Los colombianos recibimos este jubileo como una gracia de Dios, porque nos ayudará a reconocer que el amor y la misericordia de Dios no tienen límites y a la vez nos permitirá practicar esa misericordia con los que sufren, víctimas de la violencia y de la injusticia social.
Se trata de transformar el rostro herido de millones de colombianos en rostros cargados de fe y esperanza. Esta transformación que anhelamos, requiere de la cooperación de cada persona, por ello, este jubileo puede ser una nueva oportunidad para que demos un paso adelante y no nos permitamos un fracaso más en la búsqueda del perdón, la reconciliación y la paz, como nos lo recordaba el papa Francisco hace unos meses. Para lograrlo, les proponemos un camino en tres momentos:
Artesanos del perdón
Ser artesanos del perdón implica, en primer lugar, que cada bautizado reconozca humildemente las culpas cometidas en diversos ámbitos y se acerque a la fuente del perdón que no tiene límites en acogernos en sus brazos, para que Jesús venga, sane, restaure y dignifique todo aquello que en nosotros tiene que cambiar.
En segundo lugar, somos llamados a ser dadores de perdón y a ofrecer el perdón a nuestros enemigos «perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden» (Mt 6, 12). La misericordia en la víctima se llama perdón, y el perdón sana en primer lugar a quien lo otorga; lo libera de las ataduras a las que condena el sufrimiento sin sentido; le quita al victimario el poder de conservar encadenada sicológicamente a su víctima; y, sobre todo, le entrega a Dios con humildad la suerte del opresor.
El compromiso es ser buenos instrumentos del perdón de Dios Padre y ayudar a todo aquel que quiera sanar su corazón y emprender el camino del perdón con el Señor, consigo mismo, con la naturaleza y con los demás. De esta manera, haremos vida las palabras del evangelio, «Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia » (Mateo 5, 7), y habremos entendido que la misericordia es la humanidad de Dios y es también el porvenir divino del hombre, porque como decía San Basilio el Grande: «Te asemejas a Dios por la misericordia hacia el próximo».
Artesanos de la reconciliación
Ser artesanos de la reconciliación es empezar a reconstruir con empeño, paciencia y tesón un tejido social que ha sido roto en muchos ámbitos.
La reconciliación genera y alimenta sentimientos de generosidad y compasión, que deben tener un lugar en las diferentes orillas, para romper con el espiral de la violencia y alcanzar la reconstrucción de las relaciones personales.
La vivencia de la reconciliación nos aleja de la indiferencia y exige de nosotros una auténtica y profunda conversión que no es otra cosa que el rechazo radical a toda forma de pecado.
Por tal razón, nuestra misión como cristianos, es ser testigos de la misma misericordia que Dios nos ha regalado en su Hijo Jesucristo, sembrando los valores del Evangelio, así ellos no sean entendidos por muchos, pero estamos seguros que son estos los valores que construyen sociedades auténticamente humanas.
Es por ello, que atentos a las palabras del papa Francisco, los invitamos para que se promuevan en las diversas jurisdicciones eclesiásticas la iniciativa “24 horas para el Señor”, durante los días viernes y sábado anterior al cuarto domingo de cuaresma. (Misericordiae vultus, 17).
De igual manera, como otra forma de expresar y vivir esta reconciliación, se han de procurar en cada Iglesia particular, los sacerdotes “Misioneros de la misericordia”, quienes elegidos y enviados por los obispos, serán signos de la solicitud materna de la Iglesia por el pueblo de Dios, como el mismo Santo Padre nos lo ha indicado (Misericordiae vultus, 18).
Por nuestra parte, como obispos, estaremos solícitos para esperar a cada hombre o mujer como el Padre bueno de la parábola que espera a su hijo con los brazos abiertos (cfr. Lc 15, 11-32),o como el buen samaritano que se detiene a reconocer, levantar y curar a quien fue asaltado en el camino (Cfr. 10, 25-37), para ayudar a todo aquel que quiera sanar su corazón y emprender el camino del perdón con Dios, consigo mismo y con los demás.
Invitamos a todos los presbíteros para que sean buenos instrumentos del perdón de Dios Padre (Misericordiae vultus, 14), favoreciendo tiempos y espacios para que toda persona que busque el perdón de Dios, lo encuentre a través de sus ministros, por medio de la disponibilidad, la alegría y la escucha compasiva (Cfr. Rm 12,8).
Artesanos de la paz
El Episcopado colombiano, defensor de la verdad que libera y salva, anuncia el Evangelio fielmente y denuncia lo que destruye al ser humano y a la sociedad.
Para ser artesanos de la paz, los cristianos contamos con las obras de misericordia que nos permiten entrar todavía más en el corazón del evangelio, de tal modo que podamos despertar nuestra conciencia, muchas veces adormecida ante diversos dramas que vive la humanidad.
Más allá de los centros para atender a los más pobres e indefensos, los discípulos misioneros tenemos el desafío con los hombres y mujeres que deambulan por nuestras calles y claman reconocimiento ayuda sincera, para que los reconozcamos, los toquemos y los asistamos con cuidado. Muchos de estos rostros se reflejan en los hambrientos, los sedientos, los desnudos, los forasteros, los enfermos y los presos. “No olvidemos las palabras de San Juan de la Cruz: en el ocaso de nuestras vidas, seremos juzgados en el amor” (Misericordiae Vultus 15).
Sea la ocasión para agradecer y animar a los sacerdotes, comunidades religiosas, movimientos apostólicos y a quienes en el silencio, se dedican a practicar la misericordia como un signo del amor de Dios.
Si bien las obras de misericordia corporales están más presentes en la memoria del creyente, no menos importancia tienen las obras de misericordia espirituales, con las que podemos emprender un acompañamiento a los hermanos que por ignorancia se equivocan o no tienen el consejo oportuno para aprender a obrar correctamente en sus vidas.
Para nosotros los cristianos, la paz es un don que se debe pedir a Dios y una tarea que exige de nuestro compromiso. Por tal motivo, los discípulos misioneros del Señor estamos convencidos que en la medida en que practiquemos la misericordia, nuestro aporte a la construcción de la paz será más concreto y eficaz.
Ofrecemos nuestras oraciones por los frutos de este año jubilar a favor de nuestro país y le pedimos a la Madre de Dios, en la advocación de Nuestra Señora de Chiquinquirá, para que nos enseñe a ser humildes y solícitos como ella lo fue al amor de Padre.
+ JOSÉ DANIEL FALLA ROBLES
Obispo Auxiliar de Cali
Secretario General de la Conferencia Episcopal