La Acción Catequética en el Proceso Evangelizador de la Iglesia

Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve, Obispo de la Diócesis de Cúcuta.

El próximo fin de semana esta­mos en plena actividad para vivir el segundo congreso del PEIP (Proceso Evangelizador de la Iglesia Particular), que tiene como lema: Peregrinos de la Esperanza “Vayan y hagan discípulos” (Mt 28, 19), que será sobre la segunda etapa del Proceso Evangelizador de la Igle­sia, que es la acción catequética, que está prevista en la evangelización para “los que optan por el Evangelio y para los que necesitan completar o reestructurar su iniciación” (Direc­torio General de la Catequesis 49). Esto quiere decir, un proceso de for­mación continuo que está al servicio de la profesión de fe. Quien encuentra a Jesucristo siente en su corazón un deseo intenso por conocerlo más ínti­mamente manifestando su cercanía y celo por el Evangelio, haciéndose su discípulo (Cf. DC, 34).

Esta condición de discípulo que el creyente va desarrollando es lo que pone en acción el proceso de la cate­quesis, que consiste en el crecer de la fe con la perseverancia que brota del amor vivo y entrañable por Jesucris­to, que tiene sus raíces en el primer anuncio y el kerygma, propios de la acción misionera. Así lo enseñó el Papa Francisco: “hemos redescu­bierto que también en la catequesis tiene un rol fundamental el primer anuncio o kerygma, que debe ocupar el centro de la actividad evangeliza­dora y de todo intento de renovación eclesial. El kerygma es trinitario. Es el fuego del Espíritu que se dona en forma de lenguas y nos hace creer en Jesucristo, que con su muerte y resu­rrección nos revela y nos comunica la misericordia infinita del Padre. En la boca del catequista vuelve a resonar siempre el primer anuncio: Jesucristo te ama, dio la vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada día para iluminarte, para for­talecerte, para liberarte. Esto es lo que hay que volver a anunciar de una forma o de otra a lo largo de la catequesis, en todas sus etapas y mo­mentos” (Evangelium Gaudium 164).

Esto quiere decir que la acción ca­tequética no es un acto aislado en el proceso evangelizador de la Iglesia, sino que tiene sus raí­ces en el primer anun­cio propio de la acción misionera, que se enri­quece con una forma­ción continua, orgánica y sistemática que propi­cia un auténtico segui­miento de Jesucristo y ayuda al crecimiento en la fe cristiana. “La ca­tequesis es una forma­ción básica, esencial, centrada en lo nuclear de la experiencia cris­tiana, en las certezas básicas de la fe y en los valores evangélicos fundamentales. La catequesis pone los cimientos del edificio espiritual del cristiano, alimenta las raíces de su vida de fe, capacitándole para re­cibir el posterior alimento sólido en la vida ordinaria de la comunidad cristiana” (DGC 67); de esta manera, la catequesis ejerce “tareas de inicia­ción, de educación y de instrucción” (DGC 68).

La acción catequética no es un acto aislado, sino parte de un proceso que conecta muy bien con la acción misio­nera, que llama a la fe y con la acción pastoral, que la nutre continuamente, avivando el crecimiento de la adhe­sión a Jesucristo y comunicándolo en un servicio pastoral concreto, donde el cristiano se convierte en un autén­tico misionero, haciéndolo capaz de vivir la vida cristiana en un estado de conversión, como transformación de la vida en Cristo y luego transmitir­la a los otros, ya que “dicha acción catequética no se limita al creyente individual, sino que está destinada a toda la comunidad cristiana para apoyar el compromiso misionero de la evangelización. La catequesis también fo­menta la inserción de los individuos y de la comunidad en el con­texto social y cultural, ayudando a la lectura cristiana de la historia y promoviendo el com­promiso social de los cristianos” (DC, 73).

De aquí se desprende que la acción catequéti­ca en la vida del cristia­no no es algo ocasional o circunstancial, para recibir la primera comu­nión o la confirmación, sino que está al servicio de la educación permanen­te en la fe y por eso se relaciona con todas las dimensiones de la vida cris­tiana que deben tener su centralidad en Jesucristo reconociendo que “en el centro de todo proceso de catequesis está el encuentro vivo con Cristo. El fin definitivo de la catequesis es po­ner a uno no sólo en contacto sino en comunión, en intimidad con Je­sucristo: sólo Él puede conducirnos al amor del Padre en el Espíritu y hacernos partícipes de la vida de la Santísima Trinidad. La comunión con Cristo es el centro de la vida cris­tiana y en consecuencia, el centro de la acción catequética” (DC, 75).

En este sentido el congreso del PEIP nos dejará la tarea de revisar nuestros procesos de catequesis para los sacra­mentos de iniciación cristiana, que se convierten en muchos casos en sim­ples requisitos de unos pocos meses para recibir un sacramento, desdibu­jando de esa manera la vida cristiana y sacramental. Tenemos que volver a la “catequesis orientada a formar personas que conozcan cada vez más a Jesucristo y su Evangelio de sal­vación liberadora, que vivan un en­cuentro profundo con Él y que elijan su estilo de vida y sus mismos senti­mientos, comprometiéndose a llevar a cabo, en las situaciones históricas en las que viven, la misión de Cris­to, es decir el anuncio del Reino de Dios” (DC, 75).

Con esta reflexión los convoco a todos a seguir profundizando en la acción catequética, como parte esencial del proceso evangelizador de la Iglesia, que hace madurar la conversión ini­cial y ayuda a los cristianos a dar un significado pleno a su propia existen­cia, educándolos en la mentalidad de fe conforme al Evangelio, hasta que gradualmente lleguen a sentir, pensar y actuar con los sentimientos de Cris­to. Que la Santísima Virgen María y el Glorioso Patriarca San José, alcan­cen del Señor todas las bendiciones y gracias para que la acción catequéti­ca en el Proceso Evangelizador de la Iglesia, nos ayude a formar muchos discípulos misioneros del Señor entu­siasmados con el anuncio gozoso del Evangelio.

En unión de oraciones, reciban mi bendición.

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