias e intenciones del mundo. Transforma en ofrenda agradable toda pena, todo recha­zo y toda esperanza del mundo.

Cada sacerdote en el mundo es sacramento de este Sumo Sacerdote de los bienes presentes y definitivos. El sacerdote actúa en representación del Señor, no actúa nunca en nombre de un ausente, sino en la Persona misma de Cristo Re­sucitado, que se hace presente con su acción eficaz. El Espíritu Santo garantiza la unidad en el ser y en el actuar, con el único sacerdote. Es Él quien hace de la multitud un solo rebaño y un solo Pastor y la misión del sacerdote es apacentar las ove­jas, que debe ser vivida en el amor íntimo con el Supremo Pastor (cfr. Benedicto XVI, Audiencia General, 14 de abril de 2010).

Hoy es un día especial para dar gra­cias a Dios por el Sumo Sacerdocio de Nuestro Señor Jesucristo, que, como Buen Pastor, nos rescata a cada uno de nosotros de las tinieblas del pecado y levantándonos nos lle­va sobre sus hombros. Pero también es un día para agradecer al Señor por cada uno de nuestros sacerdotes, que dejándolo todo han sabido escuchar la voz del Pastor, para cumplir la misión en el mundo de pastorear al pueblo de Dios con los sentimientos de Jesucristo Buen Pastor.

Cada sacerdote como pastor de una comunidad parroquial necesita de la oración y del acompañamiento de su pueblo. La santidad del pue­blo de Dios está en las rodillas del sacerdote, que, como buen pastor, sabe acompañar desde la oración a cada uno de los fieles. Pero también la santidad del Sacerdote está en las rodillas de los fieles, que, en actitud contemplativa frente al Señor, ora por sus sacerdotes. Agradecemos hoy el don de cada uno de los sa­cerdotes de nuestra Diócesis de Cúcuta y también de las vocacio­nes, oremos para que el Señor siga enviando obreros a su mies, para rescatar tantas ovejas perdidas que necesitan volver al redil a beber el vino de la gracia de Dios y llegar un día a participar de la felicidad eter­na.

Los invito a que caminemos juntos en oración de rodillas frente al San­tísimo Sacramento y en actitud con­templativa miremos y abracemos al Crucificado, teniendo muy presentes a todos los sacerdotes del mundo en­tero y de nuestra Diócesis, para que cada día el celo pastoral de los mi­nistros, conduzca al pueblo de Dios por los caminos de la fe, la esperan­za y la caridad, y bajo la protección y amparo de la Santísima Virgen María y del glorioso Patriarca san José, todos los sacerdotes seamos fieles a Jesucristo y a la Iglesia.

En unión de oraciones, caminemos juntos, rezando el Santo Rosario.

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