Editorial 780 del Periódico Diocesano La Verdad
Por: Monseñor Víctor Manuel Ochoa Cadavid
El momento que vivimos es un momento histórico y definitivo para nuestra nación, Colombia. Nos enfrentamos a la posible salida de un conflicto armado que tiene su inicio con la violencia desencadenada en el año 1948 y que dura hasta nuestros días. Podríamos analizar las razones y bases de este conflicto armado y encontraríamos muchas causas directas o indirectas. Podríamos citar muchos elementos que dieron fuerza a este derramamiento de sangre entre hermanos de una misma Patria: Las desigualdades y sufrimientos de los campesinos, el abandono del Estado de muchas de sus responsabilidades, la inequidad social, la falta de garantías para el ejercicio de posiciones y propuestas políticas, la corrupción, el narcotráfico, la desarticulación de las familias como núcleo fundamental de transmisión de valores. Muchos son las situaciones que desde estas realidades sociales contribuyen a ese caldo de cultivo que nos afecta.
En el domingo 2 de octubre, cuando circula este periódico LA VERDAD, nos enfrentamos a una de las decisiones trascendentales y definitivas para nuestra Patria. Tenemos que separar el gran tema de la PAZ de la construcción de una sociedad equitativa y justa, en la que cada hombre y mujer pueda tener garantizados sus derechos y sus espacios de vida, de la expresión, de la opinión de los colombianos sobre el “Acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera” alcanzado en la ciudad de La Habana.
Todos los colombianos estamos llamados a dar nuestro parecer, negativo o positivo, SI o NO, sobre los citados acuerdos. Es un momento de inmensa responsabilidad en el cual cada uno de nosotros debe juzgar precisamente, ponderadamente acerca de los mismos. La Iglesia siempre en Colombia ha manifestado su preocupación por los temas sociales, por el desarrollo del campo, por la garantía de derechos y espacios para todos los colombianos.
Ciertamente la Iglesia tiene que reconocer con humildad y sinceridad que también algunos de sus hijos contribuyeron en un momento determinado a que este conflicto se fortaleciera, con una opción partidista determinada. Hoy la Iglesia quiere afirmar la necesidad de presentar la imagen auténtica del hombre, de sus derechos, de una sociedad justa en la que “se respete y se promueva en toda su dimensión la persona humana” (San Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis, n. 1).
Es el momento de la gran responsabilidad. A todos nos obliga la participación en este Plebiscito, una forma precisa que establece nuestra Constitución política, para que el pueblo exprese su voluntad, al ser consultado sobre un determinado tema. Cada uno de nosotros está llamado a expresar su voto, libremente, sin presiones, sin preconceptos políticos o económicos, con una claridad e información suficiente para que de verdad esta experiencia sea expresión de la democracia. Ninguno está excusado de esta participación. Todos y cada uno estamos llamados a expresar la propia decisión sobre estos acuerdos, ciertamente orientados a construir la paz. Deberíamos propiciar la participación de todos, ancianos, jóvenes, en este momento decisivo.
Tenemos en el ejercicio de la dimensión democrática, un gran riesgo, la polarización política. Muchos con distintas opciones políticas se han puesto de un lado o de otro, la mayor parte, lo repito, con intención de tomar la mejor decisión. Pero algunos también han asumido posiciones de contraste, con opciones políticas o de radicalización. Tenemos que separarnos de estas formas de lectura de los procesos sociales.
Debemos votar responsablemente, con toda la información posible acerca de estos acuerdos, que de una parte son extensos (297 paginas) pero que con modernos métodos y pedagogía se han tratado de difundir. Una información que responsablemente tiene que llegar a todos y que propicie la expresión del parecer de cada uno. El voto tiene que decidirse desde la conciencia informada de cada uno. La decisión es trascendental para todos nosotros y para las futuras generaciones.
Más allá del resultado, tenemos que entrar en espacios de diálogo, de reconciliación, de fortalecimiento de nuestra comunidad. Este proceso de paz tiene que generar espacios nuevos, de esperanza, para la construcción de una civilización del amor, de la responsabilidad, de la equidad. En ella tiene que prevalecer lo que la Iglesia siempre ha propuesto: La Justicia social, dar a cada uno lo suyo, lo que le corresponde y en perfecta justicia. Dando espacio para que cada persona brille en toda su dignidad. La opción por la PAZ, por la verdadera PAZ, es inaplazable, y todos somos responsables de ella.
Participemos de este plebiscito con responsabilidad, votando en conciencia, con esperanza.
Pongámonos en las manos del Sagrado Corazón de Jesús, al cual ha sido consagrado nuestro País, que Él nos mire con amor y misericordia y nos lleve por caminos de PAZ y PROGRESO.
¡Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío. Sagrado Corazón de Jesús, salva a Colombia!
¡Alabado sea Jesucristo!