Por: Pbro. Javier Alexis Avendaño. Párroco Jesús Buen Pastor de la Diócesis de Cúcuta
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La vida y la conversión de san Pablo son muy significativas para la Iglesia de nuestro tiempo. La visión tan sesgada que él tenía sobre la salvación, no le permitió ver con claridad el camino propuesto por Dios. La conversión de san Pablo destaca tres momentos en los que se puede ver caracterizada la vida de cada uno de nosotros.
- La vida antes de conocer a Cristo
San Pablo fue educado en el fariseísmo; era un hombre de raza hebrea y de religión judaica. Lo que le llevaba a estar muy sujeto a las reglas, al punto de arder en celos por la ley y quiere imponer sus normas como su camino para agradar a Dios. En este sentido se entiende la forma de proceder de Pablo.
No podemos negar los caminos que existen para lograr la salvación, pero el camino que propone Dios es el camino de Jesucristo. No todos están de acuerdo con él. Pablo se convierte en un perseguidor del cristianismo porque su visión sesgada no le permite ver el camino de Dios. Su amor por el judaísmo le hacía ver al cristianismo como un enemigo (1Cor 18, 9; Gal 1, 13; Fil 3, 6).
Esto pasa en la humanidad actual, el amor a las ideologías, a sus formas de ver la vida, sus propias religiones y su propio camino para la salvación, no les permiten aceptar el camino de la Iglesia, que es el camino de Cristo. Es por ello, que hoy también se persigue a la Iglesia, porque es como una enemiga y no están de acuerdo con ella. Perseguir a la Iglesia es perseguir a Cristo mismo.
De igual forma que Pablo escuchó la doctrina de Jesucristo y la consideró una amenaza, de esa misma manera, muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo consideran una amenaza la doctrina de la Iglesia hasta el punto que la persiguen y la seguirán persiguiendo.
- El momento de encuentro con Jesús camino a Damasco.
San Pablo aferrado a sus tradiciones y su religión, pide una carta de autorización para perseguir cristianos. En su camino a Damasco con este objetivo, es tumbado a tierra (Hech 9, 3-4). Jesús se dirige a él para conocer el objeto de perseguir a su comunidad (Hech 22, 7-10). Este momento es clave para la vida de Pablo, porque es cuando empieza a comprender lo que es la Iglesia como cuerpo de Cristo. Ese momento de luminosidad hizo que Pablo comprendiera el error o lo equivocado que estaba con respecto a la salvación.
Es el momento clave también para muchos para que no sigan con ese estilo de vida que no corresponde al camino de salvación propuesto por Dios. Sólo el encuentro con Jesús Resucitado puede cambiar esa unión sesgada y equívoca que yo tengo de la religión y de la salvación.
La pregunta de Pablo ¿qué tengo qué hacer? Es la pregunta que debemos hacernos después de encontrarnos con el Resucitado. Jesús se vale de un hombre, Ananías, para mostrarle a Pablo su nuevo camino de fe. Aunque no hay datos de él, san Agustín nos dice que era un sacerdote. Un hombre piadoso según la ley (Hech 22, 12).
Hoy también Cristo se vale de sus ministros, para ayudarle a las personas que se han dejado encontrar por Él, a descubrir el nuevo camino de la fe y de la vida cristiana. Una vida fundada en el amor y no en la ley.
Es necesario dejarnos llevar por la Iglesia, que con la gracia del Espíritu, nos lleva por el camino de la salvación propuesta por Dios.
- La vida después de la conversión.
La conversión de san Pablo es uno de los eventos más grandes de la Iglesia después de pentecostés. En san Pablo surge una nueva identidad, san Pablo vio su nueva fe no como una ruptura del judaísmo sino como una renovación de él. El perseguidor se hace perseguido por amor a Cristo. Su nueva identidad lo hace un hombre comprometido, capaz de compartir su fe con los páganos.
Todo encuentro con el Resucitado es transformante y conlleva a una vida nueva y comprometida como diría san Pablo “revestido de Cristo”; olvidando lo que queda atrás y lanzándonos a lo que vemos por delante. Por ende, es importante que entendamos que esta opción por Jesús nos hace testigos de la fe y por tanto, enemigos de los que no aceptan el camino de la salvación propuesto por Dios. En palabras de san Pablo: “ya no soy yo, sino Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20). Al igual que Pablo, hemos recibido el mandato de anunciar la Buena Nueva que transforma el corazón del hombre.