Por: Vladimir Alcántara, editor de Desde la fe (semanario Católico de Información de la Arquidiócesis de México)
El pasado 14 de noviembre se cumplieron 101 años del día en que un soldado de nombre Luciano Pérez Carpio llevó a cabo un atentado contra la imagen de la Virgen de Guadalupe, colocando en el altar de la Antigua Basílica una bomba escondida en un ramo de flores.
El hombre, a quien la indignada comunidad apodaría posteriormente el ‘Dinamitero’, solo obedecía órdenes superiores, pues en la década de los años 20 del siglo pasado la Iglesia sufría el asedio de un gobierno anticlerical.
Lo ocurrido aquella mañana del 14 de noviembre de 1921, fue explicado a detalle en un acta notarial levantada unos días más tarde por el entonces sacristán mayor de la Basílica de Guadalupe, el padre Ignacio Díaz de León. Gracias a este documento, se puede conocer lo siguiente:
Aquella mañana, se llevaba a cabo una celebración con motivo de la toma de posesión de un nuevo Canónigo, el padre Antonio Castañeda. Y en dicha celebración se encontraba él, el sacristán mayor, padre Ignacio Díaz de León. De acuerdo con el padre Díaz de León, en el momento en que se efectuaba la procesión en las naves de la Basílica, con motivo de la toma de posesión del nuevo canónigo, él se encontraba cuidando el presbiterio, como se acostumbraba en tales casos, cuando un individuo ‘de pelo azafranado’ intentó entrar, pero él se lo impidió cerrando la reja. En realidad, la presencia del hombre -declaró el padre Díaz de León en aquella acta notarial-, no le llamó tanto la atención, porque siempre había gente que buscaba llegar hasta el altar. El Sacristán Mayor declaró también que, luego de que terminó la ceremonia, los señores Capitulares se retiraron a la Sacristía, y él se fue tras ellos. Pero apenas se encontraban frente al Altar de Santa Ana, se escuchó una detonación tan fuerte que a él se le figuró que se había desplomado la Basílica o que se habían venido abajo las bóvedas.
El sacristán mayor regresó corriendo al presbiterio, y vio que ascendía una nube blanca a la altura de la imagen de la Santísima Virgen de Guadalupe. En instantes -de acuerdo con la declaración del padre Díaz de León-, el polvo oscureció la atmósfera; él encendió la luz eléctrica y gritó que cerraran las puertas para impedir que el delincuente saliera, si acaso aún permanecía ahí, y evitar a la vez que el pueblo invadiera el recinto.
Bajo el cuadro de la Virgen de Guadalupe -declaró el padre Díaz de León-, se veía el mármol casi pulverizado, en el lugar donde, se supone, puso la bomba; vio también los candelabros caídos, los floreros hechos pedazos, y el Santo Cristo de bronce hecho un arco. Sin embargo, de la manera más sorprendente, no le pasó nada a la sagrada imagen de la Virgen de Guadalupe ni al cristal que la cubría, pues una figura de Cristo de metal asumió el golpe de la detonación, quedando doblada en un arco.
Hoy ese crucifijo de metal, al que se le dio el nombre del ‘Cristo del Atentado’, se encuentra exhibido en la Basílica de Guadalupe para su veneración, como testigo del amor de Jesús hacia su Madre, la Virgen María.
Las causas del atentado
Sobre las causas del atentado, monseñor Eduardo Chávez, Eduardo Chávez Sánchez, director del Instituto Superior de Estudios Guadalupanos considera importante tener en claro varios acontecimientos históricos: en primer lugar, la Coronación Pontificia de la Virgen de Guadalupe, llevada a cabo el 12 de octubre de 1895 por Su Santidad León XIII, acontecimiento que reunió a numerosos obispos en torno a la sagrada imagen.
Refiere que tres lustros más tarde, el 19 de junio de 1910 -año de inicio de la Revolución Mexicana y en el marco de las celebraciones por el centenario de la independencia de México- el Papa Pío X estipuló, bajo edicto, la renovación de la Jura del Patronato de la Virgen de Guadalupe sobre nuestra nación.
En ese mismo año -explica monseñor Eduardo Chávez-, el cardenal Joaquín Arcoverde, Arzobispo de Río de Janeiro (Brasil), a nombre de todos los Obispos del continente americano, suplicó al Papa Pío X que la Virgen de Guadalupe fuera declarada patrona de todo el continente, incluyendo a Estados Unidos y Canadá. En respuesta, el 24 de agosto de 1910, el Obispo de Roma proclamó a la Virgen de Guadalupe patrona de toda América Latina.
Tanto la Coronación Pontificia de la ‘Morenita del Tepeyac’ como la renovación de la Jura del Patronato de Nuestra Señora de Guadalupe habían resultado de gran importancia para la vida religiosa en nuestro país. Sin embargo, la proclamación de la Virgen como como patrona de Latinoamérica fue un acontecimiento particularmente importante, pues la decisión pontificia hizo más fuerte la imagen de la Iglesia tanto a nivel nacional como internacional.
Empero, este acontecimiento resultó particularmente molesto para los enemigos de la Iglesia Católica, y en especial para el Gobierno, cuyas relaciones con el clero se mantendrían tensas por años. Así, al resultar electo como presidente de México Álvaro Obregón -en el año 1920-, emprendería una política tortuosa en contra de la Iglesia.
Fue justamente al finalizar el primer año de gobierno del presidente Álvaro Obregón, cuando se llevó a cabo el atentado dinamitero contra la sagrada Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, uno de los sacrilegios más grandes que se hayan cometido, así como uno de los mayores agravios contra el pueblo católico.
¿Por qué quisieron destruir la sagrada imagen?
Sobre este punto, monseñor Eduardo Chávez explica que la causa se remonta a 1531, año en que ocurrieron las apariciones de la Virgen de Guadalupe a san Juan Diego, un acontecimiento que cambió el rumbo de la historia.
“Previo a este maravilloso suceso -refiere-, lo que había en estas tierras era un pueblo encima de otro, al que se pretendía destruir. Pero de no haber llegado los españoles, los habitantes de esta parte del mundo habrían permanecido en tinieblas, sin la luz del Evangelio”.
“Si bien con el arribo de los españoles, llegó también el Evangelio -señala-, la mayoría de los conquistadores no lo tenía arraigado profundamente en el corazón. Así que, por un lado, como señala fray Toribio de Benavente ‘Motolinía’, los indígenas estaban muy fríos y se resistían a recibir a Jesucristo; y por el otro, la mayoría de los conquistadores, en especial los de la Primera Audiencia, venían con propósitos terribles contra los indígenas”.
Monseñor Eduardo Chávez explica que estos conquistadores solo querían hacer de los indígenas sus esclavos, y por lo tanto que no fueran bautizados para poder justificar sus robos y esclavitudes.
“También había misioneros españoles buenos -señala-, pero esta Primera Audiencia arrasó con todos. Prueba de ello fue que ‘Motolinía’, este fraile del siglo XVI, le escribió al rey diciendo: ‘Ya nos regresamos todos a Castilla, porque aquí nos quieren matar’. Pero no acusaba a los indígenas, sino a aquellos españoles que se decían bautizados, católicos y apostólicos”.
Así que antes de las apariciones de la Virgen de Guadalupe -explica monseñor Eduardo Chávez-, todo era un caos en estas tierras. “Pero en cuanto Ella se aparece, comienza una transformación desde el corazón como nunca antes se había dado en toda la historia de la Iglesia; Ella aparece y pone a su Hijo dentro de nuestra cultura; Ella aparece y pone a Jesús, a quien trae en su inmaculado vientre, en el corazón del ser humano”.
¡Fue la Virgen de Guadalupe -dice monseñor Eduardo Chávez-, quien forjó la unidad y el mestizaje! ¡Fue Ella quien forjó esta patria! Por lo que con justa razón se dice que los mexicanos traemos en el ADN a la Virgen de Guadalupe.
“Pero no solamente dio identidad a los mexicanos -refiere-, sino que comenzó a traspasar fronteras, y alcanzó a los pueblos latinoamericanos cuando el Papa Pío X atendió la súplica de los Obispos de la región, encabezados por el Arzobispo de Río de Janeiro, y proclamó a la Virgen de Guadalupe patrona de toda América Latina.
Esta fue la razón por la que los enemigos de la Iglesia se propusieron hacer pedazos la sagrada imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, y encomendaron la tarea a aquel soldado del Ejército de la Nación llamado Luciano Pérez Carpio, a quien apodaban ‘El Dinamitero’, quien falló en su terrible propósito, y en cambio consiguió reafirmar la fe y devoción del pueblo católico.