Los personajes principales de la Cuaresma

Por: Pbro. Carlos Julio Moreno Cabezas, PSS, formador del Seminario Mayor San José de Cúcuta

Caminemos juntos en torno a Jesús. Nos disponemos a continuar un itinerario espiritual que nos llevará a celebrar la Pascua del Señor. En la Sagrada liturgia, nuestra santa madre Iglesia, nos coloca una serie de personajes, que si los contemplamos con la fe y el amor que brota de nuestro corazón, nos ayudarán a disponernos mejor, no sólo a celebrar el santo Triduo Pascual, sino a cambiar de una forma radical nuestra vida, dando los frutos que pide la conversión. Querido amigo lector, le invito entonces a esforzarse por recordar a cada uno de estos personajes y a descubrir lo que sucedió en cada uno de ellos al encontrar a Jesús. Pidamos al Espíritu Santo que también hoy todos nos dejemos seducir por el amor de la Trinidad Santa.

La samaritana

No conocemos el nombre de esta mujer, pero hacer referen­cia a toda una región; Samaría y por ende a los samaritanos; los cuales fueron colocados por Jesús como modelo de ca­ridad. Recuerdan a aquel buen samaritano en Lucas 10, 33- 37, se muestra como un hom­bre de buen corazón, capaz de compadecerse ante la necesi­dad del otro, por eso quien es buen samaritano es aquel que ayuda desinteresadamente y podríamos decir; es colocado como modelo de caridad por el mismo Jesús. Ahora en el evangelio de Juan en el capí­tulo 4, encontramos que Jesús en su acción salvadora quiere pasar por esa región y encuen­tra a esta mujer a la que trata con amor y se le revela como Mesías; yo soy el que habla contigo (Jn 4, 26) y con un corazón transformado, deja el cántaro y va en busca de sus paisanos a anunciarles lo que ha visto y oído.

La mujer adúltera

Otra mujer que se deja encon­trar por Jesús, está en el Evan­gelio de Juan 8, 3-11. No vea­mos aquí a María Magdalena de la que se habla en Lucas 8, 1-2; pues de esta mujer no se dice su nombre, lo único que se dice, es que fue sorprendida en adulterio; tampoco se men­ciona al hombre que estaba con ella. Lo importante es descu­brir la misericordia y el perdón de Dios, manifestado por Je­sús; ya lo había dicho: “Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido” (Lc 19, 10). Sorpren­de la forma como Jesús hace que aquellos acusadores se den cuenta de su propia realidad pecadora y dejen de ser jueces; para irse abatidos por el peso quizás de sus propios pecados, ya que les faltó coraje para re­cibir, el perdón que Jesús vino a ofrecer: “Tampoco yo te con­deno. Vete, y en adelante no peques más” (Jn 8, 11).

Nicodemo

Un judío practicante, pues era fariseo y miembro del sane­drín. Dice el texto que fue de noche a ver a Jesús, no quería ser descubierto; pues era uno de los jefes del judaísmo ofi­cial. Después de la muerte de Jesús vuelve a aparecer en es­cena (Jn 19, 39) llevando una mezcla de mirra y áloe, para sepultar el cuerpo del Señor. Al juzgar por lo que le expresa a Jesús, a quien llama Maes­tro y reconoce que Jesús vie­ne de parte de Dios, nos lleva a pensar que admiraba a Jesús y seguía sus enseñanzas. Lo realmente importante es la en­señanza que encontramos en el Evangelio; nacer del agua y del Espíritu. En el contexto de la cuaresma en donde se nos in­vita a dar los frutos que pide la conversión, el texto nos invita a una transformación total de nuestra vida; no a conformar­nos con ciertas prácticas espi­rituales vividas de una forma rutinaria, sino que debemos re­novar las promesas hechas en el sacramento del bautismo.

El padre, el hijo menor y el hijo mayor, en la parábola del padre misericordioso

Volvamos al evangelio de Lu­cas en el capítulo 15,11-31. Encontramos aquí el texto más hermoso sobre la misericordia de Dios. Desde la dimensión bíblica, no debemos hacer jui­cios de tipo moral; decir cuál de los dos hijos es el malo o es bueno. La realidad es que el amor de Dios nos llena de estupor. La imagen del padre que presenta la parábola des­borda toda lógica humana. Muestra ese trato compasivo que el padre tiene con sus dos hijos más allá de sus méritos. La plenitud de ese amor está en la expiación de Jesucristo, para rescatarnos de toda opre­sión y devolvernos la dignidad de hijos, como lo hace con el hijo mejor de la parábola. El Padre Celestial conoce nues­tras debilidades y pecados. Nos muestra misericordia al perdonar nuestras faltas y nos ayuda a recobrar nuestra dig­nidad de hijos, recibida en el bautismo.

El hijo mayor estaba muy seguro de sí mismo, posible­mente estaba muy confiado al pensar que toda la fortuna, sería para él; hasta el padre se lo dice: hijo todo lo mío es tuyo (Lc 15, 31); pero se ol­vida de la experiencia hermo­sa de fraternidad, por eso le dice a su padre: ese hijo tuyo (Lc 15,30). Vuelve a resonar la pregunta del Señor a Caín: ¿Dónde está tu hermano? (Gn 4, 9). La conclusión es cla­ra, sólo reconociendo al otro como hermano puedo sentir­me en verdad hijo y se puede comprender y experimentar el amor misericordioso de Dios, para ser también misericor­diosos como lo es Nuestro Pa­dre del Cielo.

Lázaro

Oriundo de Betania, no sólo es reconocido como amigo de Jesús, sino que se convierte en instrumen­to para que Jesús realice su sépti­mo signo, devolviéndole la vida y haciendo su máxima revelación como Dios: Yo soy la resurrección y la vida (11, 25). Bien sabemos que sólo Dios puede dar la vida y es lo que hace Jesús en esta esce­na. Los racionalistas y faltos de fe, suponen que Lázaro habría entrado en un estado de catalepsia; pero el autor sagrado es claro en afirmar, que llevaba cuatro días muerto y por tanto ya olía mal (Jn 11, 39). Aceptemos a Jesús como quién puede darnos la vida y creamos en su resurrección gloriosa.

El enfermo de la piscina de Betesda

Este pasaje (Jn 5, 1-15) le permite al autor del IV Evan­gelio presentar a Jesús como fuente de vida. Lo dirá explícitamente más adelante: yo he venido para que tengan vida y la tengan abundantemente (Jn 10, 10). En este camino cuaresmal nos debe llamar la atención el agua; otro elemen­to fundamental en el bautismo y por tanto en la vida de cada cristiano. Se hace notar en el texto el movimiento de las aguas causado por el ángel de Dios y el efecto sanador de las mismas. El agua simboliza la vida y es un medio de purifi­cación; pero aquí en el texto es Jesús quien realiza la ac­ción. El versículo 6 nos dice: “Cuando Jesús lo vio tendido y supo que ya había pasado tanto tiempo así, le preguntó: ¿Quieres ser sano?”. Efectiva­mente Jesús por su poder le or­dena: Levántate, toma tu cami­lla y camina y así sucede; pues es Dios y hace las cosas que el Padre le permite realizar, y así como el Padre resucita muer­tos, del mismo modo el Hijo da vida a los que Él quiere (Jn 15, 21).

María de Nazaret

“El poderoso ha hecho obras gran­des en mí, su nombre es santo” (Lc 1, 49). Él la hace ante todo Madre de su Hijo, este es el pedido que le hace el ángel. El Evangelio de Juan nunca da su nombre, siem­pre se refiere a ella con el título de Madre. Ella está toda para Jesús, la descubrimos cerca a su hijo desde que Él se auto revela en el primer signo que hace en Caná de Galilea (Jn 2,1-10) y luego al final al pie de la Cruz (Jn 19,25-27). Esta fi­gura literaria nos quiere indicar que María siempre estuvo toda para su hijo. No forzamos el texto si imaginamos que incluso caminó al calvario; ella está ahí para ani­mar a su hijo; tanto así que, en el santo viacrucis, en la cuarta esta­ción resaltamos esa presencia de la virgen. María también nos ofrece a nosotros la caricia de su consuelo materno, y nos dice, como le dijo a Juan Diego en Guadalupe: «No se turbe tu corazón […] ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?».

En este camino cuaresmal se hace vivo el deseo de caminar con Je­sús, para adentrarnos en su misterio de amor y así poder llegar libres y llenos de gozo a celebrar la victoria del Señor sobre la muerte. Que sea el Espíritu Santo, el que reavive nues­tra fe y conforte nuestra esperanza, para que siendo alcanzados por el amor que transforma y redime sea­mos discípulos misioneros siem­pre dispuestos a comunicar a todos la alegría del Evangelio, como tantas veces nos lo ha pedido el Papa Fran­cisco.

La invitación especial es a vivir las prácticas cuaresmales, para que di­chas acciones nos ayudan a vivir de manera coherente nuestro proceso de reflexión y conversión en este tiempo y junto con la reflexión sobre estos personajes, podamos imitar sus virtudes y ser cada vez mejores seres humanos y cristianos más coheren­tes.

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