Por: Pbro. Freddy Antonio Ochoa Villamizar, vicario de Pastoral
El mes de agosto tiene una gran significación para la vida diocesana en Cúcuta. En agosto de 1956 inició el recorrido de los senderos de la fe y la esperanza con la llegada del primer Obispo, Monseñor Luis Pérez Hernández. Después de vivir la experiencia de la “Misión Diocesana” para celebrar los 40 años de la Diócesis en 1996, en agosto se inició la experiencia de “Las Asambleas familiares” y con ellas empezó formalmente el Plan Pastoral Diocesano de Nueva Evangelización.
Hemos recorrido 64 años de vida diocesana y 24 en el Plan Pastoral, cada año en este mes hemos venido celebrando desde 1999 la “Fiesta Diocesana” que tiene como fin reconocer y proclamar que Jesucristo es el eje de nuestra vida y de nuestra historia; ayudar a todo el Pueblo de Dios a crecer en el sentido de pertenencia y renovar su amor a la Iglesia diocesana, y sentirse llamados a ser “discípulos misioneros del Señor Jesucristo”, caminado en comunidad.
En este año 2020, en el confinamiento a raíz del COVID 19, este mes es un tiempo de gracia para que, desde la familia, pensemos y repensemos la vida de fe en comunidad y renovemos la decisión de abrirnos totalmente al Evangelio.
El lema “Ustedes son la sal de la tierra y la luz del mundo” (Mateo 5, 14). Adquiere en este contexto de fe, de comunión, de celebración, de vida comunitaria, un sentido profundo de nuestra identidad de bautizados.
Somos la “sal” porque el Bautismo que nos injertó en Cristo nos pide vivir de tal manera que como la sal da sabor y conserva, nuestra existencia en Cristo, le aporte sabor y gusto al mundo querido y pensado por Dios Padre Creador, puesto que por consecuencia del pecado personal y social del hombre, se ha vuelto un mundo que pierde su gusto; pero también, que la vida creyente en Jesucristo conserve como la sal la creación entera tal cual Dios mismo lo estableció.
Somos la “luz” porque los bautizados somos portadores de la “luz de Cristo”, pues Él es “La luz del mundo” (Juan 8, 12). Al vivir en comunión con Él y entre nosotros no sólo cumplimos su Palabra, sino que somos el instrumento para que Él esté presente en medio de las gentes y para que “el pueblo que caminaba en tinieblas vea una gran luz” (Isaías 9, 2).
En este momento de la historia de la humanidad, sí que se necesita que los creyentes sean “sal y luz” en cuento que viven y establecen las relaciones entre si desde la fe, la esperanza y la caridad.
Al celebrar en la Diócesis de Cúcuta, la fiesta diocesana, sintámonos un fuerte llamado a vivir la comunión eclesial en la familia, los Grupos Eclesiales, los sectores, las parroquias, los decanatos, las vicarías, a evidenciar por nuestro estilo de vida en comunidad que somos la sal y la tierra en esta zona de frontera, permitiendo que brille la luz de Cristo en medio de los corazones de los cucuteños tan abatidos por los problemas que nunca acaban.
Del 9 al 16 de agosto, icemos la bandera de la Iglesia, encomendemos nuestra diócesis a la intercesión y protección de Nuestra Señora de Cúcuta y de San José. Vivamos intensamente cada momento y cada celebración de la fiesta diocesana.