“Recibirán la fuerza del Espíritu Santo para que sean mis testigos” (Hch 1, 8)

Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve, Obispo de la Diócesis de Cúcuta.

Avanzamos en este mes de oc­tubre consagrado por la Igle­sia para reflexionar y orar por las misiones en todo el mundo, cons­cientes del mandato que hemos reci­bido del Señor de ser sus testigos por todos los confines de la tierra: “uste­des recibirán la fuerza del Espíri­tu Santo; Él vendrá sobre ustedes para que sean mis testigos en Jeru­salén, en toda Judea, en Samaría y hasta los extremos de la tierra” (Mt 28, 19 – 20), misión que estamos rea­lizando en nuestra Diócesis de Cúcu­ta durante este mes, en el desarrollo del Proceso de Evangelización con el lema: sean mis testigos, vayan y ha­gan discípulos.

Del mandato del Señor nadie queda excluido, ya que todo bautizado es un discípulo misionero, que tiene la misión de comunicar a otros la expe­riencia de Jesucristo, dando testimo­nio de Él con la vida y anunciándolo con las palabras. Así lo expresa el Concilio Vaticano II cuando afirma: “todos los fieles cristianos donde quiera que vivan, están obligados a manifestar con el ejemplo de su vida y el testimonio de la palabra el hombre nuevo de que se revistie­ron por el bautismo, y la virtud del Espíritu Santo, por quien han sido fortalecidos con la confirmación, de tal forma que, todos los demás, al contemplar sus buenas obras, glorifiquen al Padre (Cf. Mt 5,16) y perciban, plenamente, el sentido auténtico de la vida y el vínculo universal de la unión de los hom­bres” (Ad Gentes 11), para llevar a la salvación a los que están cerca, a los alejados y a los que rechazan abier­tamente a Jesucristo (Cf. Evangelii Gaudium 14).

La misión esencial de la Iglesia es evangelizar y lo realiza para con­vocar a todos en torno a Jesucristo y formar comunidad que en plena unión con Dios y con los hermanos pueda dar testimonio del Evangelio en todos los ambientes y lugares en los que se encuentra un cristiano, que, iluminado por el Espíritu Santo transmite la fe a otros. Así lo enseña el Concilio Vaticano II: “el Espíritu Santo, que llama a todos los hom­bres a Cristo por la semilla de la Palabra y proclama­ción del Evangelio, y suscita el homenaje de la fe en los corazo­nes, cuando engendra para una vida nueva en el seno de la fuen­te bautismal a los que creen en Cristo, los congrega en el único Pueblo de Dios que es ‘linaje escogido, sa­cerdocio real, nación santa, pueblo adquiri­do por Dios’” (AG 15).

El primer ambiente para transmitir la fe es el propio entorno fami­liar y de trabajo, donde cada uno tie­ne la tarea de anunciar el Evangelio, “cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de nuestra propia comodi­dad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (EG 20), periferias que pueden estar a nuestro lado e inclu­so en nuestro propio corazón, porque son lugares físicos y existenciales donde aún no ha llegado la Palabra de Dios y el mensaje de Jesucristo no ha inundado la existencia y por eso la salida misionera en la que estamos empeñados ayudará a fortalecer una vida nueva en Jesucristo que nos da la gracia de vivir en comunión con todos.

La salida misionera que tenemos por mandato del Señor, no es algo aña­dido a la misión evangelizadora de la Iglesia, sino que hace parte del proceso evangelizador de la Iglesia que se acerca, que es capaz de llegar a todos, para comuni­carles con alegría el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. El Papa Francisco nos de­cía que: “la alegría del Evangelio que llena la vida de la comunidad de los discípulos es una alegría misionera que la sienten llenos de admiración los pri­meros que se convier­ten al escuchar pre­dicar a los Apóstoles cada uno en su propia lengua en Pentecostés. Esa alegría es un signo de que el Evangelio ha sido anunciado y está dando fruto” (EG 21), que genera una vida nueva en quienes escuchan y reciben con gozo el primer anuncio, para luego profundizarlo en el proceso que po­demos vivir en la comunidad cristia­na y comunicarlo con fervor y alegría a los hermanos.

La alegría de predicar el Evangelio brota de una experiencia con Jesu­cristo vivo en nuestro corazón y que está en medio de la comunidad, to­mando conciencia que este gozo no lo podemos dejar encerrado en nues­tra vida, sino que lo tenemos que co­municar. La salida misionera no es ir muy lejos de nuestro entorno, algu­nos tendrán vocación específica para hacerlo y saldrán fuera de los confi­nes de su propio territorio, pero en el caso de la mayoría de los bautiza­dos la salida misionera es renunciar al propio individualismo y egoísmo que ahogan a la persona, para salir a comunicar el mensaje de Jesucristo comenzando por la propia familia, donde en ocasiones se hace difícil ser misionero de Jesucristo.

Terminar el mes de reflexión y ora­ción por las misiones no es culmi­nar la tarea, pues estamos en estado permanente de misión como nos lo ha pedido el Concilio: “esta misión continúa, y desarrolla a lo largo de la historia la misión del mismo Cristo, que fue enviado a evange­lizar a los pobres. La Iglesia debe caminar por moción del Espíri­tu Santo, por el mismo camino de Cristo” (AG 5); por eso, los animo a todos en la Diócesis de Cúcuta a continuar con el anuncio gozoso de la persona, el mensaje y la palabra de Nuestro Señor Jesucristo, siempre en salida misionera y con la alegría de hacer nuevos discípulos misioneros del Señor. Que la Santísima Virgen María y el Glorioso Patriarca San José alcancen del Señor el fervor mi­sionero y en el desarrollo del proceso pastoral de nuestra Diócesis poda­mos recibir con gozo el mandato del Señor: sean mis testigos, vayan y hagan discípulos.

En unión de oraciones, reciban mi bendición.

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