“¡Es Verdad, el Señor ha Resucitado!” (Lc 24, 34)

Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve, Obispo de la Diócesis de Cúcuta.

Con esta fórmula contenida en el relato de los discípulos de Emaús, el evangelista Lucas resume el acontecimiento decisivo que contiene toda nuestra Fe, toda nuestra Esperanza y la razón de ser de la Caridad, que se tiene que ha­cer real en nuestra vida cristiana en este día en que celebramos la resu­rrección del Señor. La proclamación de la resurrección de Jesús es funda­mental para dar cimiento a la fe, tal como lo señaló el apóstol San Pablo “Si Cristo no ha resucitado, la fe de ustedes no tiene sentido y siguen aún sumidos en sus pecados” (1Cor 15, 17).

La resurrección de Jesucristo es la revelación suprema, la manifesta­ción decisiva para decirle al mundo que no reina el mal, ni el odio, ni la venganza, sino que reina Jesucristo resucitado que ha venido a traernos amor, perdón, reconciliación, paz y una vida renovada en Él, para que todos tengamos la vida eterna. “¡Es verdad, el Señor ha Resucitado!” (Lc 24, 34), tal como lo atestiguan los evangelistas: “Ustedes no te­man; sé que buscan a Jesús, el cru­cificado. No está aquí, ha resucita­do como lo había dicho” (Mt 28, 5 – 6) y es la fuente de la verdadera vida, la luz que ilumina las tinieblas, el camino que nos lleva a la salva­ción.

Nuestro caminar diario tiene que conducirnos a un encuentro perso­nal con Jesucristo vivo y resucitado, “que me amó y se entregó por mí” (Gal 3, 20), y ahora resucitado vive y tiene en su poder las llaves de la muerte y del abismo, para rescatar­nos del mal que nos conduce a la muerte y darnos la verdadera vida, la gracia de Dios que nos renueva des­de dentro con una vida nueva, para convertirnos en testigos del Señor resucitado, para cumplir el mandato dado a los discípulos: “Ustedes reci­birán la fuerza del Espíritu Santo; Él vendrá sobre ustedes para que SEAN MIS TESTIGOS en Jeru­salén, en toda Judea, en Samaría y hasta los extremos de la tierra” (Hech 1, 8).

Así lo entendieron los primeros dis­cípulos que vieron a Jesucristo y lo palparon resucitado. Pedro, los apóstoles y los discí­pulos comprendieron perfectamente que su misión consistía en ser testigos de la resurrec­ción de Cristo, porque de este acontecimiento único y sorprenden­te dependería la Fe en Él y la difusión de su mensaje de salvación. También nosotros en el momento presente so­mos testigos de Cris­to resucitado, que como bautizados estamos llamados a llevar a cabo la misma misión de Cristo de ha­cer discípulos misioneros por todas partes, “Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos y bautícenlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que les he mandado. Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 19 – 20).

La certeza que brota de la resurrec­ción del Señor es que Él estará con nosotros todos los días hasta el fi­nal de los tiempos (Cf Mt 28, 20), dándonos la fuerza del Espíritu para ser testigos del Evangelio. En nues­tra Diócesis de Cúcuta recibimos el envío misionero del Señor y con la ayuda de su gracia queremos cum­plir su mandato que lo sintetizamos en el lema pastoral para este mes: Sean mis testigos, Anuncien la Resurrección, para que el fruto de nuestra fe profunda en el resucitado sea un encuentro con Jesucristo que nos dé el fervor misionero que le dio a los Apóstoles para ir a anunciarlo vivo y resucitado, incluso hasta dar la vida por Él, experimentando la alegría del anuncio del Evangelio que nos lle­na de Esperanza y sana todas las divisiones y sufrimientos que vie­nen a causa del pecado que quiere entrar en la vida y destruir la gracia de Dios que hay sem­brada en el corazón.

Dejemos a un lado nuestras amarguras, resentimientos y triste­zas. Oremos por nuestros enemigos, perdonemos de corazón a quien nos ha ofendido y pidamos perdón por las ofensas que hemos hecho a nues­tros hermanos. Deseemos la santi­dad, porque he aquí que Dios hace nuevas todas las cosas. No temamos, no tengamos preocupación alguna, estamos en las manos de Dios. La Eucaristía que vivimos con fervor es nuestro alimento, es la esperanza y la fortaleza que nos conforta en la tribulación y una vez fortalecidos, queremos transmitir esa vida nueva con mucho entusiasmo a nuestros hermanos, a nuestra familia, porque “¡Es verdad, el Señor ha resucita­do¡” (Lc 24 – 34).

La Esperanza en la resurrección debe ser fuente de consuelo, de paz y fortaleza ante las dificultades, ante el sufrimiento físico o moral, cuan­do surgen las contrariedades, los problemas familiares, cuando vivi­mos momentos de cruz. Un cristia­no no puede vivir como aquel que ni cree, ni espera. Porque Jesucristo ha resucitado, nosotros creemos y esperamos en la vida eterna, en la que viviremos dichosos con Cristo y con todos los Santos. Necesitamos esforzarnos constantemente para estar más cerca de Jesús. Tenemos esta posibilidad gracias a su Resu­rrección. Podemos sentir como San Pablo, que dijo: “Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gál 2, 20).

Los animo a que sigamos caminan­do juntos en el ambiente de la ale­gría pascual y el gozo por la Resu­rrección del Señor. Que la oración pascual nos ayude a seguir a Jesús Resucitado con un corazón abierto a su gracia, para transmitir el Evange­lio invitando a todos en el nombre del Señor, diciéndoles: Sean mis testigos, Anuncien la Resurrección y a dar frutos de Fe, Esperanza y Caridad para con los más necesita­dos y siempre puestos en las manos de Nuestro Señor Jesucristo, que es nuestra Esperanza y bajo la protec­ción y amparo de la Santísima Vir­gen María y del Glorioso Patriarca San José, que nos protegen.

En unión de oraciones, reciban mi bendición.

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