Corpus Christi: el legado eucarístico de santo Tomás de Aquino

Por: Fray Sergio Stiven Leal Mesa, O.P., fraile dominico en formación de la Provincia San Luis Bertrán de Colombia

Santo Tomás de Aquino, uno de los teólogos más influyen­tes en la historia de la Iglesia Católica, ofrece una visión profun­da y sistemática de la Eucaristía, especialmente en el contexto de la fiesta del Corpus Christi. Esta ce­lebración, instituida formalmen­te en 1264 por el Papa Urbano IV mediante la bula Transiturus De Hoc Mundo, tiene un significado central en la teología eucarística del Aquinate. La comprensión de san­to Tomás sobre este sacramento se manifiesta no solo en sus escritos teológicos, sino también en su vida de oración y devoción, la cual be­bió de la misericordiosa Orden de Predicadores, gracias al proyecto ideado unas décadas atrás por santo Domingo de Guzmán y el acompa­ñamiento de su gran maestro san Alberto Magno.

Perfiles de un hombre santo

Santo Tomás no solo fue un teólo­go que escribió sobre la Eucaristía, sino que vivió profundamente este misterio como un verdadero mís­tico. Siguiendo la biografía escrita por fray Vicente Forcada Comins, O.P. en 1993, Tomás de Aquino te­nía unas características de vida que lo hicieron un hombre de indudable santidad y rectitud.

Su dimensión humana se expresaba en su alma emotiva, equilibrada y serena. No podía resistir llorar de alegría al reconocer al Señor real­mente presente en la celebración de la misa. Su equilibrio y serenidad eran evidentes, incluso en debates académicos intensos o ante la muer­te de un ser querido, mostrando un control admirable de sus emocio­nes. De amplísima memoria, tra­to dulce, agradable y apacible, era corto en palabras ociosas, excelente escritor y gran contemplador de la realidad.

Su humildad es notable. A pesar de sus capacidades y conocimientos, rehusaba la vanagloria, optando por la renuncia a cualquier promoción en dignidades eclesiásticas. Tanto para él como para toda la familia dominicana, la obediencia es fun­damental en la configuración con el mensaje y testimonio de Jesu­cristo: “Es la perfección de la vida religiosa, por la que el hombre se somete al hombre por Dios, como Dios obedeció al hombre en favor del hombre” (p. 74).

Su pobreza y desprendimiento na­cían de su humildad y de la virtud de valorar el tiempo. Consideraba que el tiempo era su única riqueza, por lo que evitaba conversaciones inútiles. Su pobreza se reflejaba también en su hábito remendado y en su sobria comida y bebida. Ora­ba al Señor pidiendo la capacidad de agradarlo solo a Él, y deseaba que nada temporal corrompiera su vida o ablandara su fortaleza. Su compasión por los pobres era pro­funda, compartiendo su ropa y po­sesiones con ellos.

La oración de fray Tomás era cons­tante, un diálogo continuo con Dios, en permanente comunión ín­tima. Su contemplación se extendía a sus estudios y escritos, todo giran­do en torno a Dios. Antes de escri­bir o enseñar, recurría a la oración, intensificándola ante dudas o mate­rias difíciles. Su saber no era solo fruto de su ingenio, sino también de la gracia de Dios y de su intensa vida de oración.

Gran predicador de lenguaje sen­cillo, transmitía sus palabras con una claridad y serenidad que lle­gaban al fondo de quienes lo escu­chaban. Durante una Semana Santa en Roma, predicó en la Basílica de San Pedro sobre la Pasión del Se­ñor, conmoviendo al pueblo hasta las lágrimas, y luego, sobre la Re­surrección, llenándolos de alegría desbordante.

Durante la elevación de la hostia, recitaba la segunda parte del Te Deum: “Oh, Cristo, tú eres el rey de la gloria, tú el hijo y Palabra del Padre…”, reflejando su pro­funda veneración por el misterio eucarístico. Este acto de adoración personal se complementaba con la intensidad emocional que experi­mentaba durante la misa, llegando a derramar lágrimas de devoción y gratitud.

Iluminado por el Espíritu Santo, fray Tomás ofrece un análisis ex­haustivo del sacramento de la Euca­ristía en varios de sus escritos (Co­mentario a las Sentencias de Pedro Lombardo, Suma Contra Gentiles, el Oficio del Corpus Christi) desta­cando el despliegue doctrinal desa­rrollado en las cuestiones 73-83 de la Tertia Pars de la Suma Teológica.

La Teología Eucarística en Santo Tomás

1. La Vida de la Gracia: Tomás señala que Cristo, presente en la Eucaristía, confiere vida espiritual a los creyentes. Citando a San Ci­rilo, afirma: “El Verbo vivifican­te de Dios, uniéndose a su propia carne, la hizo vivificante. Pues con­venía que se uniese de algún modo a nuestros cuerpos por su carne sagrada y su sangre preciosa, que recibimos en el pan y en el vino como bendición vivificante”. Aquí, Tomás subraya que la Eucaristía no es solo un signo eficaz de la gracia, sino una realidad vivificante y en­carnada que transforma al creyente y lo conduce por el camino de la santidad.

2. Rememoración de la Pasión: la Eucaristía representa la Pasión de Cristo y sus efectos redentores. San Juan Crisóstomo, citado por Tomás, describe cómo el cáliz eucarístico es como beber del mismo costado de Cristo, lo que subraya la cone­xión íntima entre el sacrificio de la cruz y el sacramento del altar (Mt. 26, 28).

3. Alimento Espiritual: san Am­brosio, citado por Santo Tomás, ex­plica que: “Este pan es el de la vida eterna, que sostiene la substancia de nuestra alma”. Así pues, para el Aquinate la Eucaristía es dada como comida y bebida, sustentan­do y fortaleciendo la vida espiritual del creyente que deleita y repara al alma.

4. Unidad y Caridad: finalmente, Tomás destaca que las especies eu­carísticas (el pan y el vino) repre­sentan la unidad de la Iglesia. San Agustín, citado por Tomás, dice: “Nuestro Señor ha puesto su cuer­po y sangre en estas cosas que, de múltiples que ellas son, se reducen a una sola”. Esta unidad simboliza la comunión de los fieles y refuerza el vínculo de la caridad entre ellos. (Oficio del Corpus Christi).

Ahora bien, uno de los legados más duraderos de santo Tomás es la composición del Oficio del Corpus Christi. El Papa Urbano IV, reco­nociendo la necesidad de una fies­ta que celebre exclusivamente la Eucaristía fuera del contexto de la Semana Santa, encargó al Aquinate la creación de dicho oficio litúrgi­co. Este encargo fue una respuesta a la devoción creciente hacia la Eu­caristía en el norte de Europa, es­pecialmente en Bélgica, impulsada por figuras como santa Juliana de Mont Cornillon.

El oficio compuesto por santo To­más es notable tanto por su profun­didad teológica como por su belle­za poética. Incluye himnos como el Pange Lingua, el Tantum Ergo (que en realidad es la segunda parte del Pange Lingua) el Sacris Solemniis y el Lauda Sion Salvatorem, que son cantados durante la adoración eucarística y las procesiones del Corpus Christi. Estos himnos no solo capturan la esencia del miste­rio eucarístico, sino que combinan una profunda experiencia mística cristiana junto a una sólida base teológica.

En el Sacris Solemniis, por ejem­plo, Tomás canta la maravilla de la transubstanciación, donde el pan y el vino se convierten en el Cuer­po y la Sangre de Cristo: “El pan de los ángeles se convierte en pan de los hombres. ¡Oh cosa maravi­llosa!”. Mientras que en el Lauda Sion Salvatorem, el Aquinate ratifi­ca la actualización del memorial en cada misa al consagrar las especies eucarísticas: “Instruidos por sus sagradas enseñanzas, consagramos el pan y el vino para la salvación”. Estos himnos, junto con toda la li­turgia del mismo oficio, han tenido un impacto profundo y duradero en la piedad y la liturgia católica.

Por otra parte, en su sermón con motivo de la primera institución de la fiesta del Corpus Christi en 1264, Santo Tomás articula claramente la necesidad y la importancia de esta celebración. Allí describe los “in­mensos beneficios de la largueza divina” y cómo la Eucaristía, como el más precioso y admirable con­vite, transforma a los fieles. “¡Oh precioso y admirable convite, saludable y todo lle­no de suavidad!”, ex­clama, subrayando la singularidad de recibir a Cristo mismo en la Eucaristía, en lugar de los sacrificios de la an­tigua ley.

Tomás también destaca en su ser­món la dimensión comunitaria y eclesial de la Eucaristía. La cele­bración del Corpus Christi, insti­tuida el jueves después de la octa­va de Pentecostés, busca subrayar la unidad de los fieles en la fe y la gratitud hacia Dios por este don su­premo. Urbano IV, al instituir esta fiesta, promovió una celebración más espléndida y solemne del mis­terio eucarístico, con indulgencias y gracias espirituales para aquellos que participarán en las celebracio­nes litúrgicas.

Conclusión

Santo Tomás de Aquino, con su profunda comprensión teológica y su ardiente devoción, ofrece una visión completa y rica de la Euca­ristía y su fiesta particular en la so­lemnidad de Corpus Christi a partir de 1264 (hace 760 años). Sus escri­tos teológicos, especialmente en la Suma Teológica, sus himnos litúr­gicos que toda lengua canta frente a la pre­sencia sacramentada del Verbo hecho pan y su vida de devoción ferviente al misterio del Verbo encarnado, nos brindan una guía invaluable para com­prender y celebrar este misterio central de la fe cristiana.

La Eucaristía, como nos enseña To­más, es no solo un memorial de la Pasión de Cristo, sino una fuente continua de gracia y unidad para la Iglesia. En la fiesta del Corpus Christi, seguimos celebrando con alegría y gratitud este don inefa­ble, siguiendo las huellas del mayor teólogo y ferviente cantor de Cristo eucarístico, tal como lo exaltó San Juan Pablo II y quienes sus herma­nos en hábito recuerdan de manera especial desde el año pasado hasta el 2026 celebrando el triple jubileo de la canonización, muerte y naci­miento del Doctor Angélico.

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