¿Cómo se llegó a la proclamación del dogma de la Asunción?

Por: Pbro. Alberto Echeverry, párroco del Inmaculado Corazón de María

Imagen: Centro de Comunicaciones Diócesis de Cúcuta

En realidad se trataba de una creencia constante del pueblo fiel, documentada al menos desde el siglo V. Tan arraigada estaba en la fe de los pueblos que en 1638 el rey Luis XIII de Francia no dudó en consagrar su reino a la Santísima Virgen bajo el misterio de su Asunción, declarándola su patrona y protectora y mandando que el 15 de agosto de cada año se celebrase su fiesta con solemne pompa. A nivel teológico, el gran impulso lo recibió la doctrina de la Asunción de los estudios suscitados con ocasión de la proclamación de la Inmaculada Concepción por el beato Pío IX, que inauguró la era Mariológica moderna con la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción. El tratado de la Bienaventurada Virgen María no había sido explorado debidamente, solo cuando en el siglo XVI san Pedro Canisio y Francisco Suárez quienes tuvieron a bien reflexionar positivamente sobre la Mariología, logrando posicionar su pensamiento en el contexto de la reflexión teológica del momento.

Ahora, si la Inmaculada Concepción representa el estadio inicial de la existencia terrena de María, su gloriosa Asunción representa su estadio final, el culmen lógico del desarrollo progresivo de su plenitud de gracia y de su santidad. Fue precisamente alrededor de 1854, año de la definición de la Inmaculada, cuando se manifestó con fuerza el movimiento asuncionista, el cual fue iniciado en 1849, por los Obispos Jorge Sánchez, Obispo del Burgo de Osma y  san Antonio María Claret, ex Obispo de la Habana – Cuba.

Durante un largo tiempo, numerosas peticiones se habían recibido de cardenales, patriarcas, arzobispos, obispos, sacerdotes, religiosos, asociaciones, universidades e innumerables particulares, todos pidiendo que la Asunción corporal al cielo de la Santísima Virgen fuera definido y proclamado como dogma de fe. «Y, de cierto, nadie ignora que eso mismo fue pedido con ardientes votos por casi 200 padres conciliares del Vaticano I» (DVM 1).

Con la encíclica Deiparae Virginis Mariae (Invocando el continuo auxilio de la virgen María) (1 de mayo de 1946) el Papa Pío XII,  preguntó a los demás Obispos sobre la oportunidad de la definición del dogma. «Sinceramente ruego que nos informen acerca de la devoción de vuestro clero y pueblo (teniendo en cuenta su fe y la piedad) hacia la Asunción de la Santísima Virgen María. Más especialmente Queremos saber si vosotros, venerables hermanos, con su aprendizaje y la prudencia tomando en cuenta que la Asunción corporal de la Inmaculada Virgen María puede ser propuesta y definida como un dogma de fe, y si, además de sus propios deseos este es deseado por el clero y el pueblo». (DVM 4). La respuesta positiva fue casi unánime.

Fue el 1 de noviembre de 1950 cuando el Papa Pío XII promulgó la Constitución Apostólica Munificentissimus Deus (El Munificentisimo Dios) con la cual definió el dogma católico de la Asunción de María en cuerpo y alma al cielo. En el texto (Munificentissimus Deus), se recogen los pasajes bíblicos (implícitos o alusivos: 1 Tes 4, 14; Rom 6, 5-6; 2 Cor 5, 1-4; 1 Cor 15, 35-44;  Si hay un cuerpo natural, también hay un cuerpo espiritual) y las afirmaciones de algunos teólogos y doctores de la Iglesia (Juan Damasceno, Antonio de Padua, Alberto Magno) que pueden usarse a modo de sostén del dogma. Sin embargo, tal como expresa el documento se avala más bien en la fe viva y constante del pueblo de Dios, por el Sensus Fidei que constituye la motivación de la proposición de la Asunción de la Virgen. (Sentido de la fe que es fruto de la gracia y acción del Espíritu Santo que actúa sobre el creyente para que “comprenda y crea”.) (Sensus Fidei Vat II LG 12. DV 8) Es el mismo “sentire cum Ecclesia” (Sentir con la Iglesia) de San Basilio, San Agustín, San León Magno y los grandes Padres.

Relación entre la Asunción de María y la Resurrección de Cristo

Tengamos en cuenta que ASUNCIÓN significa, ser llevado por otro, trasladar, conducir de este a otro lugar sin detrimento de su ser corporal; es decir, La Santísima Virgen María ha sido llevada al cielo en cuerpo y alma (reza el dogma) por virtud de Cristo, de tal manera que El la creó, la separó, la eligió y la hizo madre suya, es decir, Madre de Dios y no permitió que el cuerpo de María que no fue contaminado con el pecado sufriese la corrupción del sepulcro; en cambio, ASCENCIÓN quiere decir subir, ascender, por propio poder, es decir, que Nuestro Señor Jesucristo subió al cielo por su propio poder y virtud. Así pues, los dos términos son distintos aunque muchas veces por su transcripción ortográfica parezcan unívocos.

Pero es la Bula de proclamación del dogma de la Asunción, Munificentisimus Deus, la que nos da una sencilla pero muy eficaz la relación entre la resurrección Jesucristo el Señor y la Asunción de la Santísima Virgen María. En los números siguientes las encontramos. Leamos con atención:

#38. Todas las razones y consideraciones de los Santos Padres y de los teólogos tienen como último fundamento la Sagrada Escritura, la cual nos presenta al alma de la Madre de Dios unida estrechamente a su Hijo y siempre partícipe de su suerte. De donde parece casi imposible imaginarse separada de Cristo, si no con el alma, al menos con el cuerpo, después de esta vida, a Aquella que lo concibió, le dio a luz, le nutrió con su leche, lo llevó en sus brazos y lo apretó a su pecho. Desde el momento en que nuestro Redentor es hijo de María, no podía, ciertamente, como observador perfectísimo de la divina ley, menos de honrar, además al Eterno Padre, también a su amadísima Madre. Pudiendo, pues, dar a su Madre tanto honor al preservarla inmune de la corrupción del sepulcro, debe creerse que lo hizo realmente.

#39. Pero ya se ha recordado especialmente que desde el siglo II María Virgen es presentada por los Santos Padres como nueva Eva estrechamente unida al nuevo Adán, si bien sujeta a él, en aquella lucha contra el enemigo infernal que, como fue preanunciado en el protoevangelio (Gn 3, 15), habría terminado con la plenísima victoria sobre el pecado y sobre la muerte, siempre unidos en los escritos del Apóstol de las Gentes (cfr. Rom cap. 5 et 6; 1 Cor 15, 2126; 54-57). Por lo cual, como la gloriosa resurrección de Cristo fue parte esencial y signo final de esta victoria, así también para María la común lucha debía concluir con la glorificación de su cuerpo virginal; porque, como dice el mismo Apóstol, «cuando… este cuerpo mortal sea revestido de inmortalidad, entonces sucederá lo que fue escrito: la muerte fue absorbida en la victoria» (1 Cor 15, 54).

#40. De tal modo, la augusta Madre de Dios, arcanamente unida a Jesucristo desde toda la eternidad «con un mismo decreto» de predestinación, inmaculada en su concepción, Virgen sin mancha en su divina maternidad, generosa Socia del divino Redentor, que obtuvo un pleno triunfo sobre el pecado y sobre sus consecuencias, al fin, como supremo coronamiento de sus privilegios, fue preservada de la corrupción del sepulcro y vencida la muerte, como antes por su Hijo, fue elevada en alma y cuerpo a la gloria del cielo, donde resplandece como Reina a la diestra de su Hijo, Rey inmortal de los siglos (cfr. 1 Tim 1, 17).

¿Qué relación hay entre la  Asunción de la Santísima Virgen María y nuestra    propia resurrección?

Ya la Bula del Dogma de la Asunción responde a este interrogante, pero fue el Papa San Juan Pablo II, quien nos contestaba esto con precisión en sus Catequesis sobre la Asunción. Nos decía lo siguiente: “El dogma de la Asunción afirma que el cuerpo de María fue glorificado después de su muerte. En efecto, mientras para los demás hombres la resurrección de los cuerpos tendrá lugar al fin del mundo, para María la glorificación de su cuerpo se anticipó por singular privilegio” (JP II, 2-julio-97).

“Contemplando el misterio de la Asunción de la Virgen, es posible comprender el plan de la Providencia Divina con respecto a la Especial humanidad: después de Cristo, Verbo encarnado, María es la primera criatura humana que realiza el ideal escatológico, anticipando la plenitud de la felicidad, prometida a los elegidos mediante la resurrección de los cuerpos” (JP II , Audiencia General del 9-julio-97).

Es decir, María resucitada y viva en los Cielos en cuerpo y alma gloriosos, es un anticipo, un anuncio de nuestra propia resurrección. Cristo está vivo en el Cielo, resucitado. Cristo es Hombre, pero también es Dios. María es humana, no es diosa. Y está ya en el Cielo, resucitada ¡viva!, asunta al Cielo en cuerpo y alma es una seguridad de lo que le espera a la humanidad, si siguiendo a Jesucristo como Ella, se hace la Voluntad de Dios. Continuaba el Papa Juan Pablo II así para explicarnos este motivo de esperanza nuestra:

“María Santísima nos muestra el destino final de quienes ‘oyen la Palabra de Dios y la cumplen’ (Lc. 11, 28). Nos estimula a elevar nuestra mirada a las alturas, donde se encuentra Cristo, sentado a la derecha del Padre, y donde está también la humilde esclava de Nazaret, ya en la gloria celestial” (JP II, 15-agosto-97).

La Virgen María no se ubica fuera del orden de la redención. Ella también ha sido redimida en virtud de su función en la historia de la salvación. El Teólogo Karl Rahner al elaborar el dogma sobre María, tuvo en cuenta lo que significa la doctrina de la Gracia en la Historia de la Salvación. Se sabe que el dogma es una formulación interpretativa de la revelación trasmitida por la tradición y la escritura.

El dogma no tiene la finalidad de producir o sacar cosas nuevas, los dogmas marianos no son nuevos, sino que son expresados por la revelación en forma implícita y por lo tanto han de ser proclamados, y creídos por el pueblo de Dios, como sucedió con los dogmas de la Inmaculada y el de la Asunción  a los cielos. Solo aquellos manifiestos en forma explícita no necesitan ser proclamados.

Algunas consideraciones para nuestra fe y vida cristiana

  1. Si la Iglesia define dogmáticamente una verdad para ser creída, es porque tiene certeza de su revelación implícita como sucede con los dogmas marianos, que aunque no los encontramos expresados en la Palabra de Dios, ella nos habla de ellos en forma sencilla e indirectamente, por ejemplo: San Pablo en el himno cristológico de los Efesios 1,3-10 «Dios nos ha elegido santos e inmaculados en el amor» y 1 Corintios 15:54: «Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: la muerte ha sido absorbida en la victoria».1 Corintios 15:51-53 «He aquí, os digo un misterio: No todos moriremos; pero todos seremos transformados».
  2. Tengamos presente que aquello que ha sucedido en Cristo Jesús el Señor, «se cumpliría en la totalidad del cuerpo de la Iglesia lo que brilló admirablemente en él mismo, su cabeza» y en la Virgen María, de una manera anticipada ya que en ella no hubo pecado.
  3. Tenga en cuenta la indefectibilidad de la fe de la Iglesia que nunca se tendrá que retractar de ninguna de sus enseñanzas porque jamás ha enseñado en error.
  4. Lo que ha sucedido en María sucederá también en nosotros. Afirmar la admirable Asunción de la Santísima Virgen María al Cielo en cuerpo y alma es afirmar su resurrección definitiva, cosa que a nosotros nos sucederá en la resurrección del último día (Cfr. Jn. 11,24) A.M.D.G.—999.
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