La santidad es el adorno de tu casa (Sal 93, 5)

Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve, Obispo de la Diócesis de Cúcuta.

Comenzamos el mes de noviem­bre con la Solemnidad de To­dos los Santos, para alegrarnos con tantos hombres y mujeres que se han desgastado en el cumplimien­to de su misión, viviendo una vida cristiana en la gracia y la presencia del Señor y que ahora gozan de la gloria de Dios. Con esta celebración también tomamos conciencia que la santidad no es algo exclusivo para un grupo de personas, sino que es un llamado a todos los creyentes a vivir en un camino de perfección cristiana. Al respecto el Concilio Vaticano II nos enseña que: “la santidad de la Iglesia se manifiesta incesantemen­te y se debe manifestar en los fru­tos de gracia que el Espíritu Santo produce en los fieles; se expresa de múltiples modos en todos aquellos que, con edificación de los demás, tienden en su propio estado de vida a la perfección de la caridad; pero aparece de modo particular en la práctica de los que comúnmente llamamos consejos evangélicos” (Lumen Gentium 39).

El proceso evangelizador de la Igle­sia convoca a todos los bautizados a evangelizar, con el propósito de ir a todos los ambientes y lugares a anun­ciar a Jesucristo para que siguiéndo­lo a Él como camino, verdad y vida (Cf. Jn 14, 6), puedan responder al llamado del Señor: “ustedes sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48) y así cada uno llegue a la salvación eterna, que es un don de Dios y no un mérito propio. El Concilio Vaticano ll al respecto enseña: “los seguidores de Cristo, llamados y justificados en Jesucristo, no por sus propios méritos, sino por designio y gracia de Él, por el bautismo de la fe han sido hechos hijos de Dios y partíci­pes de la divina naturaleza y, por lo mismo, Santos; deben por con­siguiente, conservar y perfeccionar en su vida, con la ayuda de Dios esa santidad que recibieron” (LG 40).

San Juan Pablo II en la Carta Apos­tólica Novo Millenio Ineunte al concluir el jubileo del año 2000, nos proponía a todos un programa de vida con unas prioridades para caminar desde Cristo, como son: la santidad, la oración, la eucaristía dominical, el sacramento de la recon­ciliación, la primacía de la gracia, la escucha y el anuncio de la Pala­bra (Cf. NMI 29). Estos medios de vida cristia­na que nos llevan a la santidad, indicando al respecto: “no se trata de inventar un nuevo programa. El progra­ma ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la tra­dición viva. Se centra en definitiva en Cris­to mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en Él la vida trinitaria y transformar con Él la historia hasta su perfeccio­namiento en la Jerusalén celeste” (NMI 29), que nos muestra la meta donde todos queremos llegar por gra­cia de Dios, en un camino de santidad permanente que llega a ser el adorno de nuestra casa (Cf. Sal 93, 5).

Para vivir diariamente en un camino de santidad y de perfección cristiana, es necesario preocuparse por perse­verar en el estado de gracia, que ca­pacita al cristiano para el seguimien­to de Cristo con limpieza de corazón que permite un día llegar a gozar de la presencia de Dios: “dichosos los limpios de corazón porque ellos ve­rán a Dios” (Mt 5, 48). En este sen­tido San Juan Pablo II al proponer las prioridades pastorales para aplicar después del año jubilar, insistía en la primacía de la gracia, como el estado habitual en el que el cristiano se debe mantener para alcanzar la santidad. Hemos recibido la gracia de Dios en el bautismo que nos ha hecho sus hijos y nos ha dejado el corazón limpio. Por debilidad humana so­mos pecadores, pero de un cristiano se espera que no permanezca en estado de pecado por mucho tiempo, sino que de inmediato al pecado pueda buscar el sacra­mento de la reconcilia­ción, para recuperar la gracia y volver al esta­do inicial de recién bau­tizado, para llevar a ple­nitud su vocación que es vivir en gracia de Dios y santidad de vida.

La evangelización en salida misio­nera tiene como fin llevar la gracia de Dios, invitando a todos a vivir en santidad. En la vida de la gracia y en la colaboración con Dios para llevar la gracia a otros, tenemos que evitar la tentación del protagonismo perso­nal, atribuyendo a nuestra pequeñez, lo que le corresponde a Dios. San Juan Pablo II ya nos previene de esta tentación cuando nos enseña: “hay una tentación que insidia siempre todo camino espiritual y la acción pastoral misma; pensar que los resultados dependen de nuestra capacidad de hacer y programar. Ciertamente Dios nos pide una co­laboración real a su gracia y, por tanto, nos invita a utilizar todos los recursos de nuestra inteligencia y capacidad operativa en nuestro servicio a la causa del Reino. Pero no se ha de olvidar que, sin Cristo, no podemos hacer nada (Cf. Jn 15, 5)” (NMI 38).

Cuando toda nuestra vida está pro­yectada desde la primacía de la gra­cia, para buscar la santidad, recono­cemos que todo depende de Dios, y de nuestra parte, a ejemplo de María nos disponemos a decir: “hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo” (Mt 6, 10), diciendo con esto que queremos hacer y amar la voluntad de Dios, porque de Él de­pende todo y nosotros somos instru­mentos para que la gracia de Dios dé frutos abundantes en nuestra vida y en el entorno social donde nos mo­vemos y de esa manera la santidad sea una manera de ser y de vivir de todos los cristianos, porque “es evi­dente, para todos, que los fieles de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la ca­ridad” (LG 40), que transformará el mundo desde el testimonio de cada bautizado en la misión que realiza. Que la Santísima Virgen María, el Glorioso Patriarca San José y todos los santos, alcancen del Señor bendi­ciones y gracias para ser sus testigos desde una vida en camino de santi­dad.

En unión de oraciones, reciban mi bendición.

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