Por: Monseñor Víctor Manuel Ochoa Cadavid
Unos misioneros ejemplares colman con su luz la liturgia de este mes de octubre: Lo abre Santa Teresita, prosigue San Luis Beltrán, le sigue Santa Laura Montoya y también está San Juan Pablo II, sin dejar de recordar a San Lucas Evangelista y a la que con su amor sostiene la fe de la Iglesia: La Virgen fiel en su advocación del Santísimo Rosario.
Desde hace casi un siglo hemos dedicado el mes de octubre a la oración, los sacrificios, la ofrenda material a favor de las misiones católicas esparcidas por el mundo. Desde su nacimiento la Iglesia es misionera, recibió el mandato de Jesús, “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio” (Marcos 16, 15 – 18).
También, hace ya unos cincuenta años, el Concilio Vaticano Segundo le recordó a la Iglesia entera que había sido enviada “ad gentes”, a las gentes, a los pueblos, a las culturas, para ofrecer el Evangelio, mostrando a Cristo como la LUZ DE LAS GENTES, la luz de la verdad y el consuelo de la Salvación a una humanidad sedienta de verdades firmes y, sobre todo, de una experiencia de fe que, aunque probada en muchísimas acciones, ha de ser un signo convincente del amor de Dios que quiere ser conocido, amado, celebrado y vivido en todas partes.
El siglo XX ha sido el siglo que ha permitido un avance significativo de la presencia de la Iglesia y del Evangelio de Cristo en África y en Asia, donde hoy hay gran esperanza de vocaciones y de un crecimiento vivo de la fe.
La Iglesia toda es Misionera, cada Iglesia Particular es Misionera, cada Bautizado debería ser Misionero. Nuestra Iglesia de Cúcuta tiene que ser misionera, por vocación, hace parte de su naturaleza misma. Pero a veces pensamos que la misión que debemos realizar está en lejanas culturas y en pueblos remotos. La Misión por excelencia ha quedado conectada al Discipulado. Nuestro campo de misión privilegiado es esta tierra misma, donde muchos no creen en Cristo o no viven su fe. Incluso Benedicto XVI, corrigió la expresión con la que se definía esta experiencia y dijo que no se debería decir Discípulos y Misioneros, como si se tratase de dos realidades distintas, sino que deberíamos ser todos Discípulos-Misioneros, esto es: Seguidores de Cristo que no pueden guardarse la alegría del amor de Dios que mueve sus vidas sino que se lanzan con valor, audacia y generosidad a la predicación del amor y de la esperanza.
Colombia ha sido bendecida en las Misiones. Es una Iglesia Misionera que sigue anunciando la verdad y la fe recibida hace ya cinco siglos, pues hace cinco siglos ya existía en nuestra tierra la Iglesia Particular de Santa María de la Antigua del Darién y ya había empezado la predicación de la verdad. Nuestra tierra ha sido bendecida con muchos misioneros, religiosos y religiosas que han entregado su vida por Cristo en Colombia y fuera de ella.
No podemos negar muchas limitaciones de modo y de forma de otros tiempos, pero sería una falta a la verdad dejar de reconocer en muchísimos y heróicos misioneros el afán de integrar a la predicación de la verdad la tarea de humanizar las culturas y de defender la dignidad de nuestros antepasados muchísimas veces a riesgo de sus propias vidas.
Ahora hemos de emprender los Discípulos-Misioneros de esta amada Iglesia de Cúcuta, dos tareas importantísimas: Orar y colaborar materialmente a favor de las misiones.
Orar, para que la Palabra de Vida que tantos necesitan, salga de nuestro corazón y se eleve a Dios pidiendo que la luz del Evangelio pueda servir a tantas culturas para humanizar este mundo sumido en el dolor de la guerra, de la violencia, del desamor. Poniendo entre nosotros a Cristo, su verdad, su vida, su luz, para que ilumine a sus hijos.
La oración está marcada por experiencias muy bellas de sacrificio y de plegaria. Hay incluso unos misioneros amadísimos: Enfermos que ofrecen sus dolores para que los Discípulos-Misioneros que la Iglesia destina a tierras lejanas o a espacios complejos, lo mismo que contemplativos y contemplativas que han hecho de sus monasterios un faro luminoso que llena de luz y de plegarias la tarea misionera de la Iglesia.
Colaborar. Esta palabra aparece compuesta con la palabra anterior, Orar, porque es ofrecer orando, con un cariño ejemplar y con una fe sincera y llena de alegría, también algo de lo que Dios nos concede tener para que las inmensas dificultades económicas de los Discípulos-Misioneros que predican por el mundo, se vean aliviadas con generosidad. Como tendremos la colecta para las misiones, la generosidad espléndida de este pueblo de corazón abierto y de sensibilidad apostólica, podrá ofrecer también su contribución para que el Evangelio llegue a todos. Que nuestra ofrenda material ayude a las misiones, su acción, su esfuerzo por poner a Jesucristo Salvador en los corazones de todos los hombres de la tierra. Ayudemos materialmente a las misiones católicas en Africa, Asia, Oceanía, EuroAsia y América.
Vuelvo a recordar los gloriosos misioneros que nos han dado la luz de la verdad, para pedirles que nos ayuden desde la gloria para que los Discípulos-Misioneros de esta Iglesia cumplamos el mandato del Señor y muchos hermanos acojan a Jesús y reciban la fe, la vivan y celebren con alegría
¡Alabado sea Jesucristo!