Jesucristo Rey de nuestra vida

Por: Pbro. Fredy Ramírez Peñaranda, Estudiante de teología pastoral en la Pontificia Universitaria Lateranense (Roma).

«Tú lo dices: soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz» (Jn 18, 37).

  1. “Tú lo dices: soy Rey” Momento histórico

En el año litúrgico celebramos los di­ferentes acontecimientos de nuestra fe, la cual está centrada en Jesucristo Nuestro Señor. Un momento especial, es la Solemnidad de Cristo Rey, con la cual concluye esta experiencia litúr­gica.

Esta Solemnidad tiene por objetivo manifestar el Reinado de Jesucristo en cada una de nuestras vidas y de nuestros corazones. Por ello después de la Primera Guerra Mundial, el Papa Pío XI, el 11 de diciembre de 1925, publicó la encíclica Quas Primas que instituyó oficialmente para toda la Iglesia esta Solemnidad. Curiosamen­te esta encíclica conmemora también los 1600 años del Concilio de Nicea celebrado en el año 325, y que ex­presó la profesión de fe en Jesucristo como verdadero Dios y hombre, y que manifiesta esta profesión de fe, que su Reino no tendrá fin. La encíclica Quas Primas manifiesta la realeza de Jesucristo frente a un modernismo que quiere opacar su presencia.

  • “Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad.”: Momento teológico

“Porque si a Cristo nuestro Señor le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra; si los hombres, por haber sido redimidos con su sangre, están sujetos por un nuevo tí­tulo a su autoridad; si, en fin, esta potestad abraza a toda la naturaleza humana, claramente se ve que no hay en nosotros ninguna facultad que se sustraiga a tan alta soberanía” (Quas Primas 34).

La realeza de Cristo está íntimamen­te asociada a la verdad, a la cual sirve para manifestar siempre la voluntad del Padre. Por esto Cristo siempre vive en la verdad, al punto de entregar su propia vida.

Ya en Antiguo Testamento, el Salmo 71 manifiesta la realeza de Dios con los dones de la justicia y la paz. En el Nuevo Testamento el Evangelio de San Lucas (1, 32-33), el Arcángel ma­nifiesta, cuando hace el anuncio que su Reino no tendrá fin, confirmando la soberanía de Dios, que siempre acom­paña a su pueblo.

En el centro de este itinerario de reve­lación de la realeza de Jesucristo está, una vez más, el misterio de su muerte y resurrección. La Cruz manifiesta la verdad de su reinado y el poder de su servicio. Cuando crucificaron a Je­sús, los sacerdotes, los escribas y los ancianos se burlaban de Él diciendo: “Es el rey de Israel: que baje ahora de la cruz y creeremos en Él” (Mt 27, 42). Jesús no se acomoda a la idea que todos tenían del Mesías, Es el Mesías que manifiesta la voluntad del Padre, que conduce siempre a su encuentro. Por eso no realiza lo que la gente es­pera realiza y manifiesta la voluntad del Padre. Precisamente porque era el Hijo de Dios.

Jesús se entregó li­bremente a su pasión, y la Cruz es el signo paradójico de su realeza, que consiste en la voluntad de amor de Dios Padre por encima de la desobediencia del pecado, ofreciéndose a sí mismo en el sacrificio de expia­ción, Jesús se convierte en el Rey del universo, como declarará Él mismo al apa­recerse a los Apóstoles después de la resurrección: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra” (Mt 28, 18).

  • “Todo el que es de la verdad escucha mi voz”: Momento pastoral

En el centro de nuestra expe­riencia pastoral, está Jesucristo el Señor. Solo el encuentro con Cristo garantiza una experiencia de fe que nos ayuda no solo a la con­versión, sino a manifestar siempre la gracia de su amor, a testimoniar con nuestra vida, que Jesús es el Señor.

¿Cómo podemos vivir el Reinado de Jesucristo?

  1. A nivel personal: el ENCUEN­TRO con Jesucristo que transforma la vida y el corazón. Este encuentro no es un momento en la vida del cristia­no, sino que es un encuentro perma­nente que se sostiene en la vivencia del amor.
  2. A nivel familiar: la CONVERSIÓN que haga descubrir a cada una de las familias desde la Palabra y la Eucaristía la centralidad del amor de Dios.
  3. A nivel de las comunidades ecle­siales misioneras: la vivencia de una FORMACIÓN donde se manifieste la centralidad del servicio como un don de Dios.
  • A nivel parroquial: en la viven­cia de la COMUNIÓN. La parroquia debe ser una comunidad de comuni­dades que está al servicio de todos. Es el lugar eclesial donde se vive y se manifiesta una experiencia con el Crucificado-Resucitado.

5. A nivel Diocesano: la MISIÓN, que no es otra cosa que anunciar el Reino de Dios en cada una de las realidades sociales, especialmente en medio de los más vulnerables que vi­ven en cada una de las periferias ma­teriales y existen­ciales.

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