De los quirófanos a los altares

Por: Pbro. Oscar Rivas, profesor de la Cátedra de Formación Humano- Cristiana en la Universidad Católica Santa Rosa de Lima en Cumaná, Venezuela (UCSAR).

Pocos rostros han despertado tanta devoción como el del Dr. José Gregorio Hernández. Mé­dico de los pobres, sabio, humilde, hombre de ciencia y de profunda fe cristiana, su vida fue una entrega si­lenciosa, pero firme, al servicio del prójimo. Desde su natal Isnotú hasta las aulas universitarias de Caracas y las calles donde socorrió a los nece­sitados, su legado ha trascendido el tiempo. Hoy, su figura —más viva que nunca— nos habla de una san­tidad posible, nacida en la vocación profesional vivida con amor, justicia y misericordia.

Foto: tomada de internet

José Gregorio Hernández nació el 26 de octubre de 1864 en Isnotú, esta­do Trujillo (Venezuela). Desde joven mostró una inteligencia sobresaliente y un corazón sensible al sufrimiento ajeno. Estudió medicina en la Uni­versidad Central de Venezuela y pos­teriormente se especializó en París y Berlín, convirtiéndose en pionero de la medicina científica en el país. Introdujo el uso del microscopio, promovió la medicina experimental y fue uno de los primeros en ense­ñar con rigor académico y vocación docente.

Sin embargo, lo que más lo distin­guió fue su trato humano con los pa­cientes. No cobraba a los pobres. En muchas ocasiones, además de la con­sulta, les dejaba medicinas o dinero para que pudieran comer. Para él, cada enfermo era el rostro de Cristo sufriente, y su vocación médica era también un acto de caridad cristiana.

La vida espiritual del doctor Hernán­dez fue tan profunda como su voca­ción científica. Intentó ingresar en la orden de los cartujos en Italia, pero su frágil salud lo obligó a regresar a Venezuela. Aunque no pudo rea­lizar su deseo de consagrarse como religioso, vivió como un laico com­prometido, profundamente unido a Dios. Su fe era sencilla, firme y acti­va: asistía a misa diariamente, oraba con devoción y vivía con austeridad.

No hubo en él contradicción entre la ciencia y la fe. Las veía como caminos complementarios hacia la verdad. “La ciencia nos acerca a Dios”, solía afir­mar, convencido de que cada descubrimiento médico era una forma de revelar la sabi­duría del Creador. Esta visión integradora lo convierte hoy en un referente para tantos profesionales que buscan vi­vir su fe en ambientes secu­larizados.

José Gregorio Hernández murió trágicamente el 29 de junio de 1919, atropella­do mientras iba en camino a llevar medicinas a una pa­ciente. El pueblo venezolano comenzó a venerarlo como santo, pidiendo su interce­sión y atribuyéndole favores y milagros. A lo largo de los años, su fama de santi­dad creció de tal mane­ra que la Iglesia abrió su causa de beatifica­ción en 1949.

El proceso de beati­ficación y posterior canonización de José Gregorio Hernández fue largo y riguroso, y estuvo marcado por la confirmación de dos milagros atribuidos a su intercesión. El primero de ellos fue la recupera­ción de la niña Yaxury Solórzano, quien tras recibir un disparo en la cabeza quedó en estado crítico y sin esperanza de recuperarse neuro­lógicamente, pero se sanó completamente sin secuelas. El Papa Fran­cisco aprobó este milagro en 2020, permitiendo su beatificación en 2021. Pos­teriormente, el Papa aprobó un segundo milagro para la ca­nonización. Se trata de un hombre venezolano en Estados Unidos, que se encontraba en una situación mé­dica crítica con colapso de órganos blandos y daño cerebral, fue invo­cado por su familia y amigos. Tras ocho días de oración, el hombre se recuperó sin explicación médica al­guna.

Hoy, el nombre de José Gregorio Hernández sigue siendo un símbo­lo de esperanza, especialmente para aquellos que enfrentan enfermeda­des y dificultades. Su imagen se en­cuentra en hospitales, en hogares, en templos parroquiales, y su legado está vivo en el corazón de quienes lo veneran, no solo en Venezuela, sino en muchos otros países. Su vida, sin duda, es un testimonio de que la santidad no está reservada solo para quienes viven en conventos o mo­nasterios, sino que se puede encon­trar en los gestos más sencillos de amor y servicio en la vida cotidiana.

Este 19 de octubre, el pueblo de Ve­nezuela y muchos más en el mun­do entero se preparan con júbilo y esperanza para la canonización de José Gregorio Hernández. Será un momento histórico, no solo para la Iglesia, sino para todos aquellos que han encontrado en él un modelo de santidad.

José Gregorio Hernández nos invita a ver que la santidad no es algo leja­no ni inalcanzable. Está al alcance de todos aquellos que eligen, día a día, vivir con amor, dedicación y humil­dad. Y quizás, en ese simple acto de servir, es donde se encuentra el cami­no hacia los altares.

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