Con el carisma de la predicación

Por: Fray Anderson Aguirre Sánchez, OP, vicario parroquial de San Martín de Porres, teólogo y predicador.1

La Orden de Predicadores (frai­les dominicos) nació con el le­gado de la predicación y desde allí, se desprende toda la espirituali­dad que ha acompañado la Iglesia y al mundo desde hace 808 años, cuan­do fueron fundados santo Domingo de Guzmán. Un 22 de diciembre de 1216 es oficializada la fundación mediante la bula papal de Honorio III en Toulouse (Francia); una orden viva, cada vez más capaz de realizar su misión de “anunciar por todo el mundo el nombre de Nuestro Señor Jesucristo” tal como se debe, con co­raje en miras del futuro2. Hoy en día están constituidos en todos los conti­nentes y en más de 70 países.

Y es que hablar de las Órdenes Men­dicantes, especialmente de la “de Predicadores”, es remontarnos a una espiritualidad monástica que invita a mirar el trabajo y la mano de obra en relación con Dios y de querer mos­trar ese Dios en el mundo mediante el testimonio de vida; es así que san­to Domingo desde sus inicios ya vis­lumbraba una Orden que se dedicara a la predicación (que estaba reserva­da sólo a los obispos y abades en el medioevo), pero que tuvieran otros elementos básicos o pilares funda­mentales como son la fraternidad o vida en común, la oración comuni­taria y privada al estilo de san Pablo y los apóstoles; “hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado” (Cf. Dt 6, 7). El Santo fundador, quien siendo vi­sionario, recién fundada la orden, envió de dos en dos a los frailes por todo el mundo, con la misión de llegar a las ciuda­des y grandes centros de estudio nacientes y universidades, para impartir cáte­dras en humanida­des y teología, fun­dando conventos e invitando a otros a unirse al ejercicio de la predicación, con la famosa frase: “el trigo amontonado se corroe y/o se co­rrompe”.

Por eso hablar de estos cuatro pilares funda­mentales de los domini­cos, es hablar de su espi­ritualidad: la fraternidad, el estudio, la oración y la predicación; como cuatro co­lumnas que sostie­nen un edificio y a su vez el servicio que encarnan, es un ofrecimiento permanente a Jesucristo, a quien si­guen, bendicen y alaban. Pero ¿quién fue santo Domingo y qué fue lo que se propuso? Santo Domingo fue un perfecto contemplativo, al mismo tiempo un apóstol incomparable; tan entregado a la contemplación como los más contemplativos de los san­tos, y tan dedicado a la acción como los santos más activos3. Este es el legado dominante de su vida y es la misma herencia que deja a sus hijos.

“Ve y predica”, -le dicen a los após­toles Pedro y Pablo- pues para este oficio has sido escogido; al maestro Domingo y sus hermanos predicado­res, escribía Honorio III, y Domingo no podía, ciertamente, desear me­jores padrinos; y que el sucesor de Pedro, constituye como un valioso testimonio en favor del ideal de Do­mingo que se trataba de profundizar la ciencia humana y divina, apren­diendo a hablar con Dios y de Dios. O como diría Santo Tomás de Aqui­no unos años después: “Contemplari et aliis Tradere Contemplata” Con­templar y llevar a los demás lo con­templado.4

“Consagraba el día a su prójimo, y la noche al Señor, convencido como estaba de que el Señor ha enviado durante el día su misericordia, y de noche su cántico”. Esta frase, reco­gida por los testigos de canonización de santo Domingo, resume la espi­ritualidad del fundador de la Orden de Predicadores. Su espiritualidad, es de distintos aspectos como es el amor a la Cruz, su celo por la sal­vación de las almas, su oración, su amistad con Dios y los hombres…

Además, no podemos tomar la doc­trina espiritual de santo Domingo de sus escritos, pues no escribió ningu­na obra de espiritualidad, más si sa­bemos de su semblanza por sus testi­gos y una doctrina que redactó, junto con sus frailes, el libro de la Cos­tumbres o Instituciones (1216; 1220- 1221), que los escritos de la época denominan indiferentemente “Regla del bienaventurado Domingo”, o “Regla de los Frailes Predicadores”. Ahí podemos encontrar algunas ca­racterísticas de la espiritualidad do­minicana. ¿Quién será capaz de imi­tar en toda la virtud de este hombre? Podemos admirarla, poder lo que él pudo, fruto es no ya de su virtud hu­mana, sino de una gracia singular de Dios que podrá reproducir en algún otro esa cumbre acabada de perfec­ción. Más para tal empresa, ¿quién será idóneo?5

En el lecho de su muerte, en Bolo­nia (el 6 de agosto de 1221) Santo Domingo diría una de las frases que marcarían a sus hijos predicadores: “No lloren por mí que les seré más útil desde el cielo”, y desde allí nues­tra plegaria en las Completas cada día cantamos: ¡Cumple, Padre la promesa! Con tu oración ¡Ayúdanos! 6 Imitemos, hermanos, en la medida de nuestras fuerzas, las huellas pater­nas del fundador de los dominicos, dando al mismo tiempo gracias al Redentor, que concedió tal caudillo a sus siervos por él regenerados, y pi­damos al Padre de las misericordias que, regidos por aquel Espíritu que mueve a los hijos de Dios, caminan­do por las sendas de nuestros padres, merezcamos llegar sin descarríos a la misma meta de perpetua felicidad y sempiterna bienaventuranza en la que santo Domingo de Guzmán fe­lizmente ya entró.7

1. Fraile dominico, hijo de la Provincia san Luis Bertrán de Colombia, Teólogo y predicador, Vicario parroquial San Martín de Porres-Cúcuta.

2. ALABAR, BENDECIR, PREDICAR, Palabras de Gracia y Verdad (1962-2001) Ed. San Esteban-Salamanca.

3. IDEAL DOMINICANO. Fr Domingo Agustín Turcotte, OP. Ed Bedout. Medellín. 1961.

4. (Cf. Tomás de Aquino, II, II, q. 188, art. 6)

5. Cf. fuentes generales de su vida, sobre todo en la obra de Jordán de Sajonia, Orígenes de la Orden de Predicadores, y en las Acatas del proceso de canonización.

6. Cf. LH. Completorio dominicano. Pág. 42.

7. JORDÁN DE SAJONIA, Orígenes de la Orden de Predicadores, pp. 49.

Scroll al inicio