Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve, Obispo de la Diócesis de Cúcuta
El desarrollo del Plan Evangelizador de nuestra Diócesis de Cúcuta para este mes de septiembre tiene como lema: “Caminemos Juntos, en paz, guiados por la Palabra de Dios”, con el momento significativo de vivir la semana por la paz y la semana bíblica, que tiene como propósito que cada uno de nosotros siga afianzando el fervor y celo pastoral en un trabajo comprometido por la paz, como don precioso de Dios para toda la humanidad, con el corazón dispuesto a recibir esta gracia, que nos compromete a trabajar intensamente por tener en la vida a Nuestro Señor Jesucristo que nos conduce a la verdadera paz.
Cuando aceptamos a Jesucristo en la vida personal y familiar, brota del interior el deseo de trabajar y construir la paz y como consecuencia seremos llamados por el mismo Señor, bienaventurados, así lo expresa Jesús en el sermón de la montaña: “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque Dios los llamará sus hijos” (Mt 5, 9). Esta es la tarea de todo cristiano, ayudar a que todos vivamos en paz, construida desde el perdón y la reconciliación que nos pide amar a los enemigos y orar por los que nos persiguen y calumnian, aprendiendo a resolver los conflictos y problemas diarios desde el Evangelio, que es opuesto a toda violencia y división tal como lo enseña Jesús: “Han oído que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen. Así serán dignos hijos de su Padre del cielo, que hace salir el sol sobre buenos y malos, y manda la lluvia sobre justos e injustos” (Mt 5, 43-45).
Llegar a trabajar por la paz presupone que reinen en nuestro corazón las demás bienaventuranzas. Cuando tengamos la confianza puesta solo en Dios desde la pobreza evangélica, cuando tengamos el alma limpia de todo pecado, comenzamos a tener paz en nosotros mismos y también la podemos ofrecer a los demás, paz que no depende de nuestros méritos, sino de la gracia de Dios. No es la paz como la que busca el mundo, que en muchos casos es más un negocio que pide beneficios para quienes la proporcionan, sino que es un maravilloso regalo que Jesucristo ha ganado con su Sangre y que nos quiere dejar para vivir en unidad y comunión. “La Paz les dejo, mi paz les doy. Una Paz que el mundo no les puede dar” (Jn 14, 27), que implica trabajar intensamente por tener en la vida a Nuestro Señor Jesucristo príncipe de la paz.
Jesucristo ha puesto su morada entre nosotros para devolvernos la paz perdida por el pecado y conducirnos a la paz verdadera, llamando a todos los que están dispersos y divididos para lleguen a la comunión como don de Dios. Su misión la ha cumplido desde la cruz, clavado en el madero nos devolvió la paz con Dios, cuando nos otorgó el perdón misericordioso, “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34), que implica dejarnos limpios de todo pecado y libres de toda división que nos separa de Dios y liberados de odios, resentimientos, rencores y venganzas que destruyen nuestras relaciones familiares y comunitarias y hacen que la paz comience a debilitarse y morir.
Ser llamados por el Señor bienaventurados por trabajar por la paz, significa tener paz en el corazón y luego transmitirla a los otros procurando ambientes de paz entre los hermanos, sobre todo quienes están en división y conflicto o están alejados de Dios. Un bautizado que tiene las cosas ordenadas en su corazón, que está limpio en su corazón, es capaz de dejar entrar a su vida las virtudes de la Fe, la Esperanza y la Caridad, que ponen al creyente en perfecta comunión con Dios, cosechando en su corazón como fruto maduro las demás virtudes que rigen la vida del creyente y lo ponen en actitud de acogida del hermano, incluso del enemigo y del que causa ofensas permanentemente. Con un corazón limpio, que está en gracia de Dios es posible trabajar por la paz, porque la limpieza de corazón permite ver a Dios en el hermano, aún en aquel que es más conflictivo y en el que está más dividido. La limpieza de corazón permite el acercamiento al otro como el buen samaritano que limpia las heridas de odio, resentimiento, rencor y venganza que hay en el corazón del prójimo para llevarlo hasta Dios a que cuide de Él y sane sus heridas.
En este mes de septiembre celebramos la semana por la paz, con el primer compromiso de orar por la paz tan anhelada por todos y luego a trabajar para que vivamos en familias perdonadas, reconciliadas y en paz. Todos queremos la paz y hacemos grandes esfuerzos por conseguirla. En este trabajo intenso y desde el corazón, tenemos la certeza de un premio: “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque Dios los llamará sus hijos” (Mt 5, 9), sabiendo que el Padre de todos es solamente Dios, y no se puede entrar a formar parte de su familia, si no vivimos en paz entre todos por medio de la caridad fraterna, trabajando por crear armonía y unidad en nuestro entorno.
Nuestro Señor Jesucristo necesita que lo dejemos obrar en nuestro corazón y que lo dejemos entrar en nuestra vida: “mira que estoy a la puerta y llamo. Cuando alguien me oye y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y el conmigo” (Ap 3, 20). De nuestra parte tengamos la disposición de decirle: “Quédate con nosotros Señor” (Lc 24, 29) esta es la clave para vivir perdonados, reconciliados y en paz en nuestras familias y en la sociedad, para que hoy y siempre “Caminemos Juntos, en paz, guiados por la Palabra de Dios.
En unión de oraciones. Reciban mi bendición.