Plan Pastoral de la Diócesis de Cúcuta, 68 años – fiesta diocesana

Por: Pbro. Gabriel Peña Arciniegas, párroco de Cristo Maestro y secretario de la vicaría de pastoral.

La Iglesia como columna y fun­damento de la verdad (1 Tim 3, 14-15) y queriendo cum­plir el mandato misionero del Se­ñor de ir y hacer discípulos a todos los pueblos (Mt 28, 19) siempre ha llevado con santa vocación esta mi­sión comunicando y trasmitiendo el mensaje del Evangelio. Por muchos años esta tarea se realizó no de una manera orgánica pues no había pro­cesos que llevaran a un crecimiento, conocimiento y madurez en la fe de los bautizados; con esto, se vio la necesidad de poder crear procesos evangelizadores que respondieran a las realidades y exigencias pas­torales, sociales y espirituales del pueblo santo de Dios. Es así que, en el año de 1994, se inició en nuestra Diócesis de Cúcuta una experiencia a través de la cual surgirá el proceso pastoral que como Iglesia Particular se implementaría, al que se le de­nominó PDRE (Plan Diocesano de Renovación y Evangelización) en el año de 1996.

Este proceso llevó a la formación y consolidación de unas estructuras pastorales que hasta el día de hoy si­guen funcionando, dando identidad al trabajo pastoral de nuestra Dió­cesis; por eso después haber cose­chado muchos frutos del PDRE, nos disponemos a actualizar todo este proceso evangelizador a través del PEIP. Mientras en el anterior proceso el eje fundamental era la espiritualidad de comunión, ahora en este nuevo proyecto será la espi­ritualidad misionera que ilumina y acompaña el caminar de esta porción del pueblo de Dios.

El Papa Francisco nos ha insistido a través de su magisterio, que de­bemos ser una Iglesia en salida (cfr. Evan­gelii Gaudium 24), una Iglesia que llegue a las periferias huma­nas (cfr. EG 46), no solo físicas sino existenciales de cada persona. La Iglesia debe siempre permanecer en estado de misión permanente como nos lo recordaba la misión continen­tal. En relación a esto, Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) afirma que: “El mandato misionero del Señor tiene su fuente última en el amor eterno de la Santísima Trinidad:

“La Iglesia peregrinante es, por su propia naturaleza, misionera, pues­to que tiene su origen en la misión del Hijo y en la misión del Espíritu Santo según el Plan de Dios Padre”. El fin último de la misión no es otro que hacer par­ticipar a los hombres en la comunión que existe entre el Padre y el Hijo en su Espí­ritu de Amor (CIC N. 850). Por lo cual, es el amor que debe mover a la Iglesia a evan­gelizar, pues ella existe para evan­gelizar como nos lo recordaba el Papa Pablo VI (cfr. Evangelii Nun­tiandi 14). Por tal motivo es bueno entender que la llamada del Señor es una llamada al amor, pues solo este tiene el poder para sanar y re­novar corazones; solo una respuesta de amor a la misión podrá hacer que ella produzca el fruto que el Señor espera.

Del amor de Dios por todos los hom­bres, la Iglesia ha sacado en todo tiempo la obligación y la fuerza de su impulso misionero: “Porque el amor de Cristo nos apremia…” (2 Co 5, 14). En efecto, “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (1 Tm 2, 4). Dios quiere la salvación de todos por el cono­cimiento de la verdad. La salvación se encuentra en la verdad. Los que obedecen a la moción del Espíritu de verdad están ya en el camino de la salvación; pero la Iglesia, a quien esta verdad ha sido confiada, debe ir al encuentro de los que la buscan para ofrecérsela, Porque cree en el designio universal de salvación, la Iglesia debe ser misionera (CIC N. 851).

El Proceso Evangelizador de las Iglesias Particulares (PEIP), tie­ne como fin buscar la salvación de todos los hombres, por eso es im­portante destacar que los pasos que iremos realizando en esta experien­cia, van a permitir que cada persona tenga un encuentro con Jesucristo, como nos lo recuerda este primer paso la Palabra de Dios, luego en la liturgia, seguido en la comu­nidad de fe, en los pobres y en la devoción a la Santísima Virgen María. Este Proceso Evangeliza­dor nos debe llevar a reafirmar que la persona de Jesús es nuestro único salvador.

¿Cómo nos preparamos?

Estamos viviendo este primer paso del encuentro con Jesucristo en la Palabra de Dios, haciendo un énfa­sis en este año 2024, en el Evange­lio de san Marcos, bajo el lema “Tú eres el Cristo”, donde a través de la profesión de fe del Apóstol Pedro hemos reafirmado nuestra fe en el Señor; hemos caminado de la mano de nuestro Obispo en cada una de las visitas pastorales llevando el crucificado y colo­cando nuestra mirada en esas dos realidades que nos muestra el Señor en la cruz:

La realidad del dolor: que manifiesta el sufrimiento huma­no que muchos hermanos hoy padecen, pero que se sostienen y acompañan por la gracia de Dios.

La realidad del amor: el Señor que se entrega en totalidad al ser hu­mano, un amor que lo redime todo, un amor que da salvación.

Hemos iniciado este camino que nos ha llevado a reconocer a Jesús como el Cristo, el ungido, el mesías, para que el próximo año jubilar reciba­mos ese envío misionero de ser sus testigos, como nos lo recuerda el li­bro de los Hechos de los Apóstoles.

El año de Jubileo 2025: “Peregrinos de esperanza”

El año 2025 estará enmarcado por las aperturas de las puertas santas, que viviremos en el mes de enero, y con los diferentes jubileos que celebraremos a lo largo del ciclo li­túrgico, en comunión con la Iglesia Universal convocado por el Papa Francisco. Dispongamos a vivir este plan pastoral asumiendo nuestra tri­ple misión como bautizados, de ser: sacerdotes, profetas y reyes; sabien­do que anunciar el Evangelio es una obligación de todo cristiano.

Cabe resaltar que en este proceso y en esta misión evangelizadora, no somos nosotros los protagonis­tas, sino que es el Espíritu Santo, la tercera Persona de la Trinidad, quien guía y guiará el camino que debemos recorrer como Iglesia diocesa­na.

“El Espíritu Santo es en verdad el protago­nista de toda la misión eclesial” (Rm 21). Él es quien conduce a la Iglesia por los caminos de la misión. Esta continúa y desarrolla en el cur­so de la historia, la misión del propio Cristo, que fue enviado a evangeli­zar a los pobres: “Impulsada por el Espíritu Santo, debe avanzar por el mismo camino por el que avan­zó Cristo: esto es, el camino de la pobreza, la obediencia, el servicio y la inmolación de sí mismo hasta la muerte, de la que surgió victorioso por su resurrección”. Es así como la “sangre de los mártires es semi­lla de cristianos” (CIC N. 852).

Dejemos actuar al Espíritu Santo en esta tarea evangelizadora, dejemos que siga suscitando en nosotros ese deseo de conocer a Dios y que, a tra­vés de sus dones y carismas, siga­mos enriqueciendo nuestra Diócesis de Cúcuta, permitiendo que la obra de Dios se realice en cada uno de los hombres. No tengamos miedo de arriesgarnos a la misión, teniendo presente que el señor nos ha hecho la promesa de estar con nosotros hasta el fin del mundo (Mt 28, 20). Lleguemos con su palabra a los que están, a los que nunca han estado y a los que estando se fueron; seamos una Iglesia de puertas abiertas sin exclusión de nadie. (cfr. Evangelii Gaudium 47)

Recordemos las palabras del Papa, en donde nos ha invitado a ser una Iglesia enferma, desgastada por amar y servir; unos pastores con olor a oveja, capaces de entregar la vida por su rebaño; unos fieles comprometidos en la misión de la Iglesia. Esta es una tarea de todos, un compromiso de ser testigos del amor de Dios en un mundo que se ha consumido en el egoísmo y en el odio; un mundo necesitado y ham­briento de Dios.

En el marco de la fiesta diocesa­na se invita a toda la comunidad a realizar una mirada al pasado, y no con nostalgia, sino viendo la obra que Dios ha venido realizando y así trabajar el presente con un corazón dispuesto y comprometido, en cara a un futuro con esperanza, sabiendo que es Dios que ha construido con nosotros una historia de salvación.

Feliz fiesta diocesana a todos, que Dios bendiga y acompañe todo el trabajo pastoral que realizamos como Iglesia Particular de Cúcuta.

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