Por: Pbro. Daniel Alejandro Bolívar Castaño, vicario de pastoral y párroco del Espíritu Santo
“Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra mesura sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca. No os inquietéis por cosa alguna; antes bien, en toda ocasión, presentad a Dios vuestras peticiones, mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción de gracias. Y la paz de Dios, que supera todo conocimiento, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Flp 4, 4-7).
Nuestro Proceso Evangelizador, nos recuerda que el punto de partida de nuestras acciones pastorales es el encuentro con Jesucristo. De este encuentro depende todo durante este año, que es el de la oración. Los lemas de cada mes, nos iban recordando la necesidad de volver nuestra mirada al Crucificado, de retornar a él, para que, desde lo profundo de nuestro corazón, salgan las verdaderas intenciones y motivaciones que nos ayuden a vivir la misericordia del Padre.
Este primer paso del Proceso Evangelizador, pone en evidencia, que, en este encuentro con Jesucristo, está el éxito de todas nuestras acciones pastorales. La acción misionera, que suscita la conversión y el interés original de profundizar y acrecentar nuestra fe, una fe inicial que se alimenta en la segunda etapa del Proceso Evangelizador: la acción catequética, de tal manera que nuestra iniciación cristiana, a través de esta profundización, se revitaliza y se robustece para así también dar paso a la tercera etapa, la acción pastoral, el compromiso del corazón del creyente, en la construcción del Reino de Dios en la comunidad.
Son varios los acentos que el Proceso Evangelizador va reforzando, no solamente bebiendo, de estas etapas, sino también renovando las relaciones de los fieles con Cristo y entre los hermanos, creando las estructuras necesarias para tal fin.
Cada animador de la evangelización, debe recordar las palabras de Pablo en su carta a los Filipenses: “Estén alegres en el Señor…” Alegría que nace del corazón que se ha dejado cautivar por el amor de Jesucristo que pende de la Cruz y que debe ser llevado a los hermanos a través de la caridad, de la solidaridad y de la fraternidad.
Este mes de septiembre en la Semana por la Paz, recordaremos fundamentalmente que Cristo es nuestra paz, que su victoria sobre el odio y la muerte, nos ha dado la victoria y nos compromete a ser como él, adquiriendo en nosotros sus mismos sentimientos. Por tal motivo volveremos a la comunión con el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, comunión de vida y amor que da sentido a nuestra vida en comunidad, comunión que engendra la paz, comunión que construye sociedad.
La Semana por la Paz es una ocasión oportuna de recordar que somos profetas de nuestro tiempo, que debemos acercarnos a Dios y desde Dios releer nuestra historia; que debemos crecer en la fidelidad a una alianza que nos ha hecho partícipes de una promesa de eternidad, a través de la acción del Espíritu Santo que guía nuestros pensamientos nuestras palabras y nuestras acciones, no debemos temer evangelizar con el testimonio de vida.
centramos nuestra vida en el conocimiento, la escucha, la oración y en la necesidad de vivir la Palabra de Dios. Durante este año hemos venido conociendo el Evangelio de san Marcos, formación que nos ayuda acrecentar nuestra identidad como discípulos misioneros, de tal manera que, desde la Animación Bíblica de la Pastoral, se presenta la ocasión de profundizar en la persona de Jesús, dejándonos guiar por sus palabras para suscitar en nosotros caminos de conversión, corazones de discípulos que nos lleven precisamente a tejer nuevas relaciones fraternas y en paz.
“Tú eres el Cristo con tu Palabra danos la paz”, diremos como Iglesia, reconociendo que es precisamente este clamor que se apoya en la confianza absoluta que con Cristo tendremos un triunfo aplastante sobre el mal de este mundo, que, sin Cristo, el horizonte se convierte en fracaso.
Que en nuestras comunidades parroquiales, comunidades eclesiales misioneras, cada grupo pastoral y en cada movimiento apostólico; las experiencias de encuentro con Jesucristo a través de su Palabra llenen los corazones para encontrar las respuestas a las inquietudes más profundas de cada creyente. Que su Palabra sea nuestra bandera y hacerla vida sea nuestra prioridad. Porque es su Palabra la que nos recuerda que la vida cada día tiene sentido y debemos velar por la dignidad de esa vida, por su origen y destino.
Esta es una tarea que se funda en la naturaleza misionera de la Iglesia y como tal es su razón de ser. Así nos abrimos paso a la reflexión sobre la naturaleza misionera de la Iglesia, que es pueblo de Dios, mesiánico, profético y escatológico, que tiene sus raíces en el misterio de la Santísima Trinidad: fuente de amor.