Por: Pbro. Juan Carlos Ballesteros Celis, párroco de Santa Clara de Asís y miembro de la pastoral de catequesis
Jesucristo es la Palabra encarnada que revela la gloria de Dios en el mundo. Es esta la línea clave a desarrollar en la presente catequesis, con el ánimo de motivarles a acercarse al conocimiento de las Sagradas escrituras, pues como lo afirmaba san Jerónimo: “Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo”. De ahí la importancia de vivir en contacto y en diálogo orante con la Palabra de Dios, que se encuentra plasmada por escrito en la Sagrada Biblia.
- En el principio existía la Palabra (Preexistencia):
“Al principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios” (Jn 1, 1). Con estas palabras se abre el Evangelio de san Juan, poniendo de manifiesto la eternidad del Hijo y afirmándose la prexistencia de Jesús, es decir su existencia antes de que el mundo fuera, tal como se afirma en el credo niceno constantinopolitano: “Creo en un solo señor Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho”.
El relato de la creación, presentada por el libro del Génesis en el capítulo 1, en cinco oportunidades indica “dijo Dios” y día tras día de esa semana, se fue dando origen a todo cuento existe. Ese “dijo Dios” lo explica justamente el Evangelio de san Juan cuando afirma: “Todo fue hecho por ella (la Palabra) y sin ella no se hizo nada de cuanto existe” (Jn 1, 3).
- Plenitud de la Revelación de Jesucristo:
La declaración Dominus Iesus (n° 5) promulgada en el año 2000, por la congregación para la Doctrina de la Fe, afirma:
“Debe ser firmemente creída la afirmación de que en el misterio de Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado… se da la revelación de la Plenitud de la verdad divina: “Nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt 11, 27). “A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único que está en el seno del Padre, él lo ha revelado” (Jn 1, 18); “Porque en él reside toda la plenitud de la Divinidad corporalmente” (Col 2, 9-10).
Además de resaltar el hacer de Jesús como Palabra del Padre, en la creación, es imprescindible resaltar la relación de intimidad perfecta entre el Padre y el Hijo, en cuanto a la profunda relación entre Dios y Jesús presentada por Él mismo, en el texto de san Mateo 11, 27. En este texto se pone de manifiesto que solo el Padre comprende por completo al Hijo con un conocimiento amoroso y además que solo Jesús, visible como hombre en ese momento, es igual al Padre que le conoce plena y totalmente. Son Palabras reveladas por el Hijo de Dios, que permiten dirigir la mirada a las profundidades del misterio de Dios de una manera excepcional.
La misión del Hijo es revelar, dar a conocer, el Reino de Dios, pues solo a Él el Padre le ha encomendado esta obra y puede comunicarla a quien desee, resaltando el hecho que sigue siendo siempre la Palabra y la obra del Padre. Lo que Jesús dice de Dios e incluso de sí mismo, es como un obsequio que viene al hombre de las profundidades de Dios.
En relación a Juan 1, 18, Jesús afirma la invisibilidad plena de Dios, mostrándose a si mismo como aquel que ha podido revelar al Padre porque solo Él como Hijo, ha vivido siempre en el “seno del Padre” que es la imagen típica del amor y la intimidad perfecta: “Quien viene de arriba está por encima de todos. El atestigua lo que ha visto y oído” (Jn 3, 31).
Lo único que busca Jesús es escuchar al Padre para manifestar su rostro y su Palabra y por ello solo Él es la revelación personificada de Dios.
- En Cristo culmina la revelación:
Vale la pena tomar las palabras de la Constitución Dogmática Dei Verbum (n°4), sobre la revelación divina, promulgada en el Concilio Vaticano II, que sintetizan magistralmente el itinerario de la revelación de Dios a la humanidad: después que Dios habló muchas veces y de muchas maneras por los Profetas, “últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo” (Hb 1, 1-2). Pues envió a su Hijo, es decir, al Verbo Eterno, que ilumina a todos los hombres, para que viviera entre ellos y les manifestara los secretos de Dios; Jesucristo, pues, el Verbo hecho carne, “hombre enviado, a los hombres”, “habla palabras de Dios” y lleva a cabo la obra de la salvación que el Padre le confió.
Por tanto, Jesucristo -es ver al Padre-con su total presencia y manifestación personal, con palabras y obras, señales y milagros, y, sobre todo, con su muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos; finalmente, con el envío del Espíritu de verdad, completa la revelación y confirma con el testimonio divino que vive en Dios con nosotros para librarnos de las ti nieblas del pecado y de la muerte y resucitarnos a la vida eterna.
La economía cristiana, por tanto, como alianza nueva y definitiva, nunca cesará, y no hay que esperar ya ninguna revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo (cf. 1 Tim 6, 14; Tit 2, 13).
Lo que Dios tenia para decir a la humanidad, ya lo ha dicho a través de su Hijo, quien goza de una primacía sobre todas las cosas. Fue beneplácito de Dios, en su bondad y sabiduría, revelarse a sí mismo y hacer conocer el misterio de su voluntad (Cf. Ef 1,9) y por Cristo su Hijo, en el Espíritu Santo, tenemos acceso al Padre y participamos de la naturaleza divina. En Jesús su Hijo, nos habló como a amigos (Jn 15, 14-15) y trata con nosotros para invitarnos a la comunión con Él y recibirnos en ella. Solo Cristo es a la vez mediador y plenitud de la revelación.“Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales en Cristo… dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según el benévolo designio que en Él se propuso de antemano, para realizarlo en la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por cabeza” (Ef 1, 3. 9-10).