“Yo no me preparo para un fin, sino para un encuentro”: Benedicto XVI

Por: Monseñor José Libardo Garcés Monsalve, Obispo de la Diócesis de Cúcuta 

El Ministerio Petrino en la Igle­sia Católica se fundamenta en el texto bíblico del Evangelio de san Mateo que enseña: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edifi­caré mi Iglesia” (Mt 16, 18). Con esta certeza que proporciona la Pa­labra de Dios, comprendemos que la misión que desempeña cada uno de los Pontífices de la Iglesia Ca­tólica, es una elección de Dios que responde a su voluntad y al plan de salvación para la humanidad.

Como fieles bautizados, creyentes en Cristo, estuvimos unidos en ora­ción desde el pasado 28 de diciem­bre, cuando conocimos la noticia que Su Santidad, el Papa emérito Benedicto XVI, experimentaba complicaciones en su salud. Des­pués de su partida a la Casa del Pa­dre, el sábado 31 de diciembre de 2022, queremos presentarles a los bautizados de la Diócesis de Cúcuta esta edición especial del Periódico La Verdad, como un homenaje de esta Iglesia Particular, a quien fue el sucesor de Pedro y Vicario de Cris­to desde el año 2005 a 2013.

Joseph Ratzinger sufrió los horro­res y las consecuencias de la Se­gunda Guerra Mundial, experiencia dolorosa, que le dio la fuerza inte­rior y la luz necesaria para rechazar, desde su magisterio, el nazismo y todas las políticas que atentan con­tra la libertad y los derechos huma­nos. Decía en Auschwitz: “Hablar en este lugar de horror, cúmulo de crímenes contra Dios y contra los seres humanos sin igual en la his­toria resulta casi imposible. Es es­pecialmente difícil y opresivo para un Papa que viene de Alemania”, lo que le permitió en su humildad como persona, ver de cerca la mise­ria humana causada por el pecado y el horror de la guerra, para enfren­tarlos con decisión y claridad.

Recordamos al Papa emérito Bene­dicto XVI, como un hombre de fe profunda, amor al estudio, dedicado a la academia y de gran producción intelectual, que aportó fe y doctri­na en diversas etapas de su vida, dejándonos un lega­do del que todos nos beneficiamos, porque con su doctrina pro­fundizamos más en la fe en Nuestro Señor Jesucristo. Su expe­riencia cristiana, re­cibida desde el hogar y vivida con gran fer­vor, le llevó a enten­der la fe como un en­cuentro personal con Jesucristo que debe ser anunciado: “No se puede encontrar a Cristo y no darlo a conocer a los demás. Por tanto, no se guarden a Cristo para ustedes mismos. Comuniquen a los demás la alegría de su fe. El mundo necesita el testimonio de su fe, necesita ciertamente a Dios” (Mensaje a la juventud en Madrid), enseñándonos que el cristiano no se prepara para un fin de la vida, sino que la fe en Jesucristo prepara al creyente para un encuentro con Él.

La entrega y vocación que encarnó en su misión, fue un gran testimo­nio para la Iglesia, ya que desde muy joven recibió encargos de gran responsabilidad, que, aunque nunca los esperó, los ejerció con genero­sidad, serenidad y humildad, pero también con seriedad y determi­nación, mostrando con ello que su único deseo siempre fue ser “un humilde servidor de la viña del Se­ñor”, como lo afirmó el día que fue elegido Papa en el año 2005.

Inició su servicio prominente en la Iglesia como asesor teológico del Concilio Vaticano II, brillando por su grandeza intelectual. Posterior­mente fue Arzobispo de Munich y Frisinga (Alemania); Cardenal, Prefecto para la Doctrina de la Fe y decano del Colegio Cardenalicio.

A pesar de su admira­ble capacidad intelec­tual, su humildad era lo que más brillaba en su persona. Fue claro e íntegro en sus declaraciones, habló de forma certera, de­nunciando desde el Evangelio los terri­bles males que aque­jaban en su momen­to al mundo y a la fe cristiana. Su humildad fue gracias a la indis­cutible confianza en el Señor, ha­ciendo en todo la voluntad de Dios, que guio su ministerio desde el mo­mento de su ordenación sacerdotal en el año 1951.

Para la Iglesia ha sido una gran pér­dida, un hombre de fe, que, desde su servicio eclesial y la producción intelectual, contribuyó para que el Evangelio de Jesucristo fuera com­prendido en los diversos ámbitos en los que se mueve el ser humano. Ahora, en la gloria de Dios, hemos ganado un intercesor que pedirá al Señor, para que la Iglesia, en sali­da misionera, continúe su misión anunciando a Jesucristo. El Señor en su gran bondad y proveyendo lo mejor para su Iglesia, concede para cada tiempo los pastores eximios a la altura de las exigencias de las épocas, y desde los carismas que el Espíritu Santo infunde en ellos, sirven oportunamente para seguir guiando la Iglesia, en medio de mu­chas tormentas que la intentan de­rrumbar.

Damos gracias a Dios por la vida y testimonio de Su Santidad, el Papa emérito Benedicto XVI, y nos uni­mos en oración constante con toda la Iglesia Universal, para que esté gozando de la gloria de Dios que predicó con fe y que explicó con la razón a través de sus escritos.

Pidamos al Señor que siga guiando a la Iglesia por caminos de fe, es­peranza y caridad, de manera que todos nos sintamos protegidos por la gracia de Dios y así, camine­mos juntos, en salida misionera, como hijos de Dios, en el Proceso Evangelizador de nuestra Diócesis, hasta que lleguemos un día a gozar de la plenitud de Dios en su gloria. Que la Santísima Virgen María y el glorioso Patriarca san José, al­cancen del Señor todas las gracias y bendiciones necesarias, para que practicando la enseñanza que nos ha dejado el Papa emérito Benedic­to XVI, podamos crecer en santidad y nos preparemos también nosotros un día no para un fin de nuestra vida, sino para un encuentro con el Señor.

En unión de oraciones, reciban mi bendición.

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