Por: Sem. Yhon Pablo Canedo Archila
El próximo lunes primero de noviembre celebraremos la solemnidad de todos los santos donde conmemoramos a las personas que por gracia divina y cooperación humana están gozando actualmente del cielo. Por tal motivo, en primer lugar, vienen incluidos los hijos de Dios declarados santos por la Iglesia -mediante la verificación de los milagros científicamente comprobados- y contiene, a la vez los “santos anónimos” -cotidianamente llamados-, hombres y mujeres entregados por amor en cuerpo y alma a Dios como a los hermanos en el silencio de la sociedad, quienes sin haber sido tendencia en las noticias, fueron en cambio perfectamente reconocidos por el Señor porque viven eternamente en su presencia celestial.
En efecto, por un lado, siguiendo la enseñanza de la Sagrada Escritura según san Pablo en la primera carta a los Corintios 12, 12-30: “Del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante, su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo. Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo (…) ustedes son el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno por su parte”.
Y mediante la Sagrada Tradición -testimoniada en el credo apostólico-, nosotros cristianos bautizados profesamos desde siempre la verdad de fe en “la comunión de los santos”.
Es la consecuencia lógica del hecho que, mediante el bautismo, Cristo nos incorpora a su Cuerpo: la Iglesia -donde Él es la cabeza y nosotros sus miembros-, y por medio del Espíritu Santo, la gracia, la caridad como los sacramentos, los miembros estamos íntimamente unidos a Cristo y entre sí. Entonces, -continúa san Pablo- “Si sufre un miembro, todos los demás sufren con él. Si un miembro es honrado, todos los demás toman parte en su gozo (1Cor 12, 26)”. Por consiguiente, si un miembro es santificado por Dios, estas gracias se comparten y se comunican a los demás porque somos miembros de un solo cuerpo, el Cuerpo de Cristo.
Y es precisamente lo que expresamos cuando profesamos: creo en la comunión de los santos, significa que por la unión con Cristo y entre los miembros entre sí, las gracias recibidas son compartidas a los miembros hermanos de todo el cuerpo, influyendo en la santificación y purificación de toda la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo. En palabras de Santo Tomás: “Como todos los creyentes forman un solo cuerpo, el bien de los unos se comunica a los otros […] Es, pues, necesario creer […] que existe una comunión de bienes en la Iglesia. Pero el miembro más importante es Cristo, ya que Él es la cabeza […] Así, el bien de Cristo es comunicado […] a todos los miembros, y esta comunicación se hace por los sacramentos de la Iglesia” (Santo Tomás de Aquino, In Symbolum Apostolorum scilicet «Credo in Deum» expositio, 13).
Ahora bien, creer en la comunión de los santos es creer también en dos significados estrechamente relacionados como vienen explicados en los numerales 948-959 del catecismo. Primero hace referencia a la comunión de las cosas santas o bienes espirituales; mientras que, por otro lado, expresa la comunión entre los santos o la unidad entre la Iglesia del cielo y la de la tierra.
- Comunión de los bienes espirituales
Entre los miembros de la Iglesia compartimos la fe, las oraciones, los sacramentos (Hch 2, 42) que nos unen a Dios y de modo especial, la Eucaristía porque nutriéndonos con el cuerpo de Cristo, presencia real, sacramental y sustancial Nuestro Señor nos hace uno con Él y con nuestros hermanos. Igualmente, nos unen los carismas porque el Espíritu santo reparte gracias especiales entre los fieles para la edificación de la Iglesia (1Cor 12, 4-11) y vivimos en la comunión de la caridad, porque “El menor de nuestros actos hecho con caridad repercute en beneficio de todos, en esta solidaridad entre todos los hombres, vivos o muertos, que se funda en la comunión de los santos. Todo pecado daña a esta comunión (CIC 953)”.
- Comunión entre la Iglesia del cielo y la de la tierra
Como ya se ha mencionado anteriormente, mediante el bautismo somos incorporados a la Iglesia, y esta a su vez, aunque es una sola Iglesia porque uno solo es el cuerpo de Cristo, sin embargo, “hasta que el Señor venga en su esplendor con todos los ángeles y, destruida la muerte (LG 49)” se encuentra en tres estados: la comunidad triunfante que la conforman los santos en el Cielo; la comunidad purgante que son los difuntos que se purifican y la comunidad militante, nosotros bautizados aquí en la tierra. Por lo tanto, existe una relación estrecha entre los miembros de la Iglesia en el cielo, el purgatorio y en la tierra. De hecho, los santos por estar más unidos con Cristo no dejan de interceder por nosotros y por nuestros hermanos difuntos ante el Padre, y los fieles difuntos a su vez oran por nosotros y nosotros por ellos mediante la plegaria a los santos.
En conclusión, podríamos sintetizar que creemos en la comunión de los santos, profesando con san Pablo VI: “Creemos en la comunión de todos los fieles cristianos, es decir, de los que peregrinan en la tierra, de los que se purifican después de muertos y de los que gozan de la bienaventuranza celeste, y que todos se unen en una sola Iglesia. Creemos igualmente, que en esa comunión está a nuestra disposición el amor misericordioso de Dios y de sus santos, que siempre ofrecen oídos atentos a nuestras oraciones (Credo del Pueblo de Dios, 30)”.