Cuaresma, una experiencia de desierto y renovación interior

 

Podemos decir que la Cuaresma, a través de la pedagogía de la Iglesia, hace una primera referencia a Cristo que se encamina hacia Jerusalén, hacia el cumplimiento de su Misterio Pascual. Es, por tanto, la celebración de este doloroso y luminoso itinerario hacia la Pascua, en el que se anticipa la vivencia concreta del misterio de dolor y de gloria, de muerte y de vida.

Cristo caminando hacia Jerusalén, arrastra consigo a toda la Iglesia hacia el momento decisivo de la historia de la salvación. Se puede ver la Cuaresma en una perspectiva cristológica donde Cristo mismo es el protagonista, el modelo y el maestro. Él se retira al desierto para orar, se transfigura en la montaña, encuentra a la samaritana y la salva, le presentan al ciego de nacimiento y lo cura, llora la muerte de su amigo Lázaro y lo resucita. Él es el dueño de la historia y avanza hacia el Misterio Pascual sembrando la salvación.

De ahí que la Cuaresma, según la tradición, se ha presentado como un periodo de preparación a la Pascua. Se trata de un camino semejante al de los hebreos a través del desierto, que hay que recorrer en un clima de austeridad y vigilancia ascética, apoyados en la oración, el ayuno, la lectura asidua y meditación de la Palabra. Atanasio de Alejandría en una de sus cartas nos dice: “Cuando Israel era encaminado hacia Jerusalén, primero se purificó y fue instruido en el desierto para que olvidara las costumbres de Egipto. Del mismo modo, es conveniente que durante la santa Cuaresma procuremos purificarnos y limpiarnos, de forma que podamos subir al cenáculo con el Señor para cenar con Él y participar en el gozo del cielo”.

Ahora bien, esta experiencia de desierto está en conexión con el número cuarenta. En este sentido hay que tener en cuenta los cuarenta años que el pueblo de Israel pasó en el desierto camino a la tierra prometida; o los cuarenta días que transcurrió Moisés en la cima del monte Sinaí sin comer ni beber; los cuarenta días y cuarenta noches que el profeta Elías pasó caminando por el desierto hacia el monte Horeb; también Jesús fue llevado al desierto y allí se sometió a la tentación y al ayuno por espacio de cuarenta días y cuarenta noches.

Cuaresma, es, pues, una experiencia de desierto. El desierto es un lugar hostil, lleno de dificultades y de obstáculos. De ahí que, la experiencia de desierto anima a los creyentes a la lucha, al combate espiritual, al enfrentamiento con la propia realidad de miseria y de pecado para que se obre en nuestro interior una renovación que nos permita vivir la caridad y la solidaridad con los más necesitados y celebrar el misterio de nuestra salvación, siendo capaces de vencer la indiferencia ante el otro, solo, triste, pobre y desamparado.

Esta es la insistencia del Papa Francisco en su mensaje para la Cuaresma en el 2015, el pontífice afirma: “La Cuaresma es un tiempo de renovación para la Iglesia, para las comunidades y para el creyente. Pero sobre todo es un tiempo de gracia. Dios no nos pide nada que no nos haya dado antes… Él no es indiferente a nosotros. Está interesado en cada uno de nosotros, nos conoce por nuestro nombre, nos cuida y nos busca cuando lo dejamos… Su amor le impide ser indiferente con lo que nos sucede”.

Si para algo nos debe servir la Cuaresma es para vencer la tentación de encerramos en nosotros mismos, para abrir el corazón a la necesidad del otro que está a nuestro lado esperando ser reconocido en su dignidad humana. Es el tiempo propicio para que nos demos cuenta de que ante tanta necesidad humana de pobreza, indiferencia, injusticias y marginación, la mano con la que Dios cuenta para llegar al que sufre es la Iglesia y ella somos cada uno de nosotros. El cristiano es aquel que permite que Dios lo revista de su bondad y misericordia, que lo revista de Cristo, para llegar a ser como él, siervo de Dios y servidor de los hermanos.

 

Para tener en cuenta:

La Cuaresma debe enfocarse en función de la Pascua. A ella se orienta y en ella culmina. Cuaresma  representa un camino de purificación, vigorizado por la oración y la solidaridad con los demás para vivir nuestra condición de hijos de Dios.

Por eso, la Cuaresma es un tiempo de gracia, un regalo de Dios. Hay que vivirlo en un clima de gratitud con Dios. Su objetivo principal es llevarnos como comunidad a participar de la santidad de Dios, liberándose de todo lo que la esclaviza y degrada.

El ejercicio cuaresmal que prepara a la comunidad a remodelar su corazón a la medida del corazón del Padre, nos invita a ser solidarios y generosos para compartir con los más necesitados.

No hay que buscar el ayuno por el ayuno. Este no tiene un valor en sí.  Sólo vale en la medida en que nos ayuda a adentrarnos en nosotros mismos para darnos cuenta de la necesidad de la gracia de Dios y del valor de la caridad en la vida del cristiano.

El desierto es una experiencia ardua y difícil, pero necesaria. Nuestra vida cristiana debe pasar necesariamente por él, es decir por la experiencia del silencio y de la soledad, del desprendimiento de las cosas materiales, del sacrificio, de la oración como encuentro íntimo y personal con Dios.

Para vencer la tentación necesitamos:

No perder la calma y estar seguros de que la tentación la podemos vencer con la ayuda de la gracia de Dios.

Encomendarnos a Dios y a la santísima virgen Inmaculada, que jamás abandonan a los que se encomiendan en sus manos.

Si se logra vencer, da gracias a Dios. Si hubo caída arrepiéntete, y aprovecha la lección para otra ocasión.

Después de una caída realiza un acto de contrición, confiésate y haz el propósito de no volver a caer.

Dice San Agustín que “Dios no pide a nadie cosas imposibles, sino que hagas lo que puedas, que él te ayudará para que puedas.

Escucha y medita la palabra de Dios. Ella te guiará en el camino de desierto.

 

En esta cuaresma ayuna de:

De juzgar a los otros. Llénate de Cristo que está presente en su rostro.

De palabras hirientes. Llénate de frases que inviten a la reconciliación y al perdón.

De vivir en el descontento. Llénate de actitudes de gratitud.

De enojos. Llénate de paciencia.

De la impaciencia con los otros. Llénate de comprensión y amabilidad.

De pesimismo. Llénate de optimismo ante la vida.

De quejarte de todo. Aprende a valorar lo que tienes, poco o mucho.

De odio y rencor. Llénate de perdón.

De desaliento. Llénate de esperanza.

De la indiferencia y del deseo de poseer cosas materiales. Descubre en Cristo la mayor riqueza de la vida.

De todo lo que te separe de Jesús. Practica todo lo que te lleve al encuentro con Él.

De fumar e injerir licor. Llénate de la gracia de Dios que te ayuda a cambiar.

 

¿Por qué orar?:

Para conocer a Dios y reconocerlo presente en los demás.

Para alcanzar la gracia de la conversión y la vida nueva.

Para pedir el don del Espíritu Santo, la gracia que más necesito.

Para agradecer los dones y beneficios recibidos de Dios.

Para pedir y dar perdón.

Para que el Señor nos conceda la gracia de trabajar por la paz.

Para reconocer humildemente mi debilidad.

La caridad es un don de Dios que nos permite amar a los demás  por encima de nuestras propias fuerzas, buscando siempre el bien de los otros.

La caridad es el mandamiento nuevo que nos da Jesucristo y la síntesis de todos los mandatos de la ley.

Porque tanto amó Dios al mundo que nos dio a su propio Hijo, ama y haz lo que quieras.

Una persona que practica la caridad siempre estará alegre pues el Señor está con ella.

Las obras de misericordia corporales las podemos sintetizar en dar limosna.

Dar de comer al hambriento

Dar de beber al sediento

Dar posada al peregrino

Vestir al desnudo

Visitar a los enfermos

Socorrer al cautivo

Enterrar a los muertos

 

No necesitamos buscar a quién ayudar, la vida misma nos va presentando la oportunidad. Basta tener abiertos los ojos y el corazón para reconocer a Cristo cerca. Quizás no esté a nuestro alcance adoptar a un huérfano de guerra, o ir a socorrer a los damnificados de un terremoto, pero si podemos acompañar a quien está solo, escuchar al que está triste, visitar a un enfermo, ayudar a un estudiante, acompañar a quien pierde un ser querido. La presencia es amor y en los momentos difíciles de la vida lo que vale es estar ahí acompañando en el camino.

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